Acabo de terminar la lectura de Volver sobre mis pasos, selección epistolar realizada por la actriz cubana Mirtha Ibarra sobre la correspondencia del más grande de los cineastas cubanos, Tomás Gutiérrez-Alea, quien fuera su esposo y director de filmes tan inolvidables e imprescindibles en la cinematografía latinoamericana como Memorias del subdesarrollo, Fresa y chocolate, Los sobrevivientes, Una pelea cubana contra los demonios y otras de una lista de diez, curiosamente filmadas en un largo período de tiempo que abarcó más de tres décadas. Y digo curiosamente porque fue un trabajador obsesivo e incansable que vivió para el cine.
Busqué este libro sin éxito desde 2008, fecha en que se publicó la primera edición cubana. En todas las librerías a las que llegaba se había agotado, y luego pasó el tiempo. Conseguí otros libros sobre Titón, traté de conseguir también todas sus películas o de volver a verlas. Es uno de los intelectuales cubanos que me ha obsesionado, porque yo quise ser directora de cine, y si lo hubiera logrado habría hecho películas como Memorias…, La bella del Alhambra de Barnet o la Suite Habana de Fernando Pérez, entre otras cosas. Fue uno más entre mis sueños rotos que pasaron por la Pintura, la Arqueología, la Historia, la Antropología, la Medicina… Solo haciéndome escritora pude, de alguna manera, realizar todas esas ambiciones, de las que el cine ha sido una de las más fuertes, y esa, para mí, tiene el rostro de Tomás Gutiérrez-Alea.
El libro me ha sorprendido en más de un aspecto. Hubiera preferido correspondencia cruzada, para evitar vaguedades, pero cualquier cosa que yo pueda poseer de/o sobre Titón tiene un inmenso valor para mí. Para comenzar, mi impresión general ha sido la de un libro patético en el mejor y más elevado sentido de la palabra. Nunca me hubiera imaginado que mientras yo era una jovencísima estudiante en San Alejandro y luego una becada todavía adolescente en la Escuela Nacional de Instructores de Arte (ENIA), y junto con mis compañeros robaba libros en las bibliotecas para poder estar al día en lo que se escribía fuera de Cuba, uno de los más grandes directores de cine de América Latina enviaba conmovedoras cartas de súplica a grandes personalidades de la cultura en Occidente, con una dignidad propia del vagabundo Charlot, pidiéndoles que le enviaran libros y revistas sobre cine y cultura en general, y así poder conocer lo que se hacía en el séptimo arte y la literatura fuera de nuestro país. Muchas de estas cartas no obtenían respuesta y Titón, meses después, volvía a la carga con una insistencia elegante y conmovedora que en más de una ocasión me hizo esconder la cara entre mis almohadas. Titón, uno de los dos cubanos y miembros del ICAIC que había cursado estudios en Cinecittá. Uno de los fundadores de la primera Cinemateca cubana junto con Germán Puig, Ricardo Vigón, Néstor Almendros y Cabrera Infante, y director de algunas de las mejores películas que ha producido el cine continental. Yo recuerdo esa época difícil en que aquellos que tenían la enorme suerte de que les llegara una novela del nouveau roman, un texto de teoría y crítica de las escuelas entonces de moda, o artículos de revistas, ensayos sueltos, cualquier cosa, hacían cadenas de préstamos para que otras personas también pudieran leerlos. ¿No es un estado de cosas que recuerda el hambre de información padecida por Julián del Casal y sus compañeros de La Habana Elegante, y el revuelo que armó entre la joven intelectualidad cubana de finales de siglo el célebre baúl del conde Kostia, recién llegado de su viaje a París? Muy acertado estuvo Martí cuando llamó a la isla la comarca demorada. Mientras iba leyendo estas cartas de Titón, sublímemente mendicantes, me agobiaba eso que llaman vergüenza ajena. Siempre hubo una autoridad colonial asfixiando muestro acceso a la cultura, y entre nosotros gigantes que braceaban desesperadamente para romper cadenas. Un gigante encadenado es siempre humillante para la dignidad de un pueblo.
Otro descubrimiento que me llenó de una mezcla entre la indignación, el desconcierto y la más profunda tristeza fue la cantidad de proyectos que Titón concibió y jamás pudo realizar, a veces por falta de recursos, a veces por falta de apoyo. Fue una de esas mentes que no dejan de pensar ni cuando duermen y un trabajador infatigable. Entre sus proyectos abortados estuvo llevar al cine el epistolario de la viajera sueca Fredrika Bremer sobre su estancia en Cuba. Proyectos asombrosos que hubieran enriquecido muchísimo la cinematografía nacional y sobre algunos de los cuales nunca recibió respuesta de Alfredo Guevara. Titón le escribió cartas intensas y extensas en las que se quejaba de muchas cosas, renunciaba a ciertos cargos prominentes que desempeñó en el ICAIC, protestaba, declaraba sus principios y su inconformidad con procedimientos y decisiones de la institución, o lo que es lo mismo, de Alfredo Guevara, el hombre que durante décadas gobernó con mano de hierro el cine cubano hecho en la isla, y si no se supiera que Volver sobre mis pasos es una selección de la correspondencia de Titón — obligatoriamente expurgada aunque no se diga en ninguna página, pues toda selección lo es por su propia naturaleza—, se podría pensar que Guevara nunca o pocas veces le respondía, empleando el silencio como un arma contra uno de los pocos subordinados suyos que nunca se le plegó enteramente. De acuerdo con lo que he leído en estas páginas yo no diría que Titón fue un contestatario, sino un hombre que defendió con firmeza sus criterios, pero siempre dentro de la órbita del sistema. Su fe en el proceso revolucionario era sincera, o al menos fue monolítica y eufórica durante bastante tiempo. Pero aunque muchísimos testimonios de gente del ICAIC que compartió con él aquella época lo muestran como uno de los dos funcionarios (el otro era Julio García Espinosa, su condiscípulo en Cinecittá) admitidos en las reuniones con Guevara donde se tomaban las más altas decisiones, Titón se quejaba continuamente en sus largas cartas a Guevara de que sus películas eran exhibidas fuera de Cuba y nadie se lo informaba, y de otros varios tratamientos reveladores de que, en realidad, ni por asomo tuvo dentro del ICAIC el poder que sus detractores han querido atribuirle. La manera en que era ninguneado con harta frecuencia parecía herirlo profundamente.
Habría mucho que comentar en torno a Volver sobre mis pasos, como por ejemplo la verdadera actitud de Titón ante la confiscación y prohibición del documental PM, de Sabá Cabrera, decisiones que trajeron como consecuencia un período de gran agitación y turbulencia entre las filas de los cineastas cubanos y terminaron en las tres famosas reuniones con Fidel selladas con la célebre frase “Dentro de la Revolución, todo. Fuera de la Revolución, nada”. Pero este comentario se extendería demasiado.
Solo vuelvo a preguntarme una vez más cómo valorarán las generaciones futuras en la distancia histórica el liderazgo autocrático y dictatorial de Alfredo Guevara sobre el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos. Yo, por mi parte, y hablando en mi único nombre, reconozco los grandes beneficios que no pueden negarse a su gestión, pero deploro, como dicen los diplomáticos de carrera en su lenguaje festinado y cauto, muchas de las consecuencias nefastas que tuvo para esa institución que siempre declaró su nacimiento por partenogénesis, es decir, engendrada por sí misma, sin reconocer jamás la existencia de precedentes como la Cinemateca original o el cine-club de la Sociedad Nuestro Tiempo. Se me ocurre citar un solo ejemplo, mencionado por Marta Araújo, conductora del Espacio Arte 7, minutos antes de la proyección del filme Kramer contra Kramer, cuando se refirió a la participación en esta película de Néstor Almendros como director de fotografía e hizo un breve recuento de su obra.
Hijo del reconocido pedagogo Herminio Almendros, republicano que buscó refugio en Cuba huyendo de las masacres cometidas por los franquistas durante y después de la Guerra Civil Española, Néstor nació en Barcelona en 1930 y en 1948 se reunió con su padre en La Habana, donde se doctoró en Filosofía y Letras y realizó sus primeros materiales fílmicos de aficionados con Germán Puig. Estudió cine en Nueva York y en Roma. En 1959 regresó a Cuba y rodó algunos documentales para el ICAIC, pero en 1962 se fue a Francia, donde tras unos comienzos difíciles llegó a filmar con directores de la talla de Francois Truffaut y Eric Rohmer. La lista de los filmes en que intervino como director de fotografía en Francia, Estados Unidos y España es realmente impresionante: El pequeño salvaje (1969) y La historia de Adéle (1975) de François Truffaut; La coleccionista, Mi noche con Maud, y todas las realizadas por Rohmer entre 1966 y 1976; Días del cielo, de Terrence Malick, por la que obtuvo un premio Oscar de fotografía en 1978; Kramer contra Kramer (1979), Bajo sospecha (1982) y Billy Bathgate (1991), las tres de Robert Benton; la siempre recordada Laguna azul, de Randal Kleiser, debut de la bellísima adolescente Brooke Shields; La decisión de Sophie (1982), de Alan Pakula, y otros títulos. Tuvo cuatro nominaciones al Oscar de fotografía, que obtuvo con Días del cielo. Murió de SIDA en Nueva York en 1992. En reconocimiento a su labor, la asociación Human Rights Watch y la Film Society del Lincoln Center (Nueva York), crearon el Nestor Almendros Prize para premiar el coraje y el compromiso con los derechos humanos en la realización de una película. El Istituto Cinematográfico dell’Aquila italiano y la AIC (Asociación Italiana de Directores de Fotografía) crearon el Nestor Almendros Award para directores de fotografía jóvenes, y en la localidad española de Tomares (Sevilla) existe un centro de Formación Profesional Especifica de Imagen y Sonido que también lleva su nombre. Homosexual declarado, en 1983 Néstor Almendros codirigió con Orlando Jiménez Leal el documental Conducta impropia, sobre la represión sufrida por los homosexuales en los primeros años de la Revolución. Pero tres años antes, en 1980, cuando se exhibió en Cuba La laguna azul, al parecer su crédito como director de fotografía fue olvidado, lo que indica que el interdicto en su contra era muy anterior. Es difícil aceptar que la pérdida para la cinematografía cubana del genio de Néstor Almendros, reconocido a nivel internacional como uno de los mejores directores de fotografía de la historia del cine, no haya tenido relación con el liderazgo de Alfredo Guevara en el ICAIC. El extenso número de testimonios sobre su salida del Instituto, despedido por Guevara o por voluntad propia, vuelve casi imposible pronunciarse en una de las dos direcciones sin antes realizar una investigación exhaustiva muy difícil luego de tantos años, tanta gente de entonces fallecida y tantas cosas que hoy pertenecen únicamente a la memoria oral.
Pero mi pregunta más dolorosa es esta: ¿cuál sería hoy la historia del cine cubano y del ICAIC si Néstor Almendros hubiera trabajado en Cuba y Titón hubiera podido filmar todas las películas que su espíritu creador concibió y en algunos de cuyos guiones llegó a trabajar? ¡Cuán fructífera hubiera sido la amistad entre ambos nacida en su juventud y convertida en colaboración fecunda! Cuántos talentos sin tiempo para darse a conocer se habrán perdido en esa agitación febril que devoró a tantos posibles realizadores, guionistas, fotógrafos, actores, sacrificados en los altares de una exaltación ideológica cuyos errores de entonces son hoy reconocidos?
Volver sobre mis pasos muestra aristas íntimas de la personalidad de Tomás Gutiérrez-Alea, un hombre y un creador muy singular, que sin este libro nunca hubieran llegado a conocimiento de los lectores, y ese es su objetivo, que se agradece desde la más profunda admiración de quienes amamos su obra. Pero lejos de arrojar luz sobre aquellas famosas polémicas de los sesenta que tanta literatura han generado, y sobre el papel jugado en ellas por titón y ciertas individualidades rectoras que mantuvieron bien aferrado su cetro por muchos, muchos años, crea una mayor oscuridad con respecto a algunos momentos y acontecimientos de la historia del cine cubano posterior a 1959, algo que suele suceder cuando se publica un epistolario personal (en este caso una selección), y que por lo general no ocurre cuando se publican cartas cruzadas. De todos modos resulta un libro imprescindible para la historia del cine cubano.