EL LARGO Y TORTUOSO CAMINO HACIA LA COMPLETUD INTELECTUAL PASA POR LA JUVENTUD Y… SIGUE VIAJE.
No puedo decir que tengo una amistad con Ambrosio Fornet, y ni siquiera que haya tenido relaciones de trabajo con él. Lamentablemente para mí, he podido frecuentarlo muy poco. Pero conozco su trayectoria profesional, y, lo que más me interesa destacar en este momento: le profeso respeto como intelectual que ha desarrollado su magisterio en diferentes áreas de la cultura cubana y sobre más de una generación de escritores, ensayistas, cineastas. Sin embargo, estoy escribiendo estas breves cuartillas porque he leído en el periódico Juventud Rebelde una reciente entrevista hecha a él por Jaysy Izquierdo, y sus respuestas a las dos últimas preguntas me han provocado desconcierto y malestar, ya que versan sobre dos temas muy polémicos (y sensibles) no solo dentro de nuestra literatura, sino en la literatura y la cultura de todas partes.
El primero de estos temas y penúltimo de la entrevista es la validez de las antologías como corpus realmente representativos de una literatura nacional, en este caso, la cubana. Tras una simpática anécdota sobre el criterio que tuvo el poeta español Juan Ramón Jiménez sobre las antologías, a las que desestimaba y llamaba, según cuenta el entrevistado, antojolías, Fornet pasa a afirmar:
Estas siempre expresan un criterio personal, desde luego, pero de personas que suelen ser intelectuales de prestigio y cuyos gustos, por consiguiente, expresan también un criterio colectivo, el canon prevaleciente en un momento dado, una jerarquía que sucesivas generaciones de críticos han ido estableciendo con sólidos argumentos.
Quiero cuestionar cuatro de estas afirmaciones:
1-Las antologías no siempre expresan un criterio personal. A veces, lamentablemente escasas, la intención del antologador es ser muy objetivo y representar con la mayor fidelidad posible la fisonomía de una literatura nacional, como es el caso de las antologías que no son temáticas ni grupales, sino panópticos, miradas panorámicas en el tiempo y el espacio. Me refiero a las antologías que se proponen historiar una literatura. Que ello se logre totalmente es discutible, porque siempre quedan fuera algunos autores, lo cual parece un mal inevitable por exhaustivo que haya sido el trabajo de selección. Pero las antologías temáticas y grupales, por su misma naturaleza se prestan para que la selección del antologador sea subjetiva. Y limitada, muchas veces, por la propia pertenencia del antologador al grupo que pretende caracterizar o a la escuela estética en la que se inscribe su propia obra. Y también por la sincronía espaciotemporal entre el antologador y sus antologados, que impide absolutamente el distanciamiento esclarecedor.
2-Me parece excesiva la afirmación que hace el entrevistado de que los antologadores “suelen ser intelectuales de prestigio”. Asumo que como la entrevista versa sobre la literatura cubana, Fornet se está refiriendo a los antologadores cubanos. Sostengo, como he hecho siempre, que ciertos desempeños en el terreno de la cultura exigen que quien los asume no solo se destaque por su talento como creador o como artista, sino que posea una formación sólida como teórico, porque una antología no consiste solo en una agrupación de textos en atención a distintos objetivos, sino requiere, también, una metodología, un diseño en su concepción, y algún, por no decir gran poder de discernimiento, y esto me parece insoslayable en el campo de las letras. En Cuba se han publicado antologías cuyos antologadores no poseen esa formación, aunque sean escritores que hayan obtenido reconocimiento con la publicación de toda su obra o de una parte de ella. Tenemos incluso antologadores que jamás pasaron por las aulas de una facultad de Filología ni de ninguna otra de Letras, sino que son graduados de carreras de ciencias, tecnólogos, nada que ver con una formación sistemática dentro de la Cultura y sus disciplinas teóricas. Es imposible que esta circunstancia no incida sobre el resultado del trabajo de estas personas. Una antología regida únicamente por el parámetro del supuesto buen gusto del antologador siempre será cuestionable, pues lo mismo puede resultar un producto maravilloso, como lo fueron las paradigmáticas antologías de Oscar Hurtado, pescador de profesión e intelectual de formación autodidacta y él mismo escritor, que un bodrio sin seriedad, y me abstendré de citar ejemplos porque mi intención no es esa. ¿Y quién o qué valida y demuestra y deja para siempre fuera de toda duda el buen gusto del antologador fulano, mengano o zutano? Y sí, Fornet tiene mucha razón cuando afirma que las voces que protestan tras la publicación de una antología pertenecen en su mayoría a los autores que quedaron fuera de ella. ¿Se quejarían los incluidos por estar dentro? Nunca he tenido conocimiento de un caso semejante. ¿Y no es verdad que a veces las quejas de los no agraciados son muy justas, y que después la crítica misma pone en evidencia tales omisiones, con el consiguiente descrédito para el antologador? Porque de eso también tenemos ejemplos en las antologías cubanas y de todas partes.
3-Me parece demasiado arriesgado afirmar que las antologías reflejan un criterio colectivo. ¿El criterio colectivo de quién o de quiénes? ¿De los críticos? ¿Del mundo intelectual? ¿De los lectores que le habrán dado a conocer de algún modo sus opiniones al antologador? ¿De las instituciones oficiales que rigen la cultura? ¿De quiénes…? Yo diría que, para suerte o desgracia, son las antologías las que ayudan a formar el criterio colectivo, tanto de los lectores como de los funcionarios y las instituciones. Para que sucediera lo contrario se necesitaría el depurador paso del tiempo, lo que no se está viendo que ocurra con muchas antologías nuestras que salen al mercado apenas un par de años después de que sus participantes han dado a la imprenta sus primeras obras e, incluso algunos de ellos solo han publicado hasta ese momento en revistas. En realidad, desde hace unos cuantos años se observa al respecto una curiosa inversión del orden natural: varias antologías cubanas no tienen como objetivo recoger la obra de escritores consagrados o siquiera validados por la crítica, sino dar a conocer la incipiente escritura de quienes comienzan en el oficio y aún no han llegado a la imprenta. No funcionan como antologías, sino como catálogos que parecen obedecer a motivaciones poco relacionadas con el hecho literario o artístico, y sí mucho con el deseo de atraer sobre ciertos nombres nuevos la mirada editorial y abrir espacios para ellos en el mercado nacional e internacional.
4-No me parece que todas nuestras antologías, al menos las publicadas en las últimas décadas, estén “avaladas con sólidos argumentos por el criterio de sucesivas generaciones de críticos”. Algunas de ellas incluso han sido cuestionadas por los propios críticos en la validez de su caracterización del campo literario que pretendieron representar, y ninguna ha tenido tiempo histórico de ser avalada por sucesivas generaciones de críticos, ni con argumentos sólidos ni con argumentos débiles, a menos que el concepto que tipifica a una generación como fenómeno histórico-social y cultural admita que las generaciones entendidas como suceso etáreo (incluyendo las promociones de críticos), se estén sucediendo cada cuatro o cinco años, lo cual también parece un poco difícil, porque un crítico, para formarse y alcanzar madurez como tal, necesita mucho más que cinco años de aprendizaje y ejercicio del criterio. Y precisamente esas últimas décadas a las que me refiero han sido prolíficas en la producción de antologías, es cuando más antologías han aparecido en el mercado del libro cubano, aún cuando muchas de ellas ni siquiera lo sean, porque su concepción no responde a los requerimientos establecidos para ser consideradas verdaderas antologías en el sentido real de la palabra. Sobre el particular se percibe cierta confusión entre nosotros, y algunos antologadores distinguen con torpeza manifiesta entre lo que demanda de ellos una antología histórica y de una temática, grupal o generacional.
La última pregunta de la entrevista hecha a Fornet sobre si existe o no una continuidad literaria en las obras escritas por las nuevas generaciones, contiene en la respuesta del entrevistado otras afirmaciones que no me desconciertan menos.
Creo que la continuidad en la literatura que hizo nuestra generación y la que hacen hoy los jóvenes…
1-Si, como afirma Fornet, hemos tenido ya varias generaciones de críticos capaces de validar las antologías con argumentos sólidos, ¿cómo es que no hemos tenido las mismas varias generaciones de escritores? Porque Fornet se refiere solo a su generación y a la de ahora, que unos párrafos después caracteriza como la de los jóvenes de más menos veinte años. Su generación y esta. Dos generaciones. Pero ¿acaso no fue la generación de Fornet a su vez la continuadora de un pasado literario que tiene varias generaciones y casi tres siglos de existencia real; que nació con El espejo de paciencia, y pasó, por solo mencionar algunos nombres, por Tristán de Jesús Medina, Féliz Varela, Saco, Plácido, el círculo delmontino, Cirilo Villaverde, Martí, Casal, Dulce María Loynaz, Carpentier, Lezama y el grupo Orígenes, Virgilio Piñera y otros muchísimos, algunos integrados en bloques, reunidos en torno a personalidades, publicaciones o a editoriales, y otros figuras solitarias que no se arrimaron a ninguna corriente? ¿Y dónde están las generaciones de escritores cubanos que debieron suceder a la de Fornet, ya casi octogenario? ¿Hay un salto en la literatura cubana desde la generación de Fornet hasta la de los jóvenes que están graduándose hoy en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, solo por poner algún ejemplo de novedad? ¿Será cierto que los muchachos que se bautizaron a sí mismos como Generación Cero tenían razón y en la literatura cubana no hubo nada antes que ellos se autoinventaran? ¿Tiene la literatura cubana un inmenso y misterioso agujero negro que va desde la generación de Fornet hasta los egresados del Onelio, muchos de los cuales, dicho sea de paso, podrían no estar ya contabilizados dentro de la generación de ahora mismo, puesto que hace tiempo pasaron generosamente de la veintena? ¿Solo existe continuidad literaria entre la generación de Fornet y la mismísima que está asomando ahora la cabeza en el escenario de la literatura cubana? Los que tenemos hoy entre cuarenta y sesenta años y no conocimos el contexto sociocultural de la generación de Fornet y, obviamente, tampoco pertenecemos a los polluelos emergentes, ¿qué somos, de qué tradición literaria provenimos y a cuál legado literario damos continuidad…? ¿Será que a ninguno? ¿Será que somos los expulsados de Poker Flat, la tripulación fantasma de la urca literaria cubana? Y aún peor: los escritores que no nos insertamos dentro de ningún grupo ni nos afiliamos a escuelas estéticas, posturas militantes y modas canónicas, y que para formar parte de un criterio generacional solo cumplimos con el parámetro de la edad, ¿qué somos entonces, ALIENS? Las afirmaciones que ahora escucho de Fornet, pero que ya he oído miles de veces en otras personas relacionadas con el mundo de nuestra cultura— me han creado la ominosa, angustiante sensación de que algunos escritores cubanos sencillamente no existimos. No nacimos nunca, para ser más exactos.
2-Veamos esto:
Nosotros éramos hijos del entusiasmo y de la absoluta confianza en el futuro, y los jóvenes que hoy tienen poco más de veinte años nacieron con el desplome de la Unión Soviética y con las escaseces e incertidumbres del período especial…
Si en la literatura cubana no se es hijo del entusiasmo y de la esperanza en el futuro, o de la caída del muro de Berlín y el desencanto, ¿no se pertenece a ella, sino a un limbo invisible e innombrable por bastardo? Yo propongo una pregunta más crucial: ¿Tiene o no tiene derecho a ser reconocida como literatura cubana aquella que no manifieste voluntad explícita de reflejar la realidad nacional de cualquier época —y desde cualquier posición ideológica— ni se exprese estilísticamente a través del canon realista propio de nuestra herencia fundacional española? Escribir sobre nosotros mismos ¿es lo único que confiere derecho de residencia en nuestras letras a un escritor, un poeta, un dramaturgo, un ensayista? ¿Es que la literatura cubana no puede ni debe aspirar a espacios universales, so pena de perder su derecho al gentilicio? ¿Hay que vivir y morir paladeando únicamente nuestro vino de plátano? ¿Por qué? ¿Será por aquello de nuestra insularidad? Un concepto tan oscuro como peligroso.
3-Serán los jóvenes quienes acabarán inscribiendo la fisonomía de los nuevos tiempos en el mapa de la literatura, así que confiemos en ellos… termina Fornet.
Yo voy a aprovechar estas palabras de Fornet para opinar sobre el tema, a la vez incluyente y excluyente, de la juventud como credencial de mérito y valía, que es también muy polémico y sobre el que todo el mundo tiene algo que decir, aunque no siempre sea sensato ni lúcido. La juventud y la vejez son etapas del ciclo natural de la vida, y el individuo tendrá una juventud y una vejez buenas o no en dependencia de cómo sepa y elija vivirlas. Lo que hace importante a un intelectual no es su juventud, sino su talento o su genio, y su trabajo, su obra, pero no la que tiene concebida dentro de su cabeza o en la gaveta, sino la que hace pública. El mundo está lleno de millones y millones de personas jóvenes que serán siempre individuos insignificantes, y de personas con magníficas ideas cuya obra, por diferentes razones, nunca se conocerá y no tendrá, por tanto, significación alguna. La juventud puede ser la clave del éxito en los deportes, pero no es garantía de nada en los territorios del Arte y la Cultura, ni los años una condición que rebaje la valía de los individuos, a menos que intervenga una decrepitud invalidante de la mente. No se es mejor ante la vida solo por ser joven, ni la condición juvenil merece elogio y ensalzamiento únicamente por sí misma. Cuando recuerdo el discurso reiterado de mis maestros sobre el trabajo de autoformación que tiene por delante quien pretenda consagrarse en serio a la literatura; sobre lo difícil que es forjarse una cultura y un oficio de escribir; sobre lo arduo de la tarea de dominar el lenguaje, pero sobre todo de la importancia de la experiencia vital, y del tiempo que debe transcurrir para que esta experiencia viaje a lo que, tan sabiamente, definió Harold Gramatges como el misterioso centro del alma de un creador, y sufra allí procesos de asimilación y transformación hasta convertirse en la obra negra, en la sustancia vital de la creación; cuando recuerdo la insistencia de Eliseo Diego —durante la única conversación que tuvimos— en lo importante que resulta para un artista sufrir; cuando recuerdo las recomendaciones de Beatriz Maggi, mil veces repetidas a lo largo de los años, sobre la importancia de evitar la soberbia, la ambición y la autocomplacencia; cuando vuelvo a oír en mi memoria el consejo que me dio una vez el poeta, periodista, narrador y dramaturgo Alberto Serret sobre la conveniencia de apartarse de los grupos y trabajar en soledad para que el espíritu pueda crecer sin falacias…; cuando todo esto vuelve a mi mente como una marea de recordaciones, no puedo menos que sentir frío en el estómago al contemplar la enorme distancia que observo entre esta herencia de preceptos éticos y profesionales que tuve la suerte de recibir, y ciertas proyecciones de conducta ostensibles entre algunos miembros de las promociones más jóvenes de esa intelectualidad cubana de ahora mismo en la que Fornet —y muchas otras voces— nos invita a poner nuestra confianza. Yo no sé, y nadie me ha demostrado fehacientemente hasta este minuto, por qué hay que confiar en las personas solo porque nacieron hace veinte años, y me parece que hacemos mucho daño a los intelectuales que comienzan a iniciarse como tales cuando les repetimos una y otra vez lo muy importantes que son, cuando la verdad es que todavía son NADA, o son muy poco de lo que, tal vez, algún día llegarán a ser. La formación de un intelectual requiere mucho rigor, mucha disciplina, y es esto lo que se debe enseñar a los jóvenes, y solo puede perjudicar su desarrollo el llenarlos de inmerecidas alabanzas que los inducen a la exaltación del ego, cuando en ocasiones no tienen ni siquiera una obra publicada, o tienen una producción aún inmadura. Eso induce a que los celebrados se hagan una falsa concepción de sí mismos y de sus posibilidades, y desarrollen, acorde con tan grande y nefasto error, expectativas que por su inconsistencia no tendrán más resultado que perjudicar su crecimiento intelectual y humano.
Para terminar, solo quiero dejar en claro, sin falsas expectativas de pontificar, pero con toda la seguridad que me ha dado mi ya larga experiencia de trabajo dentro del mundo de la literatura, algunas verdades que el Tiempo ha convertido en rocas referenciales:
1-Que en la Historia del Arte se ha visto más de una vez el fenómeno de que en el seno de una agrupación generacional hayan surgido varias figuras de suma importancia, y un grupo de creadores nucleados en torno a una escuela estética haya cambiado la concepción artística de una época, e incluso de Occidente. Pero esto no significa que baste agruparse con los amigos o los compañeros de estudios y publicar en dos o tres revistas y hacer un poco de periodismo,y buscar un nombre de guerra para la nueva troupe para que, automáticamente, como por magia inductiva, se replique el fenómeno de las Vanguardias artísticas del siglo XX.
2-Que la única verdad que acredita a un creador y a un intelectual ante su época y ante la posteridad es la solidez de su obra. Si una obra no es sólida, no puede ser útil a la Humanidad. Si Shakespeare, Cervantes, Victor Hugo, Stendhal, Tolstoi y Balzac (por solo mencionar algunos grandes) no hubieran sido los genios literarios que fueron, hoy nadie se acordaría de Hamlet, ni de Alonso Quijano, ni de Jean Valjean, ni de Julian Sorel ni de Pioter y Bolkonski, ni de los personajes de la Comedia Humana. Muchos artistas han dedicado su atención a desentrañar la naturaleza de las revoluciones, pero solo el genio individual de Alejo Carpentier fue capaz de producir El reino de este mundo y El siglo de las luces.
3-Que la Historia del Arte ha conocido muchos genios precoces (fenómeno más propio de los músicos y los poetas que de los escritores), pero estadísticamente serán siempre una minoría ¡muy menor! comparados con los intelectuales que han tenido que hacer una larga carrera de formación antes de entregar una obra madura. La juventud, para la mayoría de las personas normales, es una época de aprendizaje, casi nunca de coronación. Engañarse sobre esto y engañar a otros tiene, entre decenas de consecuencias, la de alentar en los jóvenes ambiciones desmedidas que no tienen apoyatura real, y empujarlos a reclamar para sí la atención y el espacio que están todavía muy lejos de haber conquistado; y también, a menudo, la de ser muy deshonestos consigo mismos y con los demás.
4-Que cada generación ocupa por derecho propio el lugar que le corresponde en la historia cultural de un país, y no necesita desalojar a las precedentes para conseguir su propio espacio. Lo único que tiene que hacer es trabajar bien y no pretender vivir solamente de una imagen creada con soplete.
5-Que no hay mayor orgullo que declararse heredero de una tradición cultural. Y nosotros los cubanos tenemos una muy joven, pero bien hermosa, de la que me parece un acto vil renegar, como con mucha vergüenza ajena he visto hacer a algunos escritores y poetas que gozan del muy discutible privilegio de no haber envejecido todavía.
6-Que el Hombre podrá andar en manadas y de hecho así apareció sobre la Tierra, pero cada individuo de la especie humana es único e irrepetible. Y lo que logre hacer como él mismo y por sus propios medios será, al final, lo único que importe, lo único cierto.
Con todo el respeto que merece el maestro Fornet, cuya trayectoria todos los cubanos conocemos, pero con todo el derecho que me otorga el hecho incuestionable de ser una escritora cubana, quiero ofrecer mi punto de vista, alternativo al de Fornet y al de todos los que alguna vez se manifestaron y se siguen manifestando en términos semejantes a los que él suscribió en esa entrevista.
Bueno, cuando la cultura es una maquinaria forzada a producir resultados, y a inflarlos además, ocurren ciertas cosas. Lo más jodío es cómo le alteran a uno los referentes. Uno no sabe a qué atenerse. Uno no tiene piedras de toque.
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