Juntos más allá de la muerte

No han de existir en este mundo muchas necropolis que puedan presumir de albergar el sueño eterno de un escritor célebre y sus personajes, pero el Cementerio de Colón habanero puede ostentar ese blasón. Cirilo Villaverde, consagrado como el primer gran novelista de Cuba y autor de nuestra novela fundacional Cecilia Valdés o la Loma del ángel, yace en un hermoso panteón de mármol adornado con un obelisco, y no muy lejos, en una tumba modestísima, los restos mortales de quien fue, quizá, la musa viviente del escritor tienen su ultimo reposo.

Panteón del escritor Cirilo Villaverde en el cementerio de Colón

La existencia real de Cecilia Valdés ha sido, desde la aparición de la novela en Nueva York, una tesis muy controvertida, pero no salió de la imaginación excitable de algún lector entusiasta o de los esfuerzos de un crítico literario prolijo e interesado en la Historia, sino de un fragmento de una carta escrita por el propio Villaverde a un conocido, donde confiesa que, para crear el personaje, se inspiró en “una mulata muy linda con quien llevó amores Cándido Rubio, mi condiscípulo y amigo, en La Habana”. Si la musa, quien sin duda se paseaba en chancleticas por los adoquines coloniales triturando corazones de todas las razas —como Villaverde la describe—, se llamaba o no Cecilia Valdés, es un enigma difícil de esclarecer después de tanto tiempo, aunque la tumba que en Colón lleva su nombre parece arrojar bastante luz sobre los hechos.

La lápida que corona la pobre sepultura fecha la muerte de su ocupante el 21 de mayo de 1893, lo que concuerda con la época en que se desarrolla la historia de la Cecilia literaria. La novela termina cuando Cecilia, enloquecida por la muerte de Leonardo que involuntariamente ha provocado, sufre las secuelas de su parto y es internada en un asilo para dementes. Es aún una mujer muy joven, no llega a los veinte años. Su destino acaba aquí para el lector, quien queda obsesionado por esta vida que se hunde en el silencio y el olvido. ¿Qué fue de Cecilia Valdés, privada del apoyo de su amante, desconocida por su padre biológico y ya sin su abuela Chepilla ni su amigo incondicional, el sastre José Dolores? La demencia borra la identidad. “No te rías de la locura, es peor que la muerte”, dice un personaje del dramaturgo norteamericano Tenessee Williams.

Pero si la locura no deja huellas del ser en el mundo, la muerte, paradójicamente, sí lo hace. En los libros de inhumaciones de la necrópolis de Colón consta que en esa fecha se dio sepultura a una mujer llamada Cecilia Valdés, natural de La Habana e hija de la Real Casa de Maternidad, tres datos que coinciden con el personaje creado por Villaverde. Un cuarto dato casi disipa ya cualquier duda residual: la fallecida era mestiza. Murió a la temprana edad de 39 años, lo que indica que sobrevivió por más de dos décadas a su final literario. Horroriza pensar que lo haya hecho en aquel asilo de dementes, donde como único Consuelo dice Villaverde que encontró a su madre Charo Alarcón. Una vida infernal sin ninguna semejanza con la existencia colmada de amor y placeres con que Cecilia soñaba. En vez del blanqueamiento que tanto anhelaba se hundió en la negrura más profunda. Su hija recién nacida tendría su mismo fatum: crecería sin su madre loca, quién sabe cómo y, para desgracia mayor, cargando sobre sus hombros el estigma de ser fruto de un incesto.

Pero hay otro lugar en La Habana donde Cirilo y Cecilia forman un dueto eterno, o al menos lo será mientras exista la ciudad. Es la iglesia del Santo Ángel Custodio, en la Loma del Ángel, en cuya plazoleta se alza una escultura en bronce del artista Eric Rebull que recrea la imagen de Cecilia. A pocos metros un busto de Cirilo Villaverde, colocado en 1946 en una hornacina de la fachada del templo, parece contemplarla sumido en meditación silenciosa que acompaña una vaga sonrisa.

Una reflexión sobre este emparejamiento que se mueve entre la ficción y la vida (o la  muerte) real, induce a un escritor a cuestionamientos un tanto metafísicos: ¿Qué lazos forja la escritura con las creaciones de nuestra imaginación? Y se puede ir aún más lejos: ¿acaso existen vasos comunicantes entre lo que escribimos los escritores y la manera en que se moldea la realidad? ¿Influye la materia literaria sobre la marcha de la existencia? ¿Somos, en verdad, demiurgos? Conan Doyle decidió matar a Sherlock Holmes para librarse del personaje, que lo acosaba, y nunca lo logró. La historia de la literatura abunda en casos de escritores que terminaron estableciendo una relación morbosa con alguno de sus personajes o con las historias que crearon para ellos. La sospecha da miedo, y aunque los escépticos digan que es muy lógico que Villaverde y Cecilia estén enterrados en el Cementerio de Colón porque eran habaneros y esa era, entonces, la única necropolis de la ciudad, y en definitiva no existen pruebas fehacientes de que esa muerta sea la musa del escritor, a mí el connubio me sigue impresionando, como todo lo que parece sobrenatural, aunque no lo sea..

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La magia de la música más allá de las fronteras del sonido

Lev Sergueievich toca su theremín

Hace muchos años, en el Onceno Festival de la Juventud y los Estudiantes celebrado en La Habana, vi y escuché por primera vez un sintetizador en acción. Un músico checo (o polaco, después de tantas décadas ya no recuerdo) ofreció una coral donde él era la voz veintiuno en vivo. Todo el resto del coro inmenso era su propia voz replicada por aquel instrumento. Me impresionó de tal manera que durante años guardé el recorte de diario donde se le anunciaba y estuve pensando en aquello. Mucho después, ya casada con mi esposo Benigno Delgado Hernández, guía de turismo, visitamos la casa de uno de sus amigos, quien tenía un sintetizador. Era un músico aficionado, algo que yo jamás me he considerado a mí misma, pero cuando me ofreció manipular el instrumento y comenzó a enseñarme la infinita cantidad de sonidos que encerraba en su interior, me hizo pensar con mucha fuerza en aquellas extraordinarias cajas mágicas de que hablan los cuentos de hadas, donde están encerrados todos los sonidos del universo. Luego pensé el El Aleph, de Borges, pero El Aleph encierra todas las imágenes posibles, mientras que el sintetizador guarda sonidos Había cantos de pájaros, ruidos de tormenta, entrechocar de espadas y cánticos de guerra, entre otras muchas cosas. Yo estaba por entonces escribiendo el guión de mi aventura Los Celtas, y la posibilidad de ser yo misma quien trabajara el sonido de la serie, de acuerdo con mis conocimientos de esa cultura extraordinaria, me provocó tal excitación que Benigno tuvo que sacarme de la casa de nuestros amables huéspedes casi a rastras. Recuerdo, como un dato aleatorio, que aquel matrimonio amigo había comido esa noche una gran cantidad de jamón de pierna y estaban intoxicados, pero yo no sentía piedad: el egoísmo del artista que acaba de hacer un descubrimiento capital me poseía sin dejar espacio para ningún otro sentimiento.

De más está decir que el sintetizador se agregó de inmediato —junto con perros pastores y huskies, un caballo, una cabaña cerca del mar, un telescopio, una colección de música y todo lo necesario para poder pintar —a la larga lista que conformaba y aún conforma el conjunto de mis sueños imposibles. A veces uno llega a resignarse a tantísimas renuncias, hasta que un día navega en internet y descubre…

El Theremín y el Tautronio

Carolina Eyck

El theremín a veces parece un instrumento del futuro de la Tierra o de otro mundo. Su música parece evocada de la nada, notas y tonos burlados y manipulados por movimientos hipnóticos de manos y dedos a través del aire.

Así aparece descrito en internet el único instrumento musical conocido hasta la fecha que se “toca”completamente sin contacto físico directo. Fue inventado alrededor de 1920 por el físico ruso Lev Sergeyevich Termen, conocido más tarde como Leon Theremin, cuyo apellido pasó a nombrar el instrumento de su invención.

Si yo tuviera que describirlo, diría que fue una especie de caja cuadrada en sus inicios, rectangular en sus versiones modernas, de la que sobresalen dos antenas que operan con los principios del electromagnetismo. Es más o menos así, pero recuerden los lectores que siempre fui ponchada en Física.

El theremín recuerda, a quien lo ve tocar, la leyenda del aprendiz de brujo, porque el músico mueve sus manos alrededor del instrumento como si hiciera pases mágicos, y entonces se produce el milagro de una música que no parece de este mundo. ¿El secreto? Los músicos controlan los sonidos moviendo las manos y los dedos alrededor de una antena vertical para subir o bajar el tono, y hacia arriba o hacia abajo sobre una antena en bucle para controlar el volumen. En realidad, las manos del ejecutante controlan y manipulan los campos magnéticos alrededor de las antenas. ¿No parece cosa de brujos?

Lev Sergueievich nació en San Petersburgo, Rusia Zarista, en 1896. A los siete años montaba y desmontaba relojes con una precoz habilidad ingenieril, y a los quince construyó un observatorio astronómico. Al igual que muchos jóvenes de familias pudientes de su país, tomó lecciones de violín, violonchelo y otros instrumentos musicales. Como en el caso de tantos descubrimientos científicos, por ejemplo el elemento radio de los esposos Curié, el theremín es fruto de una sorpresa tangencial. En 1920, Lev inventó un ingenio que permitía usar la nueva tecnología de las ondas de radio para medir algunas propiedades del elemento gaseoso, pero descubrió que su aparato emitía “un extraño gorjeo” que él podía moldear si movía sus manos alrededor del equipo. Como era un músico entrenado, es posible que desde el primer momento reconociera el potencial artístico de su nueva creación. Según declaró en una entrevista, su conversión del aparato en instrumento musical fue muy intencional: “No estaba —dijo— satisfecho con los instrumentos mecánicos que existían, de los cuales había muchos. Todos fueron construidos usando principios elementales y no estaban bien hechos físicamente. Estaba interesado en hacer un tipo de instrumento diferente. Por lo tanto, transformé equipos electrónicos en un instrumento musical que proporcionaría mayores recursos». Si este criterio de Lev Sergueievich era válido o no y qué hubieran dicho de él Bach, Bethoven, Chopin, Lizt y otros grandes compositores y concertistas de la historia musical de Occidente es algo que no sabremos nunca, porque no conocieron el theremín.

Tras semejante triunfo pronto Lev Sergueievich viajó a Estados Unidos, donde fue muy bien recibido y se le concedió un estudio en West 54th Street, en Nueva York. Pronto allí se dieron cita compositores y científicos. A los primeros los fascinaba el instrumento y a los segundos los intrigaba. El propio Einstein llegó a alquilarle a Sergueievich una habitación desocupada en el estudio del inventor para poder estudiar el fenómeno de la música celestial del theremín.

Sergueievich ganó mucho dinero con su instrumento en Estados Unidos , y comenzó a soñar con construirlo en serie para que todo el mundo pudiera tocarlo, pero su sueño no se pudo materializar debido a lo dificultoso que resulta tocar bien un theremín.

La extraña sonoridad del instrumento hizo que fuera usado en programas y películas que requerían efectos especiales. La más conocida de ellas, filmada en 1951, fue El día que paralizaron la Tierra, pero antes ya había sido usado en la banda sonora de Miklós Rózsa para la película Spellbound, de Alfred Hitchcock, ganadora del Oscar en 1945. 

 Después de un corto período el instrumento cayó en el olvido. Sin embargo, a partir del documental Theremin: An Electronic Odyssey, realizado en 1993, el theremín de Lev Sergueievichh está viviendo un gran renacimiento. Músicos de reconocido prestigio lo han adoptado y los conciertos se suceden. La música del theremín, que ciertamente deslumbra por su increíble registro de bajos y agudos y parece música de las esferas, la misma de la que hablaba el filósofo griego Pitágoras, ha sido empleada en filmes clásicos del cine como Star Trek, la usó el celebérrimo grupo Led Zeppelin en su conocida canción Whole Lotta Love, y The

Jimmy Page, de Led Zeppelin, toca el theremín

Rolling Stones la empleó en su álbum psicodélico Her Satanic Majesty Requests, de 1967. La artista islandesa Hekla Magnúsdóttir, quien combina el theremín con su voz en sus álbumes, ha dicho:  «Creo que tiene mucho potencial inexplorado, y también es fascinante visualmente». Violonchelista como Lev Sergueievich, a ella también le parece el theremín un instrumento que produce música de planos ajenos a este mundo. Carolina Eyck es otra maestra de theremín que busca difundir este instrumento único y está ampliando su escaso repertorio con nuevas composiciones como su pieza Ocean, de 2019. Ella ha dicho: «Cuando tocas el theremín, parece algo mágico, como si pudieras lanzar hechizos”. También ha confesado que la banda sonora de Spellbound, que escuchó en su infancia, tuvo tuvo en ella un impacto particular . El actor Keanu Reeves aprendió a tocar el instrumento en Bill & Ted Face the Music, la reciente tercera entrega de la trilogía de Bill & Ted. Se ha utilizado en temas para programas de televisión como la serie de ITV Los asesinatos de Midsomer, o el tema central de la serie de vampiros de los años 60 y 70 Dark Shadows, e incluso en discos icónicos, como Oxygène de 1976, de Jean Michel Jarre. Este instrumento se oye también, especialmente al final, en la película One Flew Over the Cuckoo’s Nest (Alguien voló sobre el nido del cuco) producida en 1975, que ganó numerosos premios internacionales y fue la segunda película en obtener los cinco principales premios Óscar: Película, director, actor (Nicholson), actriz (Fletcher) y guion adaptado.

¿Es realmente tan difícil de tocar el theremín?

No existe una enseñanza estructurada sobre cómo tocar un theremín, pero se requiere alguna clase de formación musical, aunque no sea imprescindible una escolarización de altos niveles. “Además de una buena percepción espacial, un músico necesita un oído brillante para tocar notas específicas. Necesita combinar movimientos corporales relajados con una concentración mental intensa”.

Los músicos de theremín emplean técnicas de expresión física y emocional, del mismo modo que procede un actor. La consecuencia de esta comunión de singularidades es que hay muy pocos virtuosos de theremín en el mundo, y cada uno tiene su propio estilo. «Cada músico aporta su propia personalidad distintiva al theremín, y estas diferencias pueden ser bastante fundamentales, casi como una firma sonora», dice Charlie Draper, un destacado músico británico de theremín que actúa tanto en solitario como con su colectivo orquestal Retrophonica. Yo diría que, además de instrumento musical, el theremín es un estado del alma.

Liev Sergueievich tuvo un triste final. Se cree que actuó en Estados Unidos como un agente doble del Kremlin. Fue llamado a la Unión Soviética, donde, víctima de las purgas stalinistas, fue enviado a una prisión para científicos, y allí fue obligado a trabajar en la creación de dispositivos electrónicos de espionaje. Su trabajo tuvo gran repercusión en el espionaje soviético en las altas esferas gubernamentales estadounidenses e inglesas. Murió a la edad de 97 años.  Su sobrina nieta, Lydia Kávina, también thereminista, creó la banda sonora del filme El maquinista, en 2004.

La indescriptible sonoridad del theremín ha hecho que se le asocie con situaciones inquietantes y con los géneros de misterio y terror,  pero sus ejecutantes también lo  emplean en la interpretación de música clásica, especialmente en música experimental y en música clásica contemporánea de los siglos XX y XXI; así como en géneros de música popular como el rock, el rock psicodélico y el art rock.

Los avances de la tecnología moderna han hecho sus aportes al theremín. Se ha llegado a producir theremines de manera más o menos artesanal con modos de interactuar muy distintos, como por ejemplo, theremines ópticos que miden la cantidad de luz que llega a un sensor. También la empresa Roland comercializa en algunos de sus módulos un sensor de infrarrojos llamado D-Beam, con el que se puede controlar, no solo el tono, sino alternativamente el parámetro que se elija. Actualmente existen incluso modelos que participan de la tecnología MIDI, lo cual posibilita que tengan, virtualmente, cualquier timbre que se desee utilizando un sampler, pero dicho efecto rara vez produce sonidos audibles, al no estar pensado el diseño original en ese sentido.

Un modelo actual de theremín

Actualmente, un gran número de thereministas buscan seguir el legado de los grandes virtuosos del instrumento, algunos de ellos son Jean Michel Jarre, Lydia Kavina, Barbara Buchholz, Carolina Eyck, Katica Illényi, Ernesto Mendoza, Peter Pringle, Robby Virus, o Pamelia Kurstin.

Trautonio

El trautoniofue inventado en 1929 por el ingeniero alemán Friederich Trautwein. El músico y compositor alemán Paul Hindemith escribió muchas piezas para él y así  los nazis tuvieron su versión del theremín ruso. El trautonio, del que Goebbels fue un apasionado admirador, parece una gran versión temprana de un sintetizador, pero no tiene un teclado, sino dos tablas que sostienen un cable de resistencia sobre una placa de metal, que puede ser presionada por los músicos y también pasar sus dedos sobre ella. Aunque el trautonio generó gran entusiasmo y la misma expectativa que el theremín de que pudiera llegar a convertirse en un instrumento de masas, durante más de siete décadas solo un joven músico, Oskar Salas, lo tocó en conciertos.

Oskar Salas

También tocaba en programas de radio especialmente concebidos para el instrumento, pero sus actuaciones terminaron cuando fue reclutado para la guerra. Cuando la contienda bélica terminó, Salas creó un estudio en Berlín donde trabajó en bandas sonoras para documentales, cortometrajes y comerciales. Desarrolló una nueva versión del instrumento, el mixturtrautonium, capaz de producir un sonido más rico y polifónico.También lanzó grabaciones de piezas de Paul Hindemith y Harald Genzmer, compuestas específicamente para el trautonio.

Es poco o nada conocido el hecho de que el director de cine de terror estadounidense Alfred Hitchcock quedó fascinado cuando escuchó el sonido del trautonio, al extremo de que lo utilizó en la banda sonora de su famosa película Los pájaros. Los chillidos de los ataques masivos de las aves fueron conseguidos con ese instrumento.

Hitchcock escuchando una partitura de theremín para la banda sonora de Los pájaros

Salas murió en 2002, pero un joven músico de Múnich, Peter Pichler, quien se había enamorado del trautonio «cuando era un estudiante de música y estaba viendo un film independiente con este sonido”, encargó un mixturtrautonium a la única compañía en Alemania que aún produce el instrumento. Pesaba 85 kilos y no había nadie que pudiera enseñarle a tocarlo. Perseveró y ya ha realizado varias presentaciones en Europa.

Yo he escuchado las sonoridades de los dos instrumentos, y pienso que el theremín es muchísimo más espiritual, verdadera música de mundos más elevados y trascendidos que el nuestro, aunque pueda llegar a ser auténticamente espeluznante en algunos momentos , mientras el trautonio puede conducir al oyente a los misterios del Inframundo, los recovecos de todos los infiernos inventados por el hombre desde el Orco etrusco al Hades griego, desde el Hell escandinavo hasta las moradas de fuego del Satán cristiano. Pero tan importante como las bellezas y misterios de estos instrumentos en sí mismos, está  su legado, porque en ellos, a pesar de su rareza o quizá por ella misma, se cumple una ley de la cultura y de la historia: nada queda sin continuidad. Ambos son los antepasados del sintetizador que me fascinó aquella lejana tarde de visitaciones, en que llegué a pensar que yo podría crear la banda sonora de una batalla en la Irlanda prehistórica entre los Thuatha de Danaan y los Fomore, entre rugidos de tempestad y alaridos de muerte. Yo, que no sé nada de música y mi única postura ante ese arte es de veneración.

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ENGAÑO: el octavo pasajero (V)

Este es el quinto de una serie de artículos que intentan advertir a las personas sobre el peligro de manipulación ideológica, cultural, religiosa, política y social que representan las noticias falsas y las teorías de la conspiración, fenómenos que han tomado al mundo por asalto desde que Donald Trump obtuvo la Presidencia de los Estados Unidos en 2016. Existen empresas que obtienen los datos que usted revela en sus redes sociales y los usan para personalizar sus estrategias de manipulación. Usted puede ser confundido y su mente manejada por narrativas que, en algunos casos, van dirigidas puntualmente a grupos vulnerables a determinados asaltos psicológicos. Usted debe ser consciente de que estas manipulaciones pueden provenir de aquellos en quienes más confía, incluso de sus líderes religiosos. Todos debemos ser objetivos e informarnos sin pasión antes de dejarnos llevar por la pasión. Si lo desea tome partido pero, primero, sepa por quién y por qué.

QAnon: el octavo pasajero

Un adepto de QAnon agita el logo del grupo en medio de un meeting de Donald Trump

Para mí todo empezó hace años, cuando algunos de mis amigos, interesados en la sanación por métodos de medicina alternativa y tradicional y en ciertos aspectos de la espiritualidad New Age, comenzaron a introducir en sus conversaciones, que hasta ese momento me habían sido muy familiares, conceptos nuevos, raros y desconcertantes unidos a nombres de gurús  de ahora mismo, algo muy común en este mundo de la alteridad en que se mueven de manera habitual aquellas personas que han perdido confianza en la ciencia y se sienten inconformes con las propuestas tradicionales de la cotidianeidad. Algunos de mis amigos seguían a ciertos gurús. Otros, solo manejaban los temas de un modo vago.

Los gurús suelen dividirse en dos categorías: los canalizadores, individuos que dicen estar en comunicación con deidades, seres extraterrestre y/o Maestros desencarnados que quieren ayudar a la evolución de la Humanidad, y son, por tanto, una mezcla de intérpretes y mensajeros de tales entidades; y los Maestros, conspicuos personajes con cierto grado de conocimiento esotérico y etiqueta de “Iniciados”, quienes irrumpen en escena portando la antorcha de “nuevas teorías” olvidadas o “reveladas”, que supuestamente arrojan luz sobre aspectos de la historia humana, la evolución del planeta y las leyes del universo.  Omito nombres porque algunos de estos “Maestros” tienen prestigio internacional, imparten conferencias en centros importantes y gozan, en ocasiones, de tolerancia y hasta de cobertura oficial por parte de los gobiernos.

Algunas de las teorías más espectaculares y excitantes expuestas por tales gurús y Maestros no son nuevas, y unas cuantas fueron expuestas en decenas de cuentos y novelas de ciencia ficción a partir de los años 30, y vistas en series como Expedientes X y Black Mirror.  Todos los aficionados al género las disfrutamos allí en sus formas más exuberantes y elaboradas. Sin embargo, detecté cierto sesgo en esas conversaciones que me llamó la atención por sus planteamientos abiertamente esperpénticos. Por ejemplo, varias veces escuché repetir que en una isla cercana a Jamaica, Hillary Clinton y un grupo de destacadas personalidades de la élite del partido Demócrata norteamericano, unidos a célebres  figuras de Hollywood y de la política internacional, tienen un templo o santuario dedicado a Satanás, en el que sacrifican niños a los cuales, previamente, han sometido a violaciones, y luego de sacrificados, devoran su carne y sus cerebros en medio de rituales tan macabros que ni pueden ser imaginados.

Algún amigo mío habla también de ciertos cuatro pilares del “sistema” que están cayendo: la economía, la religión, la ciencia y la política. El Gobierno Secreto del Mundo o Estado Profundo (que algunos identifican con los Iluminati) los ha sostenido por siglos para cegar a la Humanidad y poder dirigirla a su antojo, pero ya se acerca el momento en que nuestro planeta va a dar un salto cuántico a una zona de la galaxia donde la vibración es mucho más elevada, y quienes no hayan preparado sus cuerpos y sus mentes para este gran salto tendrán que morir. Todo el proceso está dirigido por los habitantes de la constelación de Las Pléyades (los enigmáticos pleyadianos), quienes tienen a su cargo la evolución de los terrícolas para que puedan integrarse en un anillo cósmico de gran espiritualidad, y cuando demos ese gran salto, comenzará en la Tierra una nueva Edad de Oro sin guerras, sin enfermedad. La Realidad perderá todos los afeites con que la ha invisibilizado el Estado Profundo y aparecerá ante nuestros ojos en toda su prístina y avasalladora desnudez, y entonces ¡SABREMOS!… ¿Qué? Hasta ahora nadie me ha proporcionado una idea clara de lo que sabremos..

Estos sesgos discursivos, tan parecidos a una burda emulsión de mala ciencia ficción con antiguas profecías muy distorsionadas provenientes de la Biblia, el pueblo maya y otras culturas desaparecidas, y de cierta literatura delirante cuyo género no podría precisar, pero en la que percibo ecos de un pensamiento mítico muy antiguo (la Edad de Oro es un concepto presente en los albores de civilizaciones tan antiguas y disímiles entre sí como la griega y la maya, por solo citar dos ejemplos), corren en paralelo en La Habana con un incremento de grupos religiosos de confesiones protestantes, entre los cuales no los más numerosos, pero sí los más vehementes son, sin duda, los pentecostales. Pero los protestantes y, aunque menos, también los católicos, hablan obsesivamente de Satanás, un personaje que, salvo en la teoría conspiranoica del templo pedófilo de Hillary Clinton, no aparece ostensiblemente en el imaginario de mis amigos (hasta donde sé, casi todos ateos). Creí percibir también fragmentos de narrativas de ciertas sectas foráneas, algunas ya extintas y otras no tanto, pero todo lo demás ¿de dónde está saliendo? No se trata solo de pensamiento mágico —reacción lógica en sociedades de la Posmodernidad donde han señoreado por décadas discursos muy materialistas con fuerte base tecnocientífica—. Tampoco de las típicas teorías conspiranoicas sobre naufragios extraterrestres ocultos en bases militares como Roswell, inmediatamente posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. Hay algo más. ¿Cómo llega toda esa pseudoinformación a una isla rodeada de agua por todas partes, y tan tardía en su sintonía con el mundo que ya José Martí en el siglo XIX la llamó “la comarca demorada”?

Mis amigos solo tienen respuestas vagas. Es evidente que no conocen o no cuestionan las fuentes de este entramado de realidades alternativas en el que están hundidos hasta las cejas, al punto de que ya no son capaces de pensar en términos de la vida real. Solo he podido sacar en claro dos pistas: que ellos obtienen esos materiales en forma de audios, libros digitales y documentos de Word que otros serviciales (¿?) amigos y conocidos les pasan en flash y tablets, y que uno de mis amigos está convencido de que Hillary Clinton perdió las elecciones del 2016 frente a Donald Trump no por el voto de los colegios electorales, sino porque se descubrió su red internacional de pedófilos, en la que también están involucrados el Dalai Lama y… el Papa Francisco. Cuando le pregunté de dónde obtuvo esa información respondió muy sorprendido: “¡Todo el mundo lo sabe!”. Pero en 2016 la prensa oficial cubana solo se refirió a la imputación hecha a Hillary por el Senado y las más importantes agencias de Seguridad de los Estados Unidos por hacer uso de un servidor de correos privado para tratar asuntos oficiales, entre los cuales había varios temas de alta sensibilidad para la Seguridad Nacional. Ni entonces ni después nuestros medios de comunicación han mencionado la supuesta red de pedófilos satanistas.

La primera pista indica la fuente: la Internet de otros países o conexiones en Cuba de banda ancha capaz de descargar (¿gratis?) videos de larga duración. La segunda pista es más compleja y tiene que ver con una antigua frase latina de uso clave en la Abogacía: cui bono: ¿quién se beneficia? ¿Quién sacaría partido de lanzar al fuego en el mismo saco a Hillary Clinton, el partido Demócrata y la Iglesia Católica, uno de los monoteísmos más poderosos y numerosos de la Tierra? Mis pobres amigos cubanos, ingenuos en su aislamiento, sumidos de lleno en sus océanos de pensamiento mágico —proceloso para quienes carecen de la más mínima noción antropológica sobre la naturaleza del fenómeno—, no tienen idea de ser receptores involuntarios de una conspiración política de alcance internacional que, como ahora sí ya está claro para mucha gente en nuestro planeta, puede, por imposible que parezca, alterar la faz del mundo.

Ya me referí en posts anteriores de este seriado al fenómeno digital 4chan, el tablón de imágenes o imageboard creado en 2003 en la Internet oculta por un adolescente norteamericano que terminó convirtiéndose en gurú tecnológico de prestigio internacional. 4chan demostró ser una tierra muy fértil, una especie de Jardín del Edén donde han florecido frutos tan disímiles como el grupo Anonymous de cyberactivistas, surgido en  2008 casi junto con la plataforma Wikileaks; el rocambolesco movimiento llamado QAnon (por sus tufos sulfurosos alguien se ha referido a él como nacido en las cloacas de Internet), aparecido en 2017, y una de sus últimas plantas exóticas de cuatro hojas: los Boongaloo Boys, un grupo que defiende el derecho de portar armas en público y quiere otra Guerra de Secesión en los Estados Unidos que ponga fin al Estado Federal. Se identifican por vestir camisas hawaianas y ropa de camouflaje. No tienen estructura jerárquica ni ideología definida, hay entre ellos neonazis, supremacistas, partidarios del movimiento Black Lives Mathers, anarquistas y casi cualquier tipo de cosa. Como todo fenómeno nacido de Internet acaba por saltarse las fronteras de sus webs y salir a varias partes del planeta. Por ahora es todo lo que diré sobre él.

Pero QAnon merece más atención.

QAnon tiene su bandera, que de algún modo vago recuerda un poco a la de la Repúblilca Independiente de Texas, tal vez sean los colores…

La aparición de este grupo en 4chan recuerda a muchos analistas un juego de realidad alternativa que, como muchos saben, no es lo mismo que un juego de rol. En líneas generales, los juegos de rol tienen siempre una especie de Maestro de Ceremonias llamado Director de Juego, quien crea una trama y media entre los jugadores-personajes, los cuales, responden, en ocasiones, a estructuras arquetípicas aunque no siempre es así. Cada jugador tiene libertad para crear su personaje, lo diseña, define sus características, su personalidad, su vestuario que en algunos casos suele ser un disfraz verdadero, por ejemplo de mago, druida, guerrero o princesa en los juegos de fantasía heroica; de estadistas, reyes y héroes en los de corte histórico. Los jugadores toman apuntes, emplean dados para decidir acciones, mapas y tableros para simular situaciones, no hay un guión y todo se basa en la improvisación. Hay un consenso totalmente consciente entre los jugadores, quienes se reúnen, por lo general, en casas particulares con la única intención de pasar un rato agradable entre amigos. Todos saben que están participando en el juego de forma voluntaria, y el juego terminará en algún momento, bien porque la narrativa concluye o porque los jugadores tienen que volver a sus casas a ocuparse de sus vidas reales.

Amigos participando en un juego de rol
Dados y otros elementos empleados por los jugadores de rol. En ocasiones se usan disfraces.

Un juego de realidad alternativa es otra cosa. Aunque la imaginación humana es inagotable, este tipo de juegos suele responder casi siempre a la siguiente estructura: una persona recibe por mail, por una llamada telefónica, por una carta o por cualquier otro medio (puede ser hasta un subrayado en su periódico favorito) un mensaje anónimo que lo invita a jugar. Si acepta, recibirá otro mensaje donde se le ordena cumplir una misión. Cada mensaje contiene instrucciones para cumplir metas de la tal misión y, al mismo tiempo, instrucciones para alcanzar el próximo hito en el juego.

Jugador de realidad alternativa busca códigos encriptados y ppistas que le conduzcan a su nueva misión

Vea el lector  la definición que he tomado del sitio https://hipertextual.com/2015/06/juegos-de-realidad-alternativa:

La naturaleza de los juegos de realidad alternativa es permitir que los individuos se conecten y vayan integrando cada vez más personas a la experiencia, creando una comunidad.

La premisa más importante de los ARG ha sido acuñada en la frase “Esto no es un juego”, pues los participantes no deben ser capaces de distinguir entre el juego y la realidad. La línea que separa ambos universos debe ser muy fina, casi irreconocible. Las reglas del juego no deben ser específicas, sino que deben ser descubiertas por cada individuo. Asimismo, la historia del juego no se presenta de forma cronológica, el participante debe descubrirla juntando piezas dispersas en distintos medios, por lo que resulta imprescindible que todas las piezas tengan cierta concordancia y conexión.

Otra parte fundamental de los ARG es que se desenvuelven en múltiples espacios. Mientras que cuando juegas un videojuego estás limitado a un mundo imaginario en la consola, o bien la experiencia de un juego de rol se limita a un tablero o a un lugar y tiempo reducido en el caso del LARP; las piezas de los ARG se esconden dentro de la red, en los espacios públicos, en otros individuos; puede cobrar forma en un pasaje de la literatura universal, en las palabras de un extraño, en una llamada telefónica misteriosa y mucho más.

En los ARG, la vida real es un medio; no es necesario crear un alter ego, un avatar. Quienes participan deben ser ellos mismos dentro del juego, unas personas normales que se encuentran con un reto a superar y se verán obligados a buscar pistas en su cotidianidad. Es por esta característica que se convierten en experiencias comunitarias. A pesar de que los ARG son poco difundidos en un principio, la naturaleza del juego es permitir que los individuos se conecten y vayan integrando cada vez más personas a la experiencia, creando una comunidad.

No solo las personas mentalmente inestables, sensibles a la sugestión, solitarias o con personalidades mal estructuradas pueden llegar a confundir el juego con la realidad. Puede ocurrirle a cualquiera, porque estos juegos demandan de sus jugadores un muy elevado sentido del compromiso, de modo que si usted acepta jugar, juega y muy en serio, aunque jamás llegue a saber quién lo está dirigiendo, porque eso es parte (y muy excitante) de esta clase de juego. A mí se me parece al funcionamiento de la mente ezquizofrénica, en la que el enfermo recibe órdenes cuya fuente no siempre puede identificar, pero se siente obligado a cumplir inexorablemente. Puede darse el caso de que un jugador, sentado frente a su tele, crea descubrir un mensaje encriptado en las palabras del conductor de su programa favorito, que le envía a visitar de madrugada un cementerio, robar una tienda o caminar desnudo por su centro de trabajo. Es un encadenado de retos. La situación es tan fascinante como plástica y ha inspirado novelas, filmes, obras de teatro… Las redes sociales son mecanismos ideales para poner en marcha juegos de realidad alternativa, sobre todo si la red en cuestión es un sitio de la internet oculta que se caracteriza por tener el anonimato como su regla fundamental y una libertad de expresión casi total. Literalmente, un paraíso para troles.

En octubre de 2017, apenas un año después de que Donald Trump resultara electo Presidente, apareció en 4chan una cuenta a nombre de “Q Clearance Patriot” (Q patriota con permiso de seguridad). La letra Q, en el puesto 17 del alfabeto occidental, es la clave del más alto nivel de acceso de seguridad en el Departamento de Energía de la Casa Blanca vinculado con programas nucleares. Anon es el diminutivo de Anónimo, la firma que distinguió a 4chan y a otros muchos sitios de la internet sumergida. Q se convirtió en QAnon. ¿Quién era?  Un individuo o varios, un trol, un loco, pronto dejó de importar: en 4chan había desembarcado el Octavo Pasajero, que llegaba al mundo respondiendo algún comentario referente al Pizzagate —tan convenientemente estallado un mes antes de las elecciones presidenciales donde Hillary perdió la Presidencia—, y anunciaba:

La extradición de HRC [Hillary Rodham Clinton] ya está en marcha efectiva ayer con varios países en caso de huida por frontera. Pasaporte aprobado para ser señalado el 30/10 a las 12.01am. Esperar que ocurran disturbios masivos como respuesta y otros huyendo de EE UU. Marines dirigirán la operación mientas Guardia Nacional activada.

El tono del mensaje, calificado por el periodista Jordi Pérez Colomé de conciso, peliculero y críptico, se repitió en el segundo mensaje de QAnon:

¿Dónde está Huma [Abedin, asesora de Clinton]? Seguid a Huma. Esto no tiene nada que ver con Rusia (aún). ¿Por qué Trump se rodea de generales? ¿Qué es la inteligencia militar?.

Todo era un pastiche de gran incoherencia, pero… ¿quién dijo que el pensamiento racional suele imponerse en los asuntos humanos?

Ninguna persona en su sano juicio hubiera podido imaginar lo que sucedería a continuación. QAnon siguió comunicándose con sus cada vez más respetuosos y atentos seguidores, que se multiplicaron como amebas. A través de mensajes como los anteriores —que sus admiradores comenzaron a llamar “gotas” o “migas” que ellos debían amasar pacientemente hasta obtener un mensaje—, fue construyendo lo que podríamos llamar la trama maestra de este movimiento entonces naciente: un Gobierno Secreto o Estado Profundo, formado por una camarilla internacional poseedora de enormes riquezas, satanista, pedófila y caníbal gobierna el planeta. Los altos militares del Pentágono reclutaron a Donald Trump para enfrentarse a este grupo siniestro y maléfico y liberar al mundo de su tiranía, algo que, por supuesto, Trump no puede hacer público aún, pues en él se concilian las inconciliables condiciones de ser el Presidente de la primera potencia mundial y al mismo tiempo un luchador encubierto del Bien. Su misión es desbaratar y exponer toda esta red de miserables seres humanos y darles su justo castigo, además de “hacer grande a América otra vez” (slogan puntero de su campaña presidencial), salvando el Sueño Americano amenazado por la mezcla de razas, eliminando a los indeseables inmigrantes mediante la construcción de un muro a lo largo de los más de 3 mil kilómetros de frontera con México, y restaurando la economía hasta que de las cloacas americanas broten torrenteras de oro.

Pero QAnon fue más lejos: en 2016, la investigación sobre la posible interferencia de Rusia en las elecciones en favor de Trump, conocida como “la trama rusa” [1], llevada a cabo por Robert Muller, Fiscal Especial del Departamento de Justicia, era una tapadera, pues Muller, en realidad, trabajaba encubierto junto con Trump en esta Cruzada justiciera, y los dos contaban con el apoyo incondicional de las Fuerzas Armadas y la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. El momento inmediato a la culminación de su misión, que QAnon llama El Gran Despertar, llegará cuando el mundo descubra la maldad del Estado Profundo, y la gran batalla que Trump desencadenará entonces para llevar a los culpables a su destino final en la base de Guantánamo, es llamada por los adeptos de QAnon La Tormenta. “Somos la Tormenta”, dicen, y “A donde va uno, vamos todos”. Son sus consignas insignia. Lo de tormenta proviene de un filme de Ridley Scott, Tormenta blanca, tal vez recordado por Trump en una ocasión en que se reunió con militares en la Casa Blanca y comentó a la prensa presente: “¿Saben a qué se parece esto? A la calma antes de la tormenta”, y cuando un periodista le preguntó qué significaban sus extrañas palabras, respondió sibilino: “Ya lo veréis”. Algunos jocosos, a su modo también teóricos de la conspiración, han querido ver en El Gran Despertar un recordatorio de la famosa píldora roja que, tomada por los protagonistas La Matrix, los ayuda a despertar del sueño-vida virtual en que vivían sumidos. La apoteosis de La Bella Durmiente.

Al decir de un analista de QAnon, su semejanza con un juego de realidad alternativa está dada porque sus narrativas “combinan diferentes elementos que dan a la gente sentido y placer: es en parte análisis, en parte juego, en parte fe. Los miembros descifran pistas, se conectan unos con otros y se inspiran para ver una versión de la verdad que es épica, religiosa y sensacionalista. Se sienten atraídos por tener estas revelaciones y por entrar en la lucha por la verdad”.

Para colmo de increíbles, Trump ha dado su aval públicamente a esta teoría de la conspiración llamada QAnon, en cuyo vientre se agitan mil y una pequeñas subtramas tan conspiranoicas como la trama madre. En medio de la pandemia causada por la Covid-19 y las protestas desatadas por el asesinado del afroestadounidense George Floyd, fue interrogado por la prensa sobre QAnon, algunos de cuyos miembros ya comenzaban a aparecer en sus mítines portando distintivos con la letra Q sobre pancartas y ropas. Estas fueron las respuestas presidenciales a la entrevistadora de Democracy Now:

D.T.: Bueno, no sé mucho sobre el movimiento, aparte de que, según entiendo, soy muy de su agrado, lo cual agradezco. Estas son personas que no les gusta ver lo que está pasando en lugares como Portland y lugares como Chicago y Nueva York y otras ciudades y estados. Y he escuchado que estas son personas que aman a nuestra patria y simplemente no les gusta ver lo que está pasando. Entonces, no sé realmente nada al respecto, aparte de que, supuestamente, soy de su agrado.

REPORTERA: En el centro de la teoría radica esta creencia de que usted está secretamente salvando al mundo de un culto satánico de pedófilos y caníbales. ¿Le parece que usted puede respaldar algo así?

D. T.: Bueno, no he escuchado eso, pero, ¿se supone que es algo malo o bueno? Me refiero a que, si puedo contribuir a salvar al mundo de sus problemas, estoy dispuesto a hacerlo.

Los anónimos seguidores de Q ya no tienen que conformarse con envidiar a sus tradicionales héroes modélicos Tarzán, Superman, Dick Tracy, James Bond o Batman: ahora ellos mismos son los héroes y esas conspiraciones falsas se han convertido en los ejes de sus vidas. Sienten que dejaron de formar parte del sumiso y oprimido cuerpo de baile de la sociedad: se han convertido en primas ballerinas.

Las hipótesis sobre la verdadera identidad de QAnon siguen en el candelero y no falta quienes estén convencidos de que se trata del propio Donald Trump. El dedo identificador también señala a un tal Timothy Charles Holmseth, supuestamente periodista laureado, colaborador encubierto del FBI y autoproclamado “cabeza de la Fuerza de Tareas del Pentágono Contra la Pedofilia”, quien ha revolucionado las redes sociales y algunos sitios productores de fake news con una sensacional noticia:  la operación llevada a cabo en Nueva York por las autoridades navales del Gobierno para liberar a miles de niños a quienes la red de pedófilos demócratas mantenía cautivos en unos túneles siniestros que conectan con la residencia de Hillary Clinton. Se me ocurre que el apellido Holmseth podría ser un constructo entre el del celebérrimo detective de ficción Sherlock Holmes y el nombre Seth, dios egipcio serpentiforme de remota antigüedad a quien hoy se le tributa un culto satánico en los Estados Unidos. He buscado en vano en Internet referencias a la carrera periodística de Holmseth, su  órgano de prensa, sus lauros y, por supuesto, sus datos biográficos, pero hasta ahora no he encontrado más que unas páginas donde aparece la foto de un hombre de aspecto desagradable, desaseado y torvo, una cara que uno nunca le pondría a un periodista en un juego de rol. Ni siquiera la prensa seria que cita su información sobre el rescate de los niños ofrece detalles específicos sobre él. Hay afirmaciones de check points acerca de que La Fuerza de Tareas del Pentágono contra la Pedofilia no existe. Siento que, de existir, dicho grupo tendría poco que ver con el Pentágono. Tendría más sentido encontrarla como un Departamento del FBI o la NSA. Y si este tal Holmseth realmente trabaja encubierto en una investigación del FBI sobre pedofilia, ¿cómo es posible que haya publicado información sobre el caso con fotos incluidas, explicando el papel que juega él mismo en esa investigación? ¿Por qué casi nadie se dedica a desmontar informaciones o, cuando menos, a cuestionarlas? Hasta este momento, Holmseth tiene toda la pinta de ser un bulo, y uno burdísimo, además. Sin embargo, su “noticia” del rescate de los niños cautivos ha sido replicada en mucha prensa seria más allá de las fronteras estadounidenses.  De cualquier modo los seguidores de QAnon no quieren saber mucho sobre Holmseth, porque prefieren seguir alimentando la esperanza de que su guía misterioso tenga un único nombre: Donald Trump, el redentor.

Pero el problema no radica exactamente en la identidad de QAnon, sino en el movimiento creado a partir de su aparición en 4chan.


[1] A pesar de que Trump se ha declarado públicamente “exonerado” de la acusación de estar coludido con Rusia en este caso, Las conclusiones del Fiscal Muller nunca lo declararon inocente. Por el contrario, la investigación concluyó haber hallado evidencia de interferencia rusa en esas elecciones, aunque no pruebas de que Trump estuviera coludido con el Gobierno ruso. Trump criticó duramente la investigación de Muller y conmutó la pena impuesta a su colaborador Robert Stone, acusado de entablar algún tipo de negociación con funcionarios rusos y condenado por manipulación de testigos, obstrucción de la justicia y mentir al Congreso. Después, Trump intentó destituir a Muller. (Continuará…)

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ENRIQUE ARREDONDO, MONARCA DEL DISPARATE Y SOBERANO DE LA RISA

Alguien me ha preguntado por qué quiero escribir sobre el gran cómico cubano Enrique Arredondo. Mi interlocutor es muy joven, no recuerda a Cheo Malanga ni a Bernabé ni al Doctor Chapotín, las grandes creaciones humorísticas de Arredondo, y le he respondido que precisamente porque muchos como él tampoco recuerdan, es que quiero recordarlo yo, pues esa es la labor del cronista: mantener viva la memoria de una nación.

Pero de la nada sale nada, me dijo un día cierto personaje, y tenía razón, por lo que no se puede hablar de Arredondo sin antes poner en contexto qué fue el teatro bufo, dónde se originó, cómo nació en Cuba y hacer un poco de su historia, tan ligada a la sustancia misma de la cubanía.

La palabra bufo, derivada de bufón, nació de la célebre Comedia del Arte, un fenómeno de la cultura popular italiana del siglo XVI, dicen unos, y XVIII afirman otros. No era una compañía de actores tal como hoy las conocemos, sino un género popular con personajes fijos que representaban  a las diferentes clases sociales. Los actores eran mimos consumados y salían a escena con máscaras perfectamente identificables que caracterizaban a los personajes, y vestuarios muy coloridos que hoy nos parecerían extravagantes o circenses, pero se derivaban de los grupos de volatineros medievales que actuaban en las ferias de pueblos y ciudades, sobreviviendo de la caridad pública. Wikipedia describe así la dinámica estructural de la Comedia:

Los argumentos más típicos, tramas muy sencillas, suelen relatar las aventuras y vicisitudes de una pareja de enamorados (por ejemplo Florindo e Isabella) ante la oposición familiar (Pantaleone o Il Dottore) o tipos del entorno social como Il Capitano. Las intrigas, mimos y acrobacias corren a cargo de los «zanni» (‘criados’), que encarnan personajes tipo como Arlequín y su novia Colombina, el astuto Brighella, el torpe Polichinela o el rústico Truffaldino.

Las puestas en escena tenían parlamentos, pero también instrumentos musicales, canciones, bailes y acrobacias, en los que los actores eran diestros. Las obras eran muy breves y las historias descabelladas, y en ellas se hacía burla, en ocasiones soez, de los grandes temas del intelecto y el espíritu, la política y, de alguna manera no siempre explícita, la vida licenciosa de monjas y frailes. E representaban por lo general en plazas y plazuelas de las villas, el público gustaba mucho de estas representaciones, y solía rodear el estrado donde tenían lugar las cabriolas y diálogos de los actores.

EN CUBA

Existe constancia de que la primera obra teatral cubana fue representada en La Habana, en un ranchón rústico junto a la costa, por un grupo de jóvenes. Se titulaba Los buenos en el cielo y los malos en el suelo, y era una comedia con elementos de sátira y parodia que más tarde, al separarse, dieron lugar a géneros como la parodia, el sainete y el apropósito. Este último no puedo describirlo porque no tengo idea de lo que significó. Ello ocurrió en 1598 y ese año se cita como el nacimiento no solo del teatro en Cuba, sino del bufo cubano, que con el tiempo desarrollaría tipos y temas muy propios que contribuirían a la conformación y reafirmación de nuestra nacionalidad. A mediados del siglo XIX el bufo cubano ya tiene fisonomía propia.  Sus personajes: el Negrito, ya no un esclavo precisamente, sino un criollo vaguísimo,  picarón y con mucho gracejo; el Gallego inmigrante, serio, trabajador, obstinado y con muy pocas luces; y la Mulata linda y zalamera que se alía con el Negrito para embromar o aprovecharse del Gallego. Su lugar fue el teatro Martí.

Arquímedes Pous, nacido en 1891, iba a estudiar Medicina por orden de su familia, pero amaba las tablas. Una noche, mientras se encontraba ayudando a montar el escenario de un teatro, vio a un familiar suyo que le buscaba. Se tiznó con carbón rostro y manos y se escondió para no ser reconocido y devuelto a casa. Tenía entonces 15 años, pero su carrera había comenzado y pronto fue contratado por el teatro Martí, de cuya compañía de actores  llegó a ser director. Además en su condición de coreógrafo, sobresalió en los bailes típicos cubanos y norteamericanos. Actuó en teatros de Boston, Nueva York, Filadelfia y otras ciudades de los Estados Unidos y de Montreal, Toronto y Ottawa, Canadá. Pasó a la historia del teatro cubano como el mejor Negrito, gran actor y excelente bailarín de rumba y danzón, pero murió prematuramente a los 34 años. Nunca estuvo vinculado al Alhambra.

EL ALHAMBRA

Finalmente el género, tan gustado por el público, llegó, como todo lo humano, a su decadencia. Es entonces cuando va en su auxilio el libretista Federico Villoch, nacido en La Habana  en 1869 y educado en España. Estudió la carrera de Leyes, que no terminó por su amor al teatro, era muy culto y  ejerció también el periodismo de costumbres. Emigró del teatro Martí al Alhambra, seguido por un grupo de actores entusiastas y experimentados en el género. Escribió para la compañía más de 400 obras de lo que hoy llamamos teatro vernáculo (no es exactamente el bufo), entre las que se encuentra La isla de las cotorras, que sí recuerdan todos los cubanos que hayan visto el antológico filme La bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet. Entre las revistas musicales más destacadas que creó aparece La danza de los millones.

Fotograma de La Bella del Alhambra

El Alambra, un teatro en principio solo para hombres, descrito como “templo al cuerpo viviente de las bellísimas y nada pudibundas vedettes cubanas, reino de la picaresca y del arte popular en toda su carnal y espontánea plenitud”, fue la sede de los bufos cubanos, también llamados caricatos. Allí se representaron las mejores obras del género y se dieron a conocer los teatristas más sobresalientes. Además del propio Villoch, se encontraban en el equipo los hermanos Robreño y compositores del talento de Jorge Ankerman y Eliseo Grenet. No hubo suceso político que no fuera convertido allí en motivo de burla, sarcasmo y crítica, y entre el público que abarrotaba su lunetario, platea y “gallinero” se contaron visitantes tan ilustres como Rubén Darío, Blasco Ibáñez, Valle Inclán, Jacinto Benavente y García Lorca, aunque la lista fue mucho más nutrida, pues era internacionalmente conocida la recomendación: “Si vas a La Habana no te pierdas el Alhambra”.

Y de este linaje ilustre en el teatro cubano musical, en el que se incluye el género bufo, desciende Enrique Arredondo, nacido en 1906, quien, además de en la escena, trabajó en el cine, la radio y la televisión, y creó los mejores personajes del humor en la segunda mitad de la república.

“MENTIRA, TÚ ME STÁ ‘NGAÑÑÑÑÑAAAANDO…”

Arredondo, por el contrario de Pous, no comenzó en el teatro, sino que antes trabajó como mensajero, repartidor de pomos de leche en carretilla, conserje, cartero, descargador de ladrillos, pelotero, vendedor de ropa, zapatero y cualquier cosa que se le presentara. En 1923 ya lo encontramos actuando en varias compañías que recorrían la isla, pero no solo actuaba, bailaba y cantaba, sino también fue libretista como Villoch. En 1934 fue contratado por el Alhambra para sustituir al actor Sergio Acébal en el personaje del Negrito.

Cuenta una anécdota que su padre, quien soñaba con verlo convertido en un dentista respetable, conociendo su verdadera vocación trataba siempre de desanimarlo diciéndole que él no servía para el teatro, que no tenía vis cómica, etc, y una noche en que le repetía una vez más su discurso, le puso como ejemplo de humor magistral la actuación de un Negrito que recién había visto en el Alhambra (o tal vez en otro teatro), a lo que Arredondo le respondió con modestia: “Ese negrito que usted vio era yo”. El padre, entonces, le regaló dos costosas camisas de seda “para que se presentara en escena con prestancia”. Y se acabaron las oposiciones familiares.

En 1940 fundó su propia compañía y realizó presentaciones en Tampa, en Puerto Rico y en varias ciudades de México como Mérida, Veracruz, Campeche, Oaxaca, Chiapas y México D.F., donde fue contratado para actuar en una revista musical junto a cómicos mexicanos de la talla de Tin Tan y «Palillo».

En la radio interpretó varios personajes, y durante diez años fue el Chicharito del famoso dúo Chicharito y Sopeira. También para la emisora CMQ creó el personaje del Doctor Chapotín, y hasta su muerte se mantuvo como parte del elenco de programas tan gustados como Alegrías de sobremesa.

Para el cine trabajó en los filmes Que suerte tiene el cubano, Nuestro hombre en La Habana con Noel Coward, Alec Guinness y Mauren O’Hara, y en 1977 actuó en Son o no Son,  película del ICAIC dirigida por Humberto García Espinosa.

Pero fue en 1956, al comenzar en la televisión, donde Arredondo brilló en todo su esplendor. Ya vamos siendo menos quienes recordamos al bravucón, pero en el fondo cobardísimo Cheo Malanga de San Nicolás del Peladero, con su hilarante bocadillo: “¡Aguántame, que lo mato!”, que vociferaba agitando los brazos como si fuera a boxear, pero caminando hacia atrás.. En el 69 entró a formar parte del elenco del programa Detrás de la fachada, conducido por Consuelito Vidal y Cepero Brito, quienes con su inolvidable aviso: “Mira para allá”, dirigían las cámaras hacia los actores, y estos, en ocasiones, se salían del set para interactuar con ellos, como aquella vez divertidísima en que Arredondo-Bernabé le fue arriba a Consuelito y le estampó un sonoro beso en el cuello bravuconeando después: “¡Cuando yo quiero besar, beso!”, y ella, cogida totalmente por sorpresa, tuvo que improvisar para salir del paso. Arredondo, sorprendido al verla de momento sin saber qué hacer, le dio un compás de segundos para que se repusiera, para lo cual se arrancó su sombrerito y  lo arrojó al suelo mientras gritaba: “¡Y lo tiro porque es mío!”.

Bernabé: «¡Cuando yo quiero besar, beso!»

Eran tiempos de gloria en la televisión cubana, con sus sets “de palo”, una sola cámara y unos actores tan brillantes y creativos que eran capaces de salirse de libreto e improvisar un programa únicamente auxiliados por su imaginación. En San Nicolás… Arredondo tuvo momentos sublimes de humor junto al también actor cómico Germán Pinelli, tan versátil, en su papel del estirado, ridículo y lamebotas plumífero Eufrates del Valle. Sus “morcillas”, como se llama en la jerga actoral al parlamento o frase improvisados, se hicieron célebres y pasaron al habla popular. Todavía se escuchan de vez en cuando en alguna boca que por causa de la edad no conserva ya su dentadura original.

Cheo Malanga, bravucón de El Peladero

“Monarca del disparate y del absurdo, soberano de la risa”, lo llamó en 1981 el periodista Mario García  del Cueto. Yo no me creo capaz de describir su ingenio verbal, que era mucho más que una apología del disparate, pero sí recuerdo que Arredondo tenía una expresión corporal única. No solo era un consumado bailarín, sino un mimo de primera categoría, y creó un estilo de movimiento para sus personajes que era una mezcla de espatapájaros con muñeco de palo y juguete de cuerda. Tenía una forma inolvidable de subirse la cintura del pantalón hasta casi la mitad del pecho, de un golpe y usando solo los codos, y un modo inimitable de batir los brazos rígidos de arriba a abajo, vertiginosamente, para reafirmar algo que estaba diciendo con gran convicción. Nadie podía controlar la carcajada al verlo hacer aquellas locuras. Yo era una niñita, pero jamás me perdí un programa donde él apareciera, ni mis padres tampoco, y nuestras risas atronaban la salita de nuestro apartamento. Nadie se le podía resistir a aquel cubano nacido para obligar al mundo entero a “sacar la cajetilla” cada vez que él quisiera.

Dicen que su carrera sufrió un opacamiento cuando, durante un programa en el que actuaba su personaje de Bernabé, este amenazó a “su nieto” con castigarlo a ver los muñequitos rusos si se portaba mal. Dicen también que él siempre lo negó. Yo vi aquel programa y realmente dijo lo que dijo, pero era lo mismo que decían entonces muchos cubanos, pues al menos durante tres generaciones habíamos sido educados en la estética de los Muñes de Disney, con su dibujo impecable, sus movimientos enteramente naturales, el dinamismo arrollador de sus historias, sus bandas sonoras geniales, sus argumentos tremendos y aptos para cualquier edad, y sus personajes de caracterizaciones –antológicas- tan variadas que iban desde lo puramente picaresco, con personajes como el pragmático y astuto Rico McPato y su familia, el osado e impredecible Pájaro Loco y Las Urracas tramposas y un poco perversas, hasta el intenso dramatismo de una madre pájaro que llora la muerte de su polluelo helado sobre la nieve o la desolación del Patito Feo rechazado por todos. Tuvo que pasar el tiempo y nacer otra generación que no conoció el mundo gráfico de Disney, para que hoy tantos cubanos añoren los muñequitos rusos como nosotros clamamos todavía por el regreso del Pájaro Loco.

No hay error más grande en el diseño e implementación de una política cultural que obviar el peso de los contextos sociológicos de una época, porque son más reales que la misma realidad, y su presencia no puede ser borrada de un conglomerado humano solo por obra y gracia de un decreto que promueve su abrupta abolición.

Arredondo escribió su autobiografía, que tituló La vida de un comediante, publicada en 1981 por la editorial Letras Cubanas. En esas páginas el lector podrá descubrir que además de amante de la actuación fue un fanático de la pelota, como legítimo cubiche. Y verá, además, que su ídolo fue siempre Arquímedes Pous. Él declaró en entrevista a la prensa que durante la presentación de la obra tuvo que firmar miles de ejemplares. No lo dudo y no creo para nada que fuera una de sus antológicas exageraciones.

Durante los últimos años de su vida participó en varios proyectos y revistas satírico-musicales, en colaboración con los prestigiosos humoristas Enrique Núñez Rodríguez, Héctor Zumbado y Alberto Luberta. Falleció en 1986, tras una larga y penosa enfermedad. Y esta es la historia de un cubano icónico que creyó firmemente en el poder de la risa, y en la absoluta necesidad de ella para mantener sanos y lúcidos el corazón y el alma de los hombres.

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FINA GARCÍA MARRUZ, SOMBRA SILENTE, MISTERIO ESCRITURADO

Y si a ese rostro, como a un espejo, nos volvemos, y si sólo a él lo creemos verdadero, es porque él participa de algo incorruptible y mantiene su velada promesa a la que nos aferramos como a la fe. No, no es razonable que ese anciano irreconocible siga aferrándose al joven que alumbra todavía como una lámpara la vieja fotografía amarillenta, pero por poco juicioso que parezca sólo a ella se referirá para decirnos: yo era así.

La dicha

Fina García Marruz

La gente de Orígenes era de hierro y oro, sobrados de luz y generosidades, de talento y poesía. […] Un tiempo de platino para la poesía cubana y de toda la lengua española.

J.J. Armas Marcelo

POR QUÉ NUNCA FUI A VISITAR A LOS VITIER-GARCÍA MARRUZ

En dos ocasiones coincidí con Cintio Vitier, una vez en el Movimiento Cubano por la Paz, donde él impartía una conferencia sobre Martí, y la segunda en el Centro de Estudios Martianos, donde fui a entrevistarlo para la revista Clave sobre el compositor sinfónico hispano-cubano Julián Orbón, miembro de Orígenes y gran amigo suyo, o hermano, como definiera Fina a todos los miembros de la gran familia que fue ese fenómeno grupal de la cultura republicana en Cuba e Hispanoamérica.

En ambos encuentros Cintio me invitó a visitar su hogar, lo que hubiera sido, tal vez, el preámbulo para mi entrada al círculo íntimo de los Vitier, pero nunca cumplimenté sus cordiales invitaciones. ¿Por qué?  No lo sé. Mi Maestra y mentora Beatriz Maggi dijo en la clase inicial que impartió a mi grupo de primer año de la carrera de Filología, en cuya aula me encontraba: “Hay cosas en la vida que nunca se llegan a saber”. Lo dijo recostada al escritorio sobre el estrado de los profesores, mientras su mirada erraba en el vacío, y puede que mientras escribo estas líneas y recuerdo aquella sentencia, mis ojos tengan la misma expresión ausente, propia de quien se ha preguntado algo infinidad de veces sin encontrar jamás una respuesta.

Pero tengo la vaga impresión de que si me paralizó algún motivo recóndito, probablemente estuvo relacionado con la figura de Fina, porque su retraimiento me intimidaba. La única vez que la vi en persona fue en el Centro Dulce María Loynaz, donde presentaba yo una muestra colectiva de pintura en la que participaba José Adrián Vitier, nieto de la pareja, y mientras al final Cintio agradeció mis palabras con un cálido apretón de manos y unas frases muy estimulantes y renovó por tercera vez su invitación, ella solo mostró su aprobación con una sonrisa dulce y apacible. Igual sentimiento inexplicable me frenaba cuando alguien me proponía: “Vamos a conocer a Dulce María Loynaz”.

Por qué ciertas personas que no nos han hecho ningún mal y a las que apenas conocemos nos intimidan de tal modo, es un tema que merece análisis, mucho más en el caso de Fina García Marruz, una mujer que nunca mostró un ataque de ego, altanería o arrogancia, “adornos” lamentables de tantas personalidades de la cultura, porque era la sencillez misma, con su cabello de aspecto desarreglado, sin una gota de maquillaje sobre sus facciones ni el menor intento de camuflar sus años, amén de discreta y sobria en el vestir. Pero por alguna razón, supongo que por decisión propia, Fina se mantenía siempre como una especie de sombra misteriosa, silente, escriturada, apareciendo en todas partes junto a Cintio, los dos como bicéfalo de un único cuerpo, pero cediendo ella, con la mayor discreción, todo el espacio y toda la luz al esposo, como la luna al sol.

FINA

Fina nació en La Habana un 28 de abril de 1923, por lo que hoy celebramos su llegada a la Tierra. Quienes han escrito sobre su persona recalcan que fue hija de la gran pianista Josefina Badía y hermana del músico Felipe Dulzaides, y la música fue  lo primero que conoció en su hogar. También se ha contado, a veces por la pareja misma, cómo ella conoció muy joven a Cintio, cuyo amigo inseparable era ya, desde entonces, el poeta Eliseo Diego, y cómo nació de aquellos encuentros un noviazgo por partida doble, ella con Cintio y su hermana Bella con Eliseo. 

¿Fue casualidad que Cintio por entonces estudiara violín? Quién sabe. La doble pareja de enamorados se reunía por las noches en la casa de las hermanas, célebres entre los estudiantes y conocidos de la familia por ser ambas muchachas bellas y gráciles, aunque Fina parecía más tímida e introvertida que Bella. Usaban por entonces ropas semejantes y boinas ladeadas al estilo bohemio de París, y así aparece Fina no solo en las fotos de familia, sino en un óleo donde la retrató nada menos que el gran pintor Fidelio Ponce de León, aunque en un inicio su madre manejó el nombre de Víctor Manuel, creador de la célebre Gitana tropical. Fina ha contado que Ponce, a quien describió como “desdentado y cruzando la sala con su gran sombrero alón”, la hizo probarse una gran cantidad de tocados y sombreros antes de decidirse por la boina, y nunca la miró mientras la pintaba. Ella tenía entonces quince años.

El retrato es, o al menos a mí me resulta, muy desconcertante. Como puede apreciarse, no hay rostro, solo un trazo que evoca labios apretados, y la boina le oculta la mirada. Un traje amarillo que se ha descrito como de esgrimista completa la imagen. No es lo que por definición se esperaría del retrato de una adolescente, sino algo de lo que emana un aura un poco oscura y bastante melancólica. Sin embargo, Fina se reconoció en él, y no solo eso, sino que la pintura la impresionó tanto que le dedicó poemas, entre ellos estos versos:

Envuelta en una luz verdosa
de fantasmal  marina, aparecía en el lienzo,
con solo un toque grana en los labios fruncidos,
sin que se vieran los ojos
y sí la sombría mirada,
una mirada como la que debían tener
los muertos que hemos olvidado demasiado pronto.
Qué estanque tan quieto y tan lleno de limo era
yo allí algunas tardes!
Tras la albura aparente de la edad
la corrupción devoraba los blancos

Como solía ocurrir con los miembros de la alta y media burguesía cubanas, Fina –como también Dulce María Loynaz y su hermano Enrique- se doctoró en Derecho por la Universidad de La Habana, aunque la sequedad propia de la carrera no dejó huella alguna en su sensibilidad poética.

La íntima, indestructible relación entre los amigos y las hermanas sobrevivió a las bodas y perduró hasta sus muertes. Fueron un cuarteto visceral que reunía a sus hijos los fines de semana en la famosa quinta de Arroyo Naranjo, propiedad de Eliseo, y tanto los hermanos Vitier como los Diego guardaron nostálgicos recuerdos infantiles de aquellos días mágicos.

FINA Y EL MUNDO INTERIOR DE ORÍGENES

Cintio, Fina y Eliseo formaron parte del grupo de intelectuales y artistas que se nucleó en torno al poeta Lezama Lima, cuya vocación de animador cultural le llevó a fundar no solo el grupo y la revista Orígenes, considerados el acontecimiento cultural más importante de su tiempo en América Latina junto

con la revista argentina Sur, liderada por Victoria Ocampo, sino también otras publicaciones como Clavileño, Espuela de plata y Nadie parecía. Fina fue una de las dos mujeres que integraron la generación de Orígenes. La otra fue la pintora Cleva Solís. Al final, luego de la muerte de Eliseo, solo Cintio y Fina quedaron como sobrevivientes, y tras el fin de Cintio Fina se convirtió en la última representante viva de aquel extraordinario suceso cultural que no ha tenido réplica en la historia de esta isla. Mientras yo investigaba y recopilaba material para el presente trabajo, me pregunté una vez más por qué jamás, never more, como el cuervo de Poe, ha surgido entre nosotros algo semejante, pero un libro –La virtud doméstica, de Rigoberto Segreo- me ofreció una posible y muy significativa explicación: entre los parámetros que definen una generación, analizados por sociólogos, antropólogos e investigadores culturales nacionales e internacionales, resalta una condicional: que la interrelación social entre los integrantes sea fluida y sostenida.

El Grupo Orígenes

Eso fue lo que, además del talento individual de los origenistas, creó esa aura –el alma- tan singular que caracterizó a Orígenes. Fueron, como Fina afirmó en más de una oportunidad, una gran familia, pero no solo una gran familia, sino un grupo que creó entre sus miembros vasos comunicantes de afectos y sentimientos muy fuertes, muy sinceros, al extremo de que se movían juntos, se reunían juntos, tertuliaban juntos, e incluso cada domingo viajaban a Bauta para almorzar con uno de los miembros, el sacerdote Ángel Gaztelu, cuya parroquia se encontraba en esa localidad, como si todos estuvieran conectados a una infinita, invisible, enigmática fuente de nutrición espiritual, y no pudieran sino respirar el mismo oxígeno a riesgo de no ser. Cuando uno lee esas historias siente que un elemento raro e  innombrable sirvió como adhesivo entre aquellos jóvenes. Algunos estudiosos de Orígenes han mencionado la religión como causa probable, pues todos eran católicos fervientes, pero yo no lo creo. Hubo mucho más: un desinterés, una hermandad, una solidaridad, un gozo de cada uno en las glorias de los demás, una ausencia total de mezquindades y miserias humanas… Una misma calidad de la sustancia que los conformaba, unida a una incuestionable pureza de intención. ¿Que fueron hijos de una misma circunstancia histórica: el complejo panorama político republicano? ¿Y qué panorama político de cualquier época y país no  ha sido complejo? Otros muchos intelectuales de la isla lo fueron también, pero no fueron origenistas, y aunque muchos colaboraron con los proyectos editoriales de Lezama nunca llegaron a integrar el corazón del grupo. Como dice un hermoso y muy profundo versículo bíblico: “Andaban entre nosotros, pero no eran de los nuestros”.

Es posible que a los grupos y  “generaciones” que han venido después les hayan faltado en primer lugar el talento, y en segundo lugar la humildad y la autenticidad de los origenistas. Tal vez por esas carencias solo han pasado a los libros de crítica literaria y las antologías, pero está por ver si pasarán a la Historia con mayúscula.

Los lazos de amistad dentro del grupo eran tan poderosos que sobrevivieron a los enormes y turbulentos cambios que removieron los cimientos de Cuba en 1959. Como puede leerse en “Julián Orbón, la música inocente”, mi entrevista a Cintio, esos lazos se mantuvieron incluso cuando el exilio comenzó a separar a los miembros. La relación entre Cintio, Fina y Julián nunca terminó y sobrevivió incluso a la muerte de este último, porque siguió viviendo entre los memoriosos, como también ocurrió con la desaparición física del doctor Agustín Pí, apodado “el miembro silencioso de Orígenes”. Esas muertes provocaron en los vivos duelos tales que jamás fueron superados, y una ausencia tan llena de dolor que renovaba la pena cada día. Recuerdo cómo Cintio, en conversación al margen aquella tarde de mi entrevista, me confesó que le seguía doliendo que Carpentier hubiera excluido a Orbón de su tratado La música en Cuba. Aún después de tantos años, seguía sintiendo la ofensa como una llama que no cesaba de quemarle la mejilla. “Cobarde”, sentenció.

No quiero extenderme en este trabajo sobre las anécdotas que Cintio y Fina contaron acerca de la vida interna de los origenistas, que funcionaban como una falange macedonia, porque escribiré sobre eso en otros trabajos. Solo diré que durante la larga vida de Eliseo, atacado por muy penosas crisis de intensa depresión, siempre tuvo a su lado a Cintio y Fina sosteniéndolo, queriéndolo tanto como él los quiso.

EL BICÉFALO PIENSA Y EJECUTA

Siento, en cambio, que este texto debería hablar más sobre Fina, ya que es su natalicio el que se conmemora. Debo entonces referirme a la intensa labor que el matrimonio desarrolló en la Biblioteca Nacional, donde crearon la sala José Martí. Contra lo que pensé encontrar mientras investigaba esa etapa de sus vidas, fue Fina quien impartió las conferencias y condujo las visitas guiadas al público, mientras Cintio se mantenía en su labor de investigación, y al decir de quienes les conocieron y trabajaron con ellos en aquel tiempo, ella abandonaba su habitual timidez y se entregaba con verdadera pasión a esas tareas. Creo que Fina era un cofre liso y poco llamativo en su apariencia exterior, discretamente cerrado por pudor, pero cuando se abría mostraba un interior lleno de joyas preciosas que esparcían la más intensa Luz. Es como si Martí la hubiera presentido cuando escribió (en orden inverso) su sentencia: “Poca tienda, mucha alma”. Ya dijo Jorge Luis Borges que los escritores vivos son a la vez descendientes y antepasados de los escritores muertos. Y tenía razón.

EL CENTRO DE ESTUDIOS MARTIANOS

Luego crearon ambos el Centro de Estudios Martianos, que Cintio dirigió durante muchos años. Eran eruditos en la vida, obra y pensamiento de José Martí, al que dedicaron ensayos y libros agudísimos, estudios invaluables para la comprensión de la figura más alta y venerable que ha producido esta isla. Recuerdo que descubrí de un modo totalmente fortuito que se interesaban, además, en otras disciplinas del conocimiento no relacionadas con Martí, la literatura y la cultura cubana.

Una tarde llegué a la Biblioteca Nacional para mis estudios habituales sobre las culturas celtas  precristianas y la importancia en ellas de la sangre y los sacrificios, y en el tarjetero correspondiente encontré un título que de inmediato me interesó. Trataba sobre la importancia que atribuían a la sangre los griegos anteriores al período clásico y al surgimiento de su panteón de dioses tal como hoy le conocemos; tiempos ancestrales de hechicería y magia muy bien plasmados por Homero en el capítulo de La Ilíada donde Ulises sacrifica un toro para invocar con su sangre el alma de su padre difunto. Llené enseguida mi ficha y solicité el volumen. Las bibliotecarias tardaron bastante en responderme, y al fin me anunciaron que no podían entregármelo porque Cintio y Fina “estaban trabajando con él”, y el libro no se encontraba en el edificio.  Recuerdo aquello porque me sorprendió muchísimo saber que les interesaban temas tan alejados de la cubanidad y tan estrechamente ligados a la Antropología.

Y OTRA VEZ FINA…

Mientras buscaba anécdotas que faciliten a mis lectores un acercamiento a la personalidad de Fina, encontré una muy curiosa, narrada por su nieto José Adrián. Era una compulsiva escritora de cartas, incluso algunas las tecleó sin cintas en su máquina y hoy resultan ilegibles. Montones de cartas, pero… muchas nunca las enviaba. Una de ellas, que llegó a arrojar a la basura como a tantas otras, la recuperó al día siguiente de la papelera, la desarrugó, la corrigió y volvió a botarla. Ella y Bella se escribían a diario misivas interminables, a pesar de que se veían con frecuencia y hablaban por teléfono varias veces al día.

Eliseo, Bella, Fina y Cynthio

Era una mujer tan sencilla que dijo muchas veces que su mayor orgullo eran sus hijos. No su obra ni la de su marido, sino sus hijos, a quienes consideraba su mejor creación.

Sin embargo, mientras leía para este trabajo su breve ensayo La dicha,[1] llegué a sospechar que en el fondo, o para ser más exacta, en uno de los fondos de su personalidad (pues todos tenemos más de uno) se empozaba una tristeza latente que la ataba al pasado con férreas cadenas, condenándola a revivirlo sin cesar en la memoria como el tiempo del Paraíso perdido y, tal vez, nunca reencontrado, al que percibía como una sucesión de instantes fugaces, volátiles como suspiros, experiencias intransferibles de sabor único imposible de ser compartido. Un coctel que, me parece, empuja a quien lo bebe directamente a los dominios de la Soledad interior más desgarradora:

 Y cuál es la sustancia de la dicha, de la rara dicha, de cuerpo glorioso, a la que no le pedimos, como a la muerte o a la vida, una justificación, sino que por su naturaleza parece bastar por sí sola, ser suficiente como un dios? Nunca le preguntaríamos a ella para qué existe o de dónde ha venido, pues ocupa el cuerpo mismo del instante con una plenitud tal que arrasa la posibilidad de una continuación, a la vez que la hace, para pena nuestra, imposible. Puede residir, como la poesía misma, en cualquier cosa, sin consistir esencialmente en ella. Por eso, intentar que otro comprenda por qué fuimos tan dichosos un instante cualquiera, es un intento de una naturaleza semejante al de contar el argumento de un poema a alguien que no tuviera noticias de su cuerpo mismo. Es un conocimiento que no puede transmitirse de oídas o que, mejor, no puede ser objeto de ninguna clase de intercambio. Reclama la persona única y consiste en su propia aparición, en su intransferible instante. Sin darnos cuenta, quizás hemos nombrado, uno por uno, los atributos del ángel.

¿“¡QUÉ BUENO, UNA MENOS!”? ESTULTICIA CONTRA DISCERNIMIENTO

Hay otro aspecto de la personalidad de Fina que me interesa analizar: su desasimiento, su “indiferencia” ante la realidad que muchos le reprochan e identifican con apatía ideológica, y otros, paradójicamente, le enrostran como una culpa, acusándola de alguna supuesta filiación política. Y digo supuesta porque no encuentro una palabra más adecuada en este instante. Pero yo observo la misma característica en

Dulce María Loynaz y sobre todo en Beatriz Maggi. Las tres compartieron, no me cabe duda alguna, una intensa vocación por el bienestar de la humanidad en pleno, por el Bien, la Justicia, la Verdad  y por todas las virtudes que conforman el lado solar sin manchas de la naturaleza humana. Pero estar de parte de lo mejor de nuestra especie no significa para todos por igual militar activamente en las filas de alguna ideología. Dulce tenía más de un motivo para no sentirse identificada con los abruptos cambios sociales ocurridos en Cuba a partir de 1959: su elevada clase social, la aristocracia, destronada por la Revolución, era uno de ellos, pero quién sabe si en esa incapacidad de adaptación pesó lo mismo, o tal vez más, la

nostalgia lacerante por un mundo que vio agonizar y morir, y había sido el suyo y el de todos los seres que amó. Fina y Beatriz provenían de estratos sociales menos encumbrados, pero en las tres se da una cualidad singular: una sustancia del alma, de la sensibilidad y del ánimo (las tres fueron profundamente melancólicas) tan sutil, tan etérea, tan sublimada que se aviene mal con los crudos contornos de la realidad, que en ocasiones pueden resultar hasta imposibles de asimilar. No quiero insinuar que fueran seres angélicos ni nada semejante, eran las tres muy humanas, pero no eran criaturas hechas para los avatares de la Historia y los enfrentamientos de los hombres. Sus espíritus habitaban en otra dimensión. Puede que para muchas personas mi afirmación resulte incomprensible; no importa, yo sé que no me equivoco.

Pero -como me dijera hace mucho la escritora cubanoamericana Sonia Rivera- “la vida no se termina hasta que se termina”, y quien no se encuentra a sí mismo en un lugar y en un tiempo precisos, o no acierta con un camino acorde con sus circunstancias objetivas, pero tampoco tiene en proyecto desarraigarse de su mundo personal ni abandonar la existencia física, cambia las moradas terrenales por las espirituales, donde puede realizar mejor la que considera su misión. Prueba de lo que digo es que seres como ellas suelen no ser reconocidos como suyos por ningún bando, y cada bando les endilga las etiquetas y les achaca los pecados que atribuye al bando contrario, y se acude al expediente de la cancelación. Parafraseando a Benny Moré, yo pienso que, tanto por sus vivos como por sus muertos, las tres sobrevivieron heridas de sombras, un modo muy poco común e incomprendido de ser paria, y el reino de esta clase de seres no es de este mundo. Que me perdone Alejo por robarle el título de la novela que más le amo, pues a su vez él le robó esa frase a Jesús de Nazaret. Al final, todo es préstamo lingüístico. Tengo cien años de perdón.

LA CASA VITIER-GARCÍA MARRUZ, UN MONUMENTO MERECIDO EN LA MEMORIA DE CUBA

Creo una enorme justicia cultural y humana que a principios de este año se haya hecho realidad el sueño concebido por el Doctor Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, de crear un espacio para albergar el legado no solo de Cintio y Fina, sino de Medardo Vitier, padre de Cintio, y de los hijos de la pareja, Sergio y José María, dos de los músicos más importantes posteriores a 1959, y que el centro, llamado Casa Vitier García Marruz, esté bajo la dirección de José Adrián, pintor, escritor, traductor y editor, con quien mi hija tuvo la oportunidad de trabajar durante un tiempo lamentablemente breve en la revista La isla infinita, concebida en estrecha complicidad almística por abuelo y nieto, la publicación de cultura universal más interesante y singular que ha nacido en la Cuba posrevolucionaria.

Fina y Cintio con su nieto José Adrián

El nuevo centro cultural se encuentra en la intersección de las calles O’Relly y San Ignacio, donde antaño se alzaba la casa Galván-Lobo, la más importante corredora de azúcar del siglo XIX. Su remodelación fue posible gracias a la colaboración de la Oficina del Historiador con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y la Agencia Suiza para el Desarrollo. Fue el último proyecto de Leal que, tristemente, la muerte le impidió ver convertido en realidad. Hay varias salas dedicadas a diferentes actividades culturales, entre ellas un salón de conferencias, una galería para exposiciones y un taller de serigrafía.

Un detalle impresionante es que en la Casa se conserva el viejo piano de Josefina Badía,  “en el que posiblemente se tocó por primera vez la Guantanamera con los versos de Martí, gracias al español Julián Orbón, la más inteligente de todas las personas que conoció mi madre, me lo dijo un día”, ha declarado José María Vitier.

Fina tiene en su haber una profusa obra de ensayo y poesía. Fue una de las mayores poetas del idioma español. Sus versos están recogidos principalmente en tres libros: Las miradas perdidas, Visitaciones, y Habana del centro, y su obra ensayística incluye, entre muchos otros trabajos publicados e inéditos, Temas martianos, Hablar de la poesía, Quevedo, y La familia de Orígenes.

Recibió muchos premios nacionales e internacionales, cuya enumeración haría este trabajo demasiado extenso, lo mismo que la de todas las distinciones que le fueron otorgadas. Pero merecen señalamiento muy especial los premios de poesía Federico García Lorca, Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2007 y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2011. Para ella no hubo un Cervantes, omisión imperdonable según estudiosos de su obra.

Tras su muerte, ocurrida en La Habana en 2022, Fina fue velada en el Centro de Estudios Martianos, en el mismo lugar donde pocos años antes ella había velado el cadáver de su compañero de vida. He sabido por personas allegadas a la familia que hasta el final Fina continuó dialogando con un Cintio invisible, consultándole cosas, contándole cosas, un amor y una unión que ni la Muerte pudo deshacer. Sí, no la conocí, no la traté, pero ese detalle, junto con toda su obra y su actitud ante el mundo, me hacen percibir en ella, con mucha transparencia, una de las espiritualidades femeninas más vigorosas y, al mismo tiempo, más delicadas, elevadas y profundas de la cultura hispanoamericana.


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[1] file:///C:/Users/USUARIO/Desktop/RADIO%20CIUDADS%20TODOS%20LOS%20A%C3%91OS/RCIUDAD%202024/mayo%202024/FINA/La%20dicha%20%E2%80%A2%20Peri%C3%B3dico%20de%20Poes%C3%ADa.htm

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BREVÍSIMA HISTORIA DEL CAMPO DE MARTE

En toda familia que se respete, los viejos cuentan anécdotas del pasado remoto, a veces un poco raras e indemostrables. Yo escuché muchas en mi casa, entre ellas una historia según la cual el Campo de Marte había sido un terreno enclavado en una propiedad de nuestra familia, aunque no puedo recordar por qué rama. Yo era demasiado pequeña, la memoria no va tan lejos ni es tan prolija a esa edad.

Lo que los cubanos conocieron como Campo de Marte es la zona donde está enclavado el actual Parque de la Fraternidad, puede que el área fuera un poco más extensa, no lo sé con exactitud.  Según el maestro Ciro Bianchi, Cronista Mayor de La Habana luego de 1959, el espacio era un cuadrado que abarcaba  desde la explanada de La Punta hasta la actual Estación Central de Ferrocarriles, “y limitaba por el este con la estacada de los fosos municipales, mientras que por el oeste hacía frontera con los barrios de Jesús María, Guadalupe y La Salud”.

¿Y qué de interesante ocurría allí? Pues que a partir de 1740 la guarnición de la Villa de San Cristóbal hacía sus ejercicios militares. Imagine el lector una ciudad aún sin esplendor ni mayor desarrollo, donde las posibilidades de recreación no abundaban, lo que significaba para la población asistir a estas maniobras de los uniformados, en especial para los jóvenes varones, muchos de los cuales soñaban con la carrera militar, y para las jovencitas, que podían soñar con los apuestos guerreros sin escandalizar a nadie, porque los pensamientos y los deseos inconfesados no se escuchan.

Pero antes de aquello el lugar no era tan glamoroso, sino una ciénaga anegada y cubierta de manglares, descripción que se parece mucho a un pantano. La vegetación abundaba en cocales y otros árboles frondosos que hacían el área prácticamente intransitable. Sin embargo, poco después se erigió en esos predios la ermita de Guadalupe, más tarde se instaló un molino de viento, y después entre dos y tres plazas de toros, dato que no queda muy claro para mí, pero según interpreto no todas coexistieron al mismo tiempo. Qué horror saber que los superficiales, alegres y bailones habaneros fueron alguna vez público entusiasmado con la matanza crudelísima de esos nobles y hermosos animales.

En 1801 había en el lugar una estructura, si es que así se la puede llamar, que hacía las veces de un proto teatro, donde actuó por primera vez la primera compañía de teatro que existió en Cuba, dirigida por el actor Francisco Covarrubias, un habanero. La compañía no agradó a aquel público rústico e inculto, se disolvió y los miembros se fueron a otros países, pero Covarrubias permaneció en la ciudad y tuvo una vida artística que se extendió por medio siglo. Se cuenta que estudió la carrera de Medicina, que abandonó contra la voluntad de su familia para hacerse actor, y sus parientes vistieron luto riguroso para hacerlo sentir mal por haberlos defraudado en sus expectativas de verlo como un brillante médico enriquecido. De sus obras se ha conservado muy poco,  pero lo suficiente para conjeturar que no era un buen dramaturgo, aunque sí muy buen actor, muy solicitado por los habaneros.

Francisco Covarrubias

No sé si asociado a la existencia del teatrucho, pero un buen día surgió una especie de café que vendía sambumbia, “esa bebida fermentada, elaborada con melado de caña, ají, una mazorca de maíz quemada y agua”, cuenta Bianchi. Qué asco, diríamos hoy, pero según Ciro en la época el cafetín era muy frecuentado por gente ociosa de baja estofa, lo que me recuerda esos cafés turcos de la parte más vieja y pobre de Estambul, donde los hombres se reúnen a fumar sus narguiles mientras miran a la nada sin decir palabra, o se cuentan chismes sobre naderías.

El Capitán General don Miguel Tacón, tan odiado por los habaneros, pero a quien tanto debió su desarrollo La Habana de entonces, cercó el perímetro con un muro de poca altura rematado por una cerca de lanzas de hierro que permitía a los curiosos seguir disfrutando de los ejercicios militares. Ciro cree que aquellas lanzas se encuentran hoy en la Quinta de los Molinos, ese enclave fatídico, misteriosísimo, desconocido cementerio devenido hermoso jardín de ensueño, cuyas flores crecen sobre montones de cadáveres nada menos que de muertos por epidemias de cólera que azotaron la capital.

También ordenó Tacón colocar placas conmemorativas con los nombres de Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Francisco Pizarro y… de él mismo, por chusca que pueda parecernos la ocurrencia, pero ya se sabe que los megalómanos tienen la mala costumbre de no mirarse al espejo como no sea para verse más grandes, importantes y bellos de lo que en realidad son. ¿Los defectos…? No hay, gracias.

Más tarde se quiso erigir en el Campo un monumento a Colón, pero el entonces Obispo de la capital se negó a entregar los restos del Gran Almirante, que se suponía yacían en el interior de la Catedral. Hubo, además, otra razón menos elevada para que no se erigiera el monumento: algunos vecinos que habían cedido terrenos para las maniobras militares amenazaron al Cabildo con reclamar su devolución si cesaban los entrenamientos militares.

La República quiso levantar en el otrora Campo de Marte una estatua al Generalísimo Máximo Gómez. El monumento fue encargado al escultor italiano Aldo Gamba, pero por designios del azar confluyente, como diría Lezama, fue a parar a la Avenida del Puerto. De todas maneras no quedó el Campo sin estatua, porque más tarde en sus alrededores fue erigida, también por artistas italianos, la Fuente de la India que, según los chismes sabrosos contados por cronistas de aquel tiempo, fue el fruto de una ordenanza del habanero Marqués de Pinillos, importantísimo y muy influyente funcionario al servicio de España y enemigo declarado de Tacón. La estatua, pues, fue una forma elegante de sacarle la lengua el habanero al espadón hispano.

Hermoseado en tantas ocasiones y otras tantas convertido en lodazal por la incuria de las autoridades y la locura de los habaneros, durante la Primera Ocupación norteamericana el Campo  volvió a ser escenario de ejercicios militares, y hasta acamparon tropas sobre su suelo.

Durante las siguientes décadas se llevaron a cabo obras que embellecieron el área y hasta se llegó a instalar un pequeño zoológico que hizo las delicias de los capitalinos por un breve tiempo, hasta que el ciclón del 26 arrasó con él y con los pocos animales que allí había, entre ellos dos cocodrilos que cuyo destino final es, hasta hoy, incierto.

Así quedó la zona tras el ciclón del 26

Finalmente Carlos Manuel de Céspedes, descendiente del Padre de la Patria y Ministro de Obras Públicas del dictador Gerardo Machado, decidió construir el Parque de la Fraternidad o Plaza de la Fraternidad Americana, en saludo a la Conferencia Panamericana de 1928, que se celebró en la capital de Cuba.

Dicen que Machado hizo plantar allí una enorme ceiba y que enterró en sus raíces monedas, periódicos y otros cachivaches de la época, y no ha faltado quien cuente que también alguna brujería para proteger su vida y su Presidencia. No le sirvió de mucho, como demostró la Historia.

Así conocemos hoy al Parque de la Fraternidad.

¿Y dónde queda mi familia en todos estos sucesos? Tal vez en la nómina de los vecinos que cedieron terrenos de su propiedad para que Tacón hiciera de las suyas por allí, pero ¿quién podría averiguar eso después de haber corrido tanta agua?

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«Hace muchos años, en el Café París, una orquesta de negros viejos tocaba el mejor jazz del mundo…»

Hace muchos, muchos años, cuando aún yo era corresponsal de Radio Metropolitana en el municipio Centro Habana, una tarde me paseaba por la Calle del Obispo en busca de material periodístico para una de mis crónicas, cuando descubrí una orquesta de músicos negros ancianos que tocaba en un café llamado París. Andaba yo por entonces muy interesada en el jazz, y me detuve para preguntarles si podían tocar esa música, a lo que accedieron sonriendo con seguridad. Gracias a mi carnet de periodista pude sentarme sin consumir y ellos comenzaron a tocar. No habían pasado ni tres minutos cuando por todas las calles que desembocaban allí comenzó a llegar una marea humana. La gente que no pudo entrar ni acercarse lo suficiente se subió a las ventanas enrejadas, sobre los muros cercanos, y en cualquier parte desde donde pudieran disfrutar aquellos acordes tremendos que estremecían la tarde a un ritmo tan contagioso que hasta yo, patona consumada, quería mover mi cuerpo de alguna manera. Mejor jazz no he escuchado ni siquiera en La zorra y el cuervo.

Poco después, leyendo las crónicas de La Habana colonial y republicana, encontré que el Café París es un lugar de larga existencia y fue muy célebre en el pasado. Los periodistas de la célebre revista La Habana Elegante, aquella pléyade de plumas brillantes y pensamiento osado, entre quienes se contaba el mordaz escritor y gran poeta Julián del Casal, fundador del movimiento modernista, solía reunirse en los cafés de Obispo, aunque al parecer el preferido fue el Café Europa, donde ha quedado memoria de que Casal iba cada tarde a beber su té en un tazón japonés legítimo. Muchas tertulias de aquel grupo vieron los cafés de la Calle del Obispo, muchas discusiones, muchos nacimientos de ideas que se oponían a los ya trillados caminos representados en la literatura y la filosofía, como Enrique José Varona, quien a menudo no comprendió aquellos ímpetus juveniles que anunciaban los albores del siglo XX con sus vanguardias y sus renovaciones.

Casal y sus compañeros también frecuentaban el Café del Louvre, o de la acera del Louvre, como se le conoce, donde se reunían estudiantes y jóvenes intelectuales habaneros fuertemente independentistas, y donde se dice que Casal se encontró por primera vez con el General Antonio Maceo.

Pero volvamos al Café París, donde el paseante hoy ve mayormente a turistas en buena compañía. Situado en la esquina de las calles Obispo y San Ignacio, no fue el primero que existió en La Habana, pues hay noticia de que en 1772 ya existía el Café de La Taverna, nombre sin el mismo glamour que el del Café París. Todas las capitales de Occidente tenían algún café con ese nombre, donde se reunían escritores, poetas pintores, lo mismo que en la capital gala. Eran estos cafés al aire libre y también con local bajo techo, mesitas de mármol con sombrillas, y tertulias que comenzaban ya muy tarde en las noches cuando arribaban los bohemios, y terminaban al amanecer, con la concurrencia saturada de absenta y apestando a tabaco barato. El poeta peruano César Vallejo y el pintor español Pablo Picasso fueron algunos de los habituales de estos lugares.

La expansión de los cafetales y del grano traído por los franceses, quienes llegaron al oriente de Cuba huyendo de las matanzas de la revolución de Haití, pronto incorporaron la taza de café negro y humeante a la oferta de chocolate caliente a la española y el té. Con la llegada del hielo aparecieron los sorbetes, helados, granizados, jugos y batidos de frutas y otras creaciones para halagar el paladar de los comensales, y proliferaron los cafés en la villa de San Cristóbal, que no tardaron en sumar a sus menús la deliciosa repostería pastelera, debida, también en buena parte, a la influencia francesa. Hubo muchas de estas casas para disfrute de los habaneros: la Dominica, El Brazo fuerte, La Taberna, Noble Habana, el Crystal Palace, Legrand, La Diana, El Louvre, De Marte y Belona, La Lonja… Dicen que esta última fue la más elegante, y que el Cristal Palace era el paraíso de las familias que llevaban a sus críos a disfrutar de un amplio surtido de sabores de helados.

Eduard Otto, botánico y cronista alemán y viajero que visitó La Habana, escribió:

Los cafés tienen una gran importancia en la Habana porque son las únicas diversiones y hay algunos muy elegantes; entre estos, el llamado La Lonja es el primero. No recuerdo haber visto uno más grandioso en París. Tiene ocho grandes salas y cinco bonitos billares. Los pisos están embaldosados de granito, las paredes ornadas por hermosas pinturas en marcos preciosos y por espejos; no faltan arañas, candelabros y relojes de mesa. El edificio tiene dos entradas principales y dos mostradores donde se sirven bebidas calientes y frías de todas las clases posibles, así como pasteles; pero los helados solo se sirven hasta las siete de la noche. Esta Lonja, desde las 6 de la mañana, se ve concurrida por criollos; allí se toma una taza de café o chocolate con pan blanco, y durante el día, se leen los periódicos de todos los países y se toman refrescos.

Todo parece indicar que el Café París era más pequeño, modesto e íntimo, y quizá por eso fue preferido por cierta parte de la bohemia habanera, entre quienes se contaban los periodistas. Eran los cafés por ese entonces, con independencia de sus lujos, sitios preferiblemente para ser frecuentados por hombres, y las pocas mujeres que allí acudían debían hacerlo siempre acompañadas por caballeros. Otra cosa no era de buen tono.

Ya las estatuas humanas no se ven por el centro de la Ciudad Vieja, se fueron…

El Café París tiene al respecto una leyenda que ya está casi por completo olvidada, y cuenta que allá por finales del XIX apareció una dama bella y distinguida, de unos treinta años, y se sentó sola a una mesa.

Tanto los señores serios como los picaflores no tardaron en crearle diversas leyendas a la atrevida: que si esperaba a un hombre en una cita de dudosa moral, que si espiaba a un marido infiel…, en fin, pero ella, aún en su reserva de modales, despertaba el deseo de muchos. No faltó algún decidido o irrefrenable chismoso que se acercara a la mujer, pero ella lo ahuyentó con una sonrisa protocolar y fría. Y siguió volviendo, siempre sola y casi al caer la noche, sin que nunca nadie adivinara el motivo que la llevaba allí. No tardó en proponer algún gracioso o malintencionado una apuesta para ver quién lograba la atención de la señora, y durante varios días una copa puesta en el mostrador para recoger los dineros fue llenándose hasta rebosar, pero sin resultado. Ni los más apuestos lograban nada de la hermosa.

Así quedó descrito lo que ocurrió después:

Alrededor de un mes después, entró en escena “el inglés”. Nadie sabía su nombre, le llamaban así porque era un caballero vestido como un verdadero “dandy” londinense, tan bien parecido como atlético, y con las maneras de un lord inglés, quien solía pasar por el café al regreso de uno de sus muchos viajes.

Nada más llegar y ver a la dama, le impusieron de la historia y la apuesta. El inglés sonrió enigmáticamente, pero no se acercó a ella esa tarde. Sin embargo, días después regresó con un libro bajo el brazo, tomó asiento en una mesa al lado de la dama, pidió un “bull” (cerveza fuerte con azúcar que sí, se tomaba en aquellos tiempos) y abrió su libro, sin dedicar a la mujer ni una mirada.

Al poco rato, uno de los lechuguinos no resistió más la curiosidad y se acercó para preguntar qué leía con tanto interés. El “inglés” le respondió lacónicamente: “Cartas de Amor.” – ¿Cartas de amor? Pero eso es lectura para damiselas – dijo el lechuguino.

-No lo creas. Algunas de estas cartas pueden enseñar a cualquier hombre cómo amar de verdad a una mujer. Escucha esto:

 “La próxima vez que te vea te cubriré con amor, con caricias, con éxtasis. Te atiborraré con todas las alegrías del espíritu y la carne hasta hacerte desmayar. Quiero que te sientas maravillada, y que te confieses a ti misma que ni siquiera habías soñado con ser transportada de esa manera. Cuando seas vieja, quiero que recuerdes esas pocas horas, quiero que tiembles de alegría cuando pienses en ellas”.

Entonces, y ante el asombro de los presentes, la dama misteriosa habló en voz alta, dirigiéndose al “inglés”: “Es de Gustave Flaubert.” El caballero dedicó a su interlocutor una sonrisa triunfal, y luego se volvió a la dama con gesto caballeresco y su mejor acento británico: “En efecto, bella señora. ¿Lo ha leído usted?” – Es mi poeta favorito- fue la respuesta.

Y se produjo el milagro: El “inglés” se levantó de su mesa, y con un breve “me permite” tomó asiento junto a la dama, extendiéndole el libro. “Creo que disfrutará hojearlo.” Ella, con una sonrisa nada fría esta vez, lo aceptó, y a partir de ahí la conversación continúo en tonos bajos y con alguna que otra sonrisa cómplice, ante la estupefacción de los parroquianos.

Cayendo la noche, el caballero extrajo su reloj del chaleco y anunció su intención de marcharse. La dama dijo que también tenía que irse, y el “inglés”, galantemente, se hizo cargo de la cuenta de ambos; después salieron a la calle Obispo conversando amigablemente.

Al día siguiente, el dueño del café estaba encantado, más temprano que nunca comenzaron a acudir los parroquianos en número cada vez más crecido, evidentemente con la idea de ver al inglés, que debería acudir a cobrar el “bote”. Pero no regresó, ni ese día, ni el siguiente, ni tampoco la dama. En verdad, a ella nunca más la vieron, ni en el café ni en ninguna otra parte.

Para no alargar demasiado la historia, la dama nunca regresó, y el inglés no quiso dar ninguna explicación sobre lo que había ocurrido entre los dos aquella tarde ya lejana, hasta que un día los parroquianos lograron que se pasara de tragos, y por fin confesó que no había ocurrido nada, porque la bella dama, la elegante dama, la hermosa mujer, culta y refinada, era, en realidad… un hombre. Después de semejante confesión, también el supuesto inglés desapareció del mapa.

Si usted va por la Calle del Obispo no deje de mirar en la dirección del Café París, y si no le agrada lo que ve, trasládese con su imaginación a lo que fue. Yo lo he hecho y no me arrepiento, pero de algo sí que me arrepiento amargamente: no haber preguntado su nombre a aquella maravillosa orquesta de jazz. Nunca la pude volver a encontrar, y tuve que conformarme con inmortalizarla en uno de mis relatos, JazzCuba, donde narré la historia de aquella tarde mágica con todos sus pormenores.

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«LO QUE FUE Y NO ES, ES COMO SI NO HUBIESE FUESESIDO» (Cheo Malanga*)

Cinco años después de la pandemia regresamos a la Ciudad Vieja y…

Ante la cruda desnudez de la verdad,

el manto diáfano de la fantasía

Eca de Queiroz

Dedico este reportaje a mis hermanas del alma Esther Vázquez, hija de Galicia y amor entrañable de mi gran amigo Alberto Mesa Comendeiro, llevado tan temprano por la Muerte, y Tatiana Ribeiro, la sílfide brasileña que ama a Cuba como si hubiera nacido en ella. A los vivos y a los muertos los llevo siempre en mi corazón y en mi pensamiento. No hay olvido.

Después de varios años sin salir de casa por temor a la pandemia, hicimos nuestro primer paseo y, eternamente fieles a la memoria de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, elegimos el Casco Histórico, como siempre solíamos hacer.

Comenzamos por el Paseo Marítimo, que no habíamos podido conocer. Es un espectáculo impresionante, nuestra bahía es hermosa, y las construcciones a lo largo del muelle son ciclópeas, impactantes, responden a la memoria de una ciudad en sus mejores momentos de auge, riqueza y poderío comercial.

Mi hija disfruta la hermosa vista de la bahía habanera

Es una pena que la erosión marítima haya estropeado algunos tablones del Paseo, y lo es también que salvo dos o tres pescadores que faenaban para obtener unos pecesitos diminutos y algún que otro joven que, de espaldas al mar, miraba deprimido hacia la Alameda de Paula, el lugar se veía muy vacío. Es un espacio que se podría aprovechar con fines turísticos, colocarle algunos quioscos, algunas mesitas. Es verdad que hay una especie de restaurante-cafetería-bar de dos plantas, edificio encristalado, justo junto al Paseo, pero no es lo mismo comer o beber un trago mirando el mar a través de un cristal que hacerlo contemplando el océano casi dentro de sus aguas, disfrutando de la brisa marina y del olor a sal. Pienso en una especie de café al aire libre, como los vimos después en otras zonas del Centro Histórico; un café como los he visto en el Paseo del Prado madrileño, en el Barrio Latino de París, en Lisboa y hasta en la isla de Madeira, y como solía haberlos en La Habana de la república a lo largo del Paseo del Prado hasta llegar casi al mar, con sus sombrillas de colores y su alegría perpetua… Sería muy atractivo para cubanos y extranjeros, porque la vista de nuestra bahía como puerto de mar, enamora el alma.

Continuamos hasta la Iglesia Ortodoxa Griega, ubicada en los jardines del convento de San Francisco de Asís, cuya plaza sigue siendo igual de majestuosa aunque convivan en desconcertante cercanía estatuarias de estilo antiguo y ultramoderno.

Los jardines del templo ortodoxo, con su rica vegetación, sus bancos y sus sepulturas de destacados representantes de la cultura cubana, son lugar maravilloso donde reina una gran paz, además de albergar esculturas muy originales, como el grupo La mesa del silencio. La Habana tiene muchas estatuas espectaculares, pero esa es mi preferida, con sus tres personajes sumido cada uno en su propia actividad, en su mundo interior, y tan ajenos unos a otros. Siempre me ha inspirado un sentimiento peculiar, misterioso, profundo, y me hace pensar en la soledad.

Los jardines vistos desde el interior del templo

Otra escultura de gran carácter presente en esos jardines es la de Madre Teresa de Calcuta, la monja albanesa que se dedicó al cuidado de enfermos y pobres en la India. Su figura tan pequeña, engurruñadita por la carga de sus años, gozó en vida de un prestigio extraordinario no solo entre los católicos, sino en el mundo entero, por la obra piadosa que realizaba. Después de su muerte ha devenido una personalidad polémica con muchos detractores, pero me abstengo de cualquier juicio de valor negativo, porque Madre Teresa y sus labores están muy lejos de mi conocimiento. Lo que no pongo en duda es que cualesquiera fueran sus ideas, su proyección dentro de la iglesia Católica y la forma en que entendió la religión a la que se consagró, ella creía que estaba haciendo lo correcto, fue fiel a sí misma y a su fe, y hasta su muerte mostró una gran coherencia de propósito y carácter, rara virtud.

También pudimos ver, y nos entristeció muchísimo, la lápida que señala el último lugar de reposo de Eusebio Leal, mármol blanquísimo honrado con flores frescas. Yo lo veneraba, y saber que yace bajo tierra y nunca volveremos a verlo con su safari gris recorriendo las callejuelas a las que dio vida y dignificó, es un sentimiento difícil de soportar.

No había guardianes en el lugar y, lamentablemente, el sacerdote que siempre atiende la iglesita, el padre Nicolás, nuestro amigo desde hace mucho, no se encontraba ese día. Nos sorprendió ver que, en el umbral del templo, en lugar de las vitrinas donde antes se ofrecían en módica venta a los visitantes íconos de todos los tamaños y objetos del culto ortodoxo, hay ahora dos o tres mesas que venden bisutería nacional, abalorios…

Hay también una especie de pizarra exhibidora donde se muestran banderitas cubanas recreadas de muy diversos modos (sellos de solapa que se llevan sobre el pecho, en sombreros, bolsos y echarpes), y otras chucherías que suelen comprar los turistas como souvenires. Esto nos pareció muy impropio, y debo decir que, en mi caso, hirió mi sensibilidad aunque no soy exactamente una creyente. Dolió.

Y en una de las vitrinas descubrimos, al precio delirante de un dólar cada una, las mismas velas delgadas, finas, de color hueso subido que siempre estuvieron disponibles en los oratorios interiores del templo para que los fieles pudieran encenderlas y hacer sus peticiones o, simplemente, orar.

Velas a un dólar, velas a un dólar, velas a un dólar…

Hay quien va a los templos buscando a Dios en alguna de sus manifestaciones, ya sea en una mezquita, una sinagoga, una iglesia, una logia;  hay quien va en busca de paz, hay quien necesita un momento de silencio para conectar con su Yo profundo, y quien acude para estar relativamente a solas y reflexionar. Pero cualquiera que sea el motivo por el cual una persona entra a un espacio sagrado, pocas veces se debe a una razón comercial. No pude evitar recordar el pasaje bíblico del Nuevo Testamento donde Jesús, armado con un látigo, echa a los mercaderes y cambistas del atrio del templo en Jerusalén.

Finalmente entramos al templito, pequeño como una arqueta, reservorio, en verdad, de tesoros artísticos exóticos que hacen sentir al visitante como si se embarcara en un viaje al pasado, a países y culturas muy lejanos, pero que, indiscutiblemente, son la cuna de la civilización occidental. Y allí reconectamos de inmediato con lo místico, esa magia del espíritu por lo regular ausente en las rutinas cotidianas.

Las iglesias ortodoxas en todo el mundo han sido siempre famosas por la perfección en el arte de la pintura de íconos, que heredaron de Bizancio, y seguramente muchos cubanos de mi generación recordarán aquella joya de la cinematografía soviética, Andrei Rubliov, biopic del cineasta Andrei Tarkovsky sobre gran monje de La Rus, genio medieval de la iconografía.

La Trinidad, obra maestra de Andrei Rubliov

Nuestro templo ortodoxo no desmerece en ese sentido, y las obras que allí se guardan son cuidadas con celo por el padre Nicolás. Aunque crecí en una familia católica de raíz española, yo prefiero el arte de los íconos grecoeslavos, porque la pintura religiosa cristiana es demasiado trágica y turbulenta para mi gusto, mientras que los íconos bizantinos reflejan la grandeza, la paz y la serenidad del que fuera, en el esplendor de su gloria, el mayor imperio griego de todos los tiempos.

Pintor de iconos trabajando en su taller. Un arte mayor.

Hay íconos especialmente hermosos y con una historia conmovedora. Hace siglos, cuando los griegos chipriotas cayeron bajo el dominio de los turcos selyúcidas, estos quemaban sus templos, pero en uno de ellos los iconos conservaron intactos sus rostros y sus manos. Este hecho, interpretado por los fieles como un milagro, desde entonces se ha visto replicado en un estilo iconográfico cuyos personajes tienen rostros y manos de plata labrada, en memoria de aquellos que el fuego enemigo no logró consumir. Esta clase de obras son de tal belleza que solo quienes consiguen contemplarlas de cerca pueden apreciar enteramente su maravilla.

Tuvimos la oportunidad de retratar muchos de los tesoros que se guardan en el pequeño recinto: el altar principal o iconostasio, de labrado primoroso; un ícono espectacular en el que antes no habíamos reparado o quizá no estaba donde hoy, cuya imagen representa a la Teotokos, la Madre de Dios, como llaman los ortodoxos a la Virgen María, en un marco dorado elaborado como filigrana; los enormes lampadarios de bronce con sus velas encendidas, que recuerdan la majestad de los basileus, palabra griega que designaba a los emperadores bizantinos. El mobiliario, perfectamente conservado, fue tallado y labrado por artesanos griegos especialmente para La Habana. La silla del Obispo, de alto respaldo y con escabel, a algunos puede parecer un trono. Todas las sillas destinadas a los fieles lucen en su espaldar el águila bicéfala que Bizancio, el Imperio romano de Oriente, heredó de la Roma de los Césares. La puerta principal parece una obra de arte ejecutada en madera. Nuestro templo ortodoxo está bajo el patrocinio de San Nicolás, obispo griego del siglo IV, patrón de niños, marineros, pescadores, gente de mar y viajeros, e inspiró la legendaria figura de Santa Claus, en castellano Papá Noel, el mismo que lleva una gran bolsa de cuero repleta de regalos y viaja en un trineo tirado por renos.

Águila bizantina de los emperadores de la dinastía Paleóloga
San Nicolás de Bari, patrón ortodoxo de Cuba

En justicia, el esplendor de la Iglesia Ortodoxa habanera no debe atribuirse únicamente a los griegos, pues también el doctor Leal participó en su diseño.

En el jardín, a la entrada del templo, hay un gran tazón labrado en alguna clase de piedra, que podría tener un uso bautismal o lustral. Todo allí es exquisito, refinado, perfecto.

Luego seguimos camino hacia el café El escorial, en la Plaza Vieja, nuestro establecimiento preferido en el Casco Histórico. Allí solíamos pasar largas horas degustando, mi hija el Irish Coffee, variedad preparada con wiski y crema, y yo un Capuccino, además de las tortas deliciosas: Bosque Negro, Torta de Leche y la muy deliciosa de tiramisú… El Escorial tiene mesas al aire libre sobre la calle de adoquines y también mesas dentro, más recoletas, más íntimas, en una discreta y agradable penumbra.

Antes…
…y antes…

Allí coincidí en más de una ocasión con Leal, quien había hecho sembrar en una finca cuatro variedades de granos de café, (una de ellas la robusta), el resultado de cuya fusión era espectacular no solo por su exquisito sabor, sino por su potentísimo aroma. Molido y tostado allí mismo con máquinas antiguas como las que usaron los franceses que desarrollaron nuestros cafetales en las faldas de la Sierra Maestra, se podía comprar en bolsas de papel de distinto pesaje, y cuando uno llegaba a su casa y abría la mochila para sacar el paquete, la fragancia inundaba la vivienda por muy grande que esta fuera, y enseguida la familia empezaba a gritar: “¡Tú fuiste a El Escorial, fuiste a El Escorial!”, y yo, delatada, corría a la cocina a hacer la primera colada que todos deseábamos con ansia.

Café molido y tostado ante los ojos del cliente, que ya se saboreaba por adelantado…antes…

Por desgracia, en esta ocasión la felicidad gustativa que esperábamos disfrutar se vio frustrada por la pedestre razón de que el suministro de agua no había llegado aún a las instalaciones del local.

Decidimos regresar, retrocediendo hacia la Calle del Obispo para visitar La Casa de las Especias, el Bazar Oriental, la Tienda de los Muñecos poblada por hadas y elfos, y La Casa del Chocolate, ubicada en la antigua mansión colonial conocida como Casa de la Cruz Verde. Nos ilusionaba bebernos un chocolate azteca, variedad de cacao caliente con pimienta, pero como solo había batidos fríos y chocolate tibio sin acompañamiento, preferimos no entrar, pues para quienes descendemos de peninsulares no tiene gracia beber chocolate sin alguna pastelería añadida.

Seguimos caminando y encontramos heladerías, cafeterías y otros negocios particulares, algunos amplios y elegantes y otros que eran solo mostradores, pero… las cartas del menú nos desanimaban en todas partes, porque los precios, incluso los mínimos (dos mil pesos por una copa con dos bolitas de «gelatto» nos parecieron delirantes, obscenos, ofensivos y abiertamente descarados. No cuestiono que existan motivos para ello, pero de todos modos son cifras francamente humillantes para quien vive de un salario escuintle ganado con el sudor de su frente e incapaz, incluso, de cubrir la compra de la mermada canasta familiar. Casi todos los negocios más pequeños solo ofrecían tragos, que los pocos turistas que vimos consumiendo degustaban despacio bajo el sol.

En el Bazar Oriental, donde antaño se vendían objetos de procedencia siria e hindú  como joyas, inciensos, velas perfumadas, aceites esenciales, perfumería exótica, adornos, deliciosas variedades de té desconocidas para el paladar criollo -como el de rosas de El Cairo-, mantelería primorosa, vestuarios de hombre y de mujer y otros artículos, ahora  se ofrece mayormente bisutería artesanal que no enamoró nuestra sensibilidad habituada a productos más sofisticados y con una mayor carga cultural.

Antes…
… y antes…

Después de esta experiencia decidimos no ir a la Casa de las Especias, porque nos pasó como al poeta habanero Julián del Casal, quien habiéndose embarcado en un viaje hacia el París de sus ensueños, se detuvo en Madrid y regresó corriendo a La Habana, por miedo a que la capital de los franceses no resultara, en realidad, tal como él la había imaginado. Para algunos seres humanos es difícil renunciar a sus mundos creados. Por la misma razón preferimos no visitar la Tienda de los Muñecos. Tuvimos miedo de que los elfos y las hadas hubieran huido volando  a otra ciudad vieja más acogedora y acorde con sus naturalezas tan etéreas. Tampoco pisamos la perfumería Habana 1791, donde trabajaba nuestra amiga Yanelda, Alquimista de la Oficina del Historiador (un cargo oficial creado por Leal), quien elaboró por métodos naturales y tradicionales toda una gama de esencias provenientes de La Habana colonial, y ayudaba a muchas personas ofreciendo también servicios desinteresados de aromoterapia. Ella obsequió a mi hija como regalo por sus quince años un frasco de perfume de sándalo de Arabia. ¿Estará aún allí la Alquimista de los ojos verdes…?

Ya en Obispo, otro de nuestros descubrimientos tristes fue comprobar la no existencia de la Casa del Agua, parada obligatoria para nosotras cuando mi hija era muy pequeña, pues le encantaba la frescura del agua almacenada en tinajas de barro. El dependiente, quien ya nos conocía y era siempre muy amable, llenaba nuestros pomitos para complacer a mi niña. Pero ahora no hay nada allí.

Sin embargo, nos alegró el corazón comprobar que La Casita de la Natilla sigue funcionando. Era un sitio que nunca dejábamos de visitar en nuestros paseos de fin de semana, y esta vez pudimos saborear unas deliciosas natillas de coco y unos coffeecakes en miniatura bañados en almíbar y canela, todo a precios muy módicos. Fue grato estar sentadas de nuevo allí.

Mi hija saluda desde el interior, feliz de estar de nuevo en la Casa de la Natilla.

Seguimos hasta la antigua Casa de las Infusiones, que, me dicen, ha cambiado su nombre por el de Café Eça de Queiroz. Importante escritor, pensador, diplomático y abogado portugués, fue cónsul de su país en La Habana desde 1874 hasta 1874, y frecuentaba con asiduidad ese lugar, que entonces se llamaba La columnata egipcíaca.

Es un sitio mágico, con sus murales que no son de teselas como los mosaicos, sino de azulejos, uno de los cuales reproduce a línea la figura del poeta, y el otro, la de cinco caballeros con trajes de época, muy sentados cual si posaran para un daguerrotipo.

Queiroz es el primero de la izquierda.

Todo allí tiene sabor al viejo Portugal, con sus tradicionales murales de azulejos en monocromías de azul y blanco, como que la decoración y ambientación estuvieron a cargo de la firma portuguesa Amorim.

Imágenes con elementos arquitectónicos de estilo mudéjar portugués y paisajes de aquel país.

En el centro del local hay un pequeño jardín interior con bellas plantas colgantes y, en su pared de fondo, un enorme trampantojo a color de La Habana con tranvías. Quien quiera tener una idea lo más aproximada posible de lo que fueron estos vehículos debe ver ese mural.

Hay también puertas como mamparas decoradas estilo Art Nouveau, de diseño y tonos pastel sumamente delicados, y tres celosías de sabor mudéjar, aunque de estilo Art Nouveau, todas de gran belleza.

Los precios son muy módicos y el menú muy bien surtido. El local estaba lleno de cubanos y extranjeros. Siempre fue un espacio ideal para tertulias de artistas y bohemios, para leer, escribir o simplemente pasar un rato sin pensar en cosas desagradables. A veces, cuando yo transitaba por la calle frente al establecimiento, distinguía en su interior alguna mesa con figuras relevantes de nuestro mundo cultural como el escritor Anton Arruffat, el crítico literario Víctor Fowler, el crítico de arte Rufo Caballero, el actor Alexis Díaz de Villegas, la pintora Flora Fong y muchos otros escritores y artistas… Solo un detalle nos causó pena profunda: el piano bonito, cerrado, mudo. La pianista que solía tocarlo, una joven egresada de la ENA, complacía a todos tocando lo que se le pidiera, ya fuera un concierto de Rashmaninof, El bueno, el malo y el feo, El bolero de Ravel, La lista de Schindler, Romeo y Julieta… cualquier cosa, y siempre ejecutaba con gran arte. Pero a pesar de las pérdidas ese lugar conserva intacto su espíritu romántico, exótico, vital.

Nos despedimos con grande nostalgia, y no sabemos cuándo podremos volver.

Han sobrevivido los zancudos, con sus trajes coloridos  de orishas y su fanfarria colosal, aunque los músicos que los seguían vestían esta vez de cualquier modo. Nos llamó la atención que aunque antaño eran seguidos durante todo el día por una auténtica y nutridísima cohorte de turistas, niños y habaneros variopintos, ahora iban más bien solos, como si la población no reparara en  ellos. Nunca fueron de mi agrado por su sonoridad estruendosa y violenta, pero me dolió verlos así, como un cuadro que ha perdido el brillo de sus tintas olvidado en la humedad de algún rincón. Fantasmas de un pasado rutilante que la pandemia nos robó, me temo, para siempre.

El pequeño café que quedaba exactamente frente a la Universidad de San Gerónimo, donde siempre se podía beber esa aromática infusión y refrescos varios, y disfrutar unos bocaditos tibios y crujientes de atún, mayonesa y jamón y queso, tenía un hermoso mostrador de excelente madera cubana, y dentro del local un restaurante que nunca frecuentamos, pero lo que se ofrecía en la barra hacía las delicias de los estudiantes y de muchos paseantes que querían tomar un rápido refrigerio y continuar su camino. Ahora es un local cerrado por una reja que se alza del piso al techo, completamente vacío, y en el suelo desnudo se ven restos de basura. Las mesitas de la acera no están más, y el mostrador tiene ahora una oscura semejanza con un sarcófago.… No queda nada allí.

Terminamos por entrar a la librería Fayad Jamis, emblemática del Instituto Cubano del Libro. Aunque me explicaron que no hay publicaciones nuevas por falta de recursos (yo misma tengo atascado mi último libro desde hace años en la editorial Letras Cubanas), encontré en sus estanterías libros procedentes de los almacenes de las editoriales. Compré cinco que me parecieron exactamente un autorregalo muy merecido tras tantas renuncias y la pérdida de tantos sueños.

¡A que sí me los merezco!, como dice mi hermana gallega Esther Vázques Otero

De todos modos regresamos a casa convencidas de que volver a los lugares que recordábamos y fueron tan importantes para nosotras, fue una decisión acertada de la que no nos arrepentimos en absoluto, aunque tras la muerte de Leal, el alma más inspirada de esta ciudad, y la de Rufo Caballero, el mejor de nuestros críticos de cine y uno de los cubanos más brillantes, hago mía la frase de mi hija: “Falta un pedazo en el aura de La Habana”. Los habaneros de corazón nunca nos consolaremos de tan profundas, dolorosísimas ausencias. Nuestra cultura perdió con ellos dos de sus más sólidos pilares y ya nunca será la misma. Vimos cosas que nos dejaron gran nostalgia y otras nos provocaron mucho dolor, pero aunque los recuerdos a veces pueden entristecer, siempre son lo mejor que atesoramos. Por eso escribo estas páginas, para que no se pierda del todo en la memoria lo que se ha perdido ya en la realidad.

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*Enrique Arredondo, gran humorista cubano.

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¿SEXUALIDADES ALTERNATIVAS ADMITIDAS POR EL ISLAM?

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FERNANDO ORTIZ, HOMBRE-NACIÓN, HOMBRE-CUBA

… el asesinato de la niña Zoila debe interpretarse como un caso de simple hechicería; así como se cree en África que comiendo el cerebro de un caudillo enemigo se adquiere todo el valor de éste, y que el niño amamantado por muchas mujeres poseerá numerosas dotes intelectuales, así se habrá creído que el corazón de una niña, comido por una mujer estéril, había de ocasionar la fecundidad de ésta. Todo lo cual no impide la verosimilitud del hecho de haber sido ofrendados los miembros de la infeliz niña ante las imágenes de Santa Bárbara y del Anima Sola, de Shangó y de Eleguá. 

 (Los negros brujos)

La sobrehumana, multiubícua movilidad de las grandes personalidades intelectuales de la República deja sin aliento al periodista cuando tiene que hacer una semblanza de vidas y obras, y en este sentido don Fernando Ortiz bate records, pues da la impresión de que durante toda su existencia fue su mayor empeño no permanecer más de cinco minutos en un mismo lugar, según se deduce del curriculum de cargos, responsabilidades, viajes, reconocimientos, interacciones sociales y obra realizada. Su formación, de corte renacentista humanista, le permitió desempeñarse en muy disímiles territorios de la cultura. Fue etnólogo, antropólogo, jurista, arqueólogo, periodista, criminólogo, lingüista, musicólogo, folklorista, economista, historiador y geógrafo. Bien merecido tuvo el calificativo de polímata, más que ninguna otra figura del arte, la literatura o el pensamiento en la Cuba republicana. ¿Émulo de Leonardo Da Vinci? Equiparable en todo caso por su versatilidad. Su biografía cobra los tintes de una intensa aventura.

Nacido en La Habana el 16 de julio de 1881 y fallecido en la misma ciudad el 10 de abril de 1969, pareció vivir las vidas de diez personas a la vez. Vástago de una casa pudiente, a los dos años de edad fue enviado a la isla de Menorca al cuidado de la familia materna. Allí se graduó de bachiller, y en 1985 regresó a La Habana, donde matriculó la carrera de Derecho en nuestro más alto centro de estudios. En 1998 viajó a Barcelona para obtener la licenciatura en Derecho, y en 1901 recibió el título de Doctor en Derecho en Madrid.

De Barcelona Don Fernando viajó a Italia, cuna por aquel tiempo de la Escuela de Criminología fundada por el gran criminólogo Cesare Lombroso. No sé si el cubano llegó a conocer al maestro, pero se formó en su enseñanza. Regresó a Cuba y de inmediato fue enviado a Europa como Cónsul en La Coruña, Génova y Marsella. Tenía unos escasos veinte años. Pronto fue nombrado Secretario de la Embajada de Cuba en París, donde permaneció poco tiempo antes de regresar a La Habana. Aquí ejerció por tres años como abogado fiscal en la Audiencia capitalina, hasta que en 1909 obtuvo la plaza de Profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, en cuyas aulas impartió por espacio de nueve años las asignaturas de Derecho Constitucional y Economía Política. Fue miembro del Grupo Minorista y se relacionó con intelectuales y artistas de renombre, como Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Nicolás Guillén, Wifredo Lam, Alejo Carpentier, Rita Montaner, María Zambrano y Fernando de los Ríos.

En el Aula Magna de la Universidad de La Habana, flanqueado por Alicia Alonso y Merceditas Valdéz

Su oposición visceral a la dictadura de Gerardo Machado lo obligó a exiliarse en Washington, donde permaneció desde 1931 hasta 1933, y siempre se mantuvo denunciando la situación política de Cuba.

Una vez más, y para preservar el espacio de estas páginas en interés de un análisis personal de su figura inmensa, apelo a una cita tomada de Wikipedia para conseguir un breve resumen de su incansable actividad:

Fernando Ortiz creó y/o dirigió varias instituciones cubanas de importancia a lo largo de su vida. En 1907 pasó a ser miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País, de la cual resultó elegido presidente en 1923 y recibió la condición de Socio de Mérito en 1931. En 1924 fundó, junto con José María Chacón y Calvo, la Sociedad del Folklore Cubano y en 1928 intervino de forma definitiva en la adopción del acuerdo que constituyó el Instituto Panamericano de Geografía. Fue miembro y luego presidente de la Academia de la Historia de Cuba. Igualmente, fundó y dirigió la Institución Hispanoamericana de Cultura (1936), la Sociedad de Estudios Afrocubanos (1937) y el Instituto Cubano Soviético (1945).

Paralelamente, fue fundador, editor y colaborador de un gran número de revistas científicas. Reanudó la publicación de la Revista Bimestre Cubana a partir de 1910, siendo el director hasta 1959, año del comienzo de la Revolución cubana. Fue editor de la Revista de administración teórica y práctica del Estado, la provincia y el municipio (1912) y del Boletín de Legislación (1929). Fundó, en 1924, la Revista Archivos del Folklore Cubano, la cual dirigió por espacio de cinco años. Entre 1930 y 1931 dirigió la Revista Surco y entre los años 1936 y 1947 la Revista Ultra, participando en la creación de ambas revistas. Publicó artículos en varias revistas de importancia, entre ellas se pueden citar: The Hispanic American Historical Review (Carolina del Norte, Estados Unidos), Revista Científica Internacional, Revista de Administración, Revista de Arqueología y Etnología y Revista de La Habana.

Además, colaboró activamente en varios órganos de prensa, tanto en Cuba como en el extranjero, entre ellos se pueden destacar: Archivos Venezolanos de Folklore, Bohemia, Casa de las Américas, Cuba Contemporánea, El Cubano Libre, El Diluvio (de Barcelona), Derecho y Sociología, el Diario de la Marina, Diario Español, El Fígaro, Heraldo de Cuba, Ilustración Cubana, La Gaceta de Cuba, La Nova Catalunya.

No cabe en una semblanza, en realidad casi un obituario, un despliegue más detallado de las actividades de Ortiz. Más interesante me parece intentar un acercamiento a su persona para poder, de alguna manera, imaginar cómo fue ese hombre que aún para sus contemporáneos revestía un aire extraño, como de otro siglo. Miguel Barnet, quien durante años trató de entrevistarlo, cuando al fin lo consiguió dejó plasmada esta imagen, volátil como las figuras temblorosas y casi inmateriales que vemos a través del vapor de una hoguera, pero es lo más que podremos conseguir del personaje, dada la distancia temporal y la infranqueable barrera de la muerte.

El acento catalán me pareció significativo. Aquel cubano de tan enraizada estirpe nacionalista, tan gustador del refranero, tan conocedor del folclor popular, hablaba como todo un hidalgo español. Esto no hacía más que darle un tono de cosmopolitismo y gracia a su conversación y denotaba una educación y una formación muy complejas. Su tono, desprovisto de empaque, coloquial y casi íntimo lo hacía humano, lo acercaba a su interlocutor. Hablaba bajo, casi susurraba. No daba órdenes sino que sugería, observaba, acotaba en justa sapiencia. Y sus preguntas eran siempre: “¿cómo ve usted esta idea?, ¿qué cree usted de tal o cual cosa?, ¿estaría usted de acuerdo con calificar este hecho así?…”.

Para quienes nos empeñamos en el conocimiento de la persona humana, la forma de hablar es un dato sumamente importante, y en el caso de Ortiz sus largos años de residencia en Menorca, isla conquistada y poblada por catalanes, le habían dejado en su habla un marcado acento catalán, un poco gutural y engolado. Seguramente era esta pincelada la que ponía al cuadro orticeño los colores de “caballero español”. Entiendo a Barnet cuando escribe en esa misma entrevista que Ortiz lo intimidaba.

Don Fernando ha merecido de la posteridad el sobrenombre de Tercer Descubridor de Cuba, habiendo sido el primero el Gran Almirante Cristóbal Colón y el segundo el naturalista alemán Alejandro de Humboldt, pero esto es ya cosa muy dicha. Fue el creador del concepto transculturación, que, concebida como proceso, “es la denominación con la que enriqueció el cuerpo teórico de la Antropología cultural al estudiar la conformación de la nacionalidad cubana como resultante de una mezcla de culturas y extensible a otras regiones del continente”.  O para enunciarlo de un modo más simple: Es la recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias. Este fue su gran aporte a la antropología social.

Sin embargo, hay aquí un punto muy interesante.  Se le ha achacado a Ortiz (todos tenemos detractores) que su visión  de los negros en Cuba fue clasista, elitista y otros adjetivos. Pero hay que tener en cuenta que la antropología social no era en su época lo que es hoy, y además, Ortiz no era un hombre de baja extracción ni un hijo del pueblo, por lo que su mirada, forzosamente, no podía ser del todo objetiva ni desprejuiciada. Se suma a lo anterior su formación como criminalista. Yo he estudiado las teorías de Cesare Lombroso y sé la enorme influencia que ejercieron sobre sus contemporáneos en toda Europa y las Américas. Toda la literatura criminalística del período está completamente permeada por las teorías de Lombroso. Por eso no me extraña que Ortiz haya comenzado su acercamiento a la población negra cubana, a sus usos y costumbres, como criminólogo, empezando por lo que se ha dado en llamar la mala vida, lo que explica que su primer libro se titule Los negros brujos. Yo nací mucho después, pero aún tuve tiempo de escuchar –y de temblar- con las historias siniestras y consejas de lo más tenebrosas sobre la demoníaca maldad de los negros brujos, los gitanos y los judíos. Los primeros y los últimos arrastraban desde hacía siglos fama de hacer sacrificios humanos, en especial de niños, y se les acusaba en España de un término que no fue muy conocido en Cuba: “sacamantecas”, mientras que los gitanos eran reputados como ladrones de niños,  a quienes luego de raptar criaban como suyos.

Pero lo que sí cuchicheaban los criollos blancos era cuán peligrosos resultaban los negros, cuán asesinos y cuán brujos, y como secuestraban niños, los mataban y luego los ofrendaban a sus deidades tan espeluznantes, con sus desnudeces, sus máscaras y sus abalorios que los blancos se asustaban de solo mirarlos, y cuando los diablitos y los iremes aparecían en los carnavales, las damas palidecían y los padres de familia agarraban bien duro a sus críos, mal disimulando un estremecimiento y una cierta humedad bajo la camisa.

Muy osado fue don Fernando al atreverse a penetrar en aquellos ambientes de ñáñigos, abakuas y otras sectas, siendo no solo un hombre blanco, sino un caballero de alta cuna y modales refinados, siempre impecablemente trajeado de negro. Asombra que se lo permitieran. Eso fue una hazaña, y mientras más se empeñaba en ella, hurgando cada vez más en el submundo negro de la isla, su pensamiento fue evolucionando, aunque tal vez no pudiera llegar hasta la casi hermandad de sangres que sí tuvo la también etnóloga, antropóloga, escritora y pintora Lydia Cabrera, quien se crio en la hacienda de sus padres entre tatas y taitas negros que, junto con el nodrizaje, le dieron de mamar su cultura más recóndita y secreta. Cierta anécdota que se clona a sí misma cuenta que en el Prefacio escrito por Ortiz para una obra de Lydia, este se presentó a sí mismo como quien la había introducido en los estudios  afrocubanos, algo que ella siempre negó, reconociéndole el mérito a los esclavos entre quienes creció y fueron más tarde sus amigos y colaboradores incondicionales. Se habla también de cierto celo profesional entre ambos y se insiste en presentar a Lydia como discípula de Ortiz, algo que no parece del todo exacto. Ella era hija del intelectual Raimundo Cabrera, y Ortiz se casó con la hija mayor, Esther. Eran, pues, parientes, estuvieron siempre cercanos en sus estudios e investigaciones, a algunos de los cuales Lydia lo acompañó, pero ella carecía de intereses académicos y era, en realidad, una artista. Su emblemático libro El monte ha trascendido y ocupado un sitio más destacado en el imaginario popular que las obras de Ortiz, las cuales pertenecen al ámbito académico especializado. Aunque me cuesta creer la historia del celo profesional, sí me parece que, con certeza, ella no fue su discípula. Tenía esta mujer una individualidad tan marcada, un intelecto tan poderoso y una tan salvaje independencia que probablemente no lo habría sido de nadie. Las penosas circunstancias de su salida de Cuba le impidieron ocupar el lugar que tanto merece en la cultura nacional, algo que por fortuna ya ha empezado a ser revalorizado.

En la foto, Ortiz y Lydia Cabrera

Ortiz, por el contrario, se mantuvo trabajando y recibió muchísimos reconocimientos, entre los que se cuentan la medalla de socio de mérito de la Sociedad Económica de Madrid. Además, fue merecedor de los títulos Doctor Honoris Causa en Humanidades por la Universidad de Columbia, en Etnografía por la Universidad de Cuzco y en Derecho por la Universidad de Santa Clara. Su obra abarca más de treinta volúmenes publicados, entre los cuales son los más conocidos Los negros brujos, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, El engaño de las razas, Los instrumentos de la música afrocubana, Los cabildos afrocubanos, La historia de la inmigración vista desde la criminología -ensayo que lleva la impronta del pensamiento de José Antonio Saco-, y otros.

A pesar de las limitaciones que le impuso a Ortiz el desarrollo del conocimiento en su época y de las disciplinas en las que se desempeñó, su labor fue titánica. Fue un ardiente defensor de la causa de los negros e identificó a la sociedad como causal mayor  del estancamiento económico y social de los afrocubanos en la isla. También fue un reivindicador de la herencia indigenista. Su conciencia cívica y su ética como investigador pasaron por encima de su origen de clase y de cualquier prejuicio que hubiera podido opacar su lucidez y acortar su visión, todo lo cual sitúa a Ortiz como uno de nuestros antirracistas más fervorosos, como dejó claramente plasmado en su libro El engaño de las razas, en cuyas páginas abogó por lo insostenible, inhumano y anticientífico de las posiciones relacionadas con la discriminación por motivo del color de la piel. Su concepto de transculturación está considerado como uno de los mayores aportes a la antropología social de todos los tiempos.

Los avances de la ciencia antropológica, la biología genética y otras disciplinas afines ponen hoy en tela de juicio las afirmaciones de Ortiz, algunas de las cuales han sido superadas a la luz de nuevos descubrimientos e investigaciones, y hoy muchos estudiosos admiten la existencia de razas y sus diferencias biológicas, sin que ello implique que deban determinar desigualdades sociales, económicas, históricas, políticas ni humanas.

Incluso el propio concepto de transculturación, que sigue siendo válido para las etapas colonial y republicana, podría ser ahora cuestionado o quedarse incompleto en su eficacia descriptiva, pues las religiones afrocubanas tampoco son ya lo que fueron en tiempos de Ortiz, el panorama definitivamente ya no es el mismo que él conoció, dado que los religiosos  más viejos, poseedores de secretos en muchos casos traídos de África en estado puro, murieron, y gran parte de las enseñanzas no solo se ha perdido al pasar de una generación a otra, sino que ha sufrido mutaciones importantes, observación que ya hizo el Abimbolá de Nigeria cuando visitó Cuba hace décadas, aunque admitió que las lenguas africanas se conservaban mejor en la isla que en ninguna otra parte.

Otro tema que queda sobre la mesa y pendiente de análisis socioantropológico, es cómo la religión católica, única en la isla desde su colonización e incontaminada durante siglos, y cuya aceptación se impuso a la gran masa esclava, es hoy practicada por una parte minoritaria de la población, la cual, sumada a los fieles de las diferentes confesiones protestantes llegadas a Cuba desde los Estados Unidos en fecha reciente, no supera el constante crecimiento del número de adeptos de los cultos sincréticos afrocubanos. La transculturación que se operó con violencia sobre los negros traídos de África, viaja desde hace tiempo en una deriva que recuerda la doble flecha del tiempo, pues las religiones traídas por los esclavos, el estrato más bajo de la sociedad cubana, son hoy asumidas por negros, blancos, mulatos y hasta chinos, con independencia de a qué estrato social, nivel económico o educacional pertenezcan. Religiones que fueron de los pobres, cuando se pagaba una consulta ofrendando un centavo al monte, hoy demandan de sus seguidores fuertes sumas de dinero e impresionantes matanzas de animales, algo que no era común en tiempos de Ortiz. Y esta nueva situación ha traído consigo una alteración -en mi criterio- muy alarmante en el seno de nuestra sociedad: la pérdida, olvido, anulación, mutilación, borramiento -o como quiera llamársele- de nuestras raíces españolas, las cuales, conjuntamente con las africanas y en menor medida pero no menos importantes, las francesas, italianas, árabes y hebreas que conformaron nuestra identidad nacional. ¿Qué habría pensado el maestro ante tal hecatombe sociológica?

Pero de su enseñanza aún podemos extraer una inmensa verdad que nada ni nadie puede cambiar: Somos una humanidad multirracial, multicultural y multiétnica, y como tal debemos asumirnos, respetarnos y hacer nuestra cierta prédica bíblica: “Amaos los unos a los otros”,  y “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Son preceptos que se encuentran en todas las religiones poseedoras de un código ético, y, en mi modesta opinión, esa conciencia de unidad e identidad entre los hombres importa más, aporta más que la creencia en una deidad, cualquiera que esta sea. Esa conciencia de interconexión con la Otredad es la más necesaria, la única que puede garantizar la supervivencia de nuestra especie sobre La Tierra. No importa si esa prédica nació en el secreto  de una catacumba o entre las dunas de un desierto; no importa si se predica desde el púlpito de una catedral, una mezquita o una sinagoga; si se grita en una plaza pública o en el Senado de una nación, porque siempre será La Verdad en cualquier boca que la pronuncie, y la voz que clame podrá no ser escuchada en ciertos momentos oscuros de la Historia del mundo, pero al final será la más potente y alcanzará las nubes, y se transformará, como soñó Cintio Vitier, en el sol de nuestro mundo moral.

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MIGUEL DE CARRIÓN, DEFENSOR DE HUMILLADAS Y OFENDIDAS

Cuando mis padres dejaron de comprarme libros de cuentos de hadas, empezaron a darme por los Días de Reyes regalos literarios un poco más extraños, que acompañaban siempre a un perfume, un vestido, unas gafas de sol o un bolso que harían luego mis delicias cuando los llevara para lucir en mi secundaria. Entre regalos como esos, que afirmaban mi natural femineidad, vino una vez la novela Las impuras, del escritor cubano Miguel de Carrión.

Puede pensarse, y de hecho es así, que fue un regalo un poco raro para una preadolescente, pero no menos raro que El Quijote, la Biblia, un Petit Larouse que pesaba una tonelada, Los miserables y… El Decamerón de Bocaccio, entre otras joyas que pusieron los cimientos de mi biblioteca adulta.Leí Las impuras en una noche, y al día siguiente fui a comprar Las honradas. Aunque eran tiempos de libros absolutamente baratos que cualquiera podía adquirir y en Cuba entonces se leía muchísimo, los autores nacionales no tenían gran demanda y era posible encontrarlos en los estantes de las librerías sin demasiado sufrimiento. También me leí Las honradas en una noche. No hay que achacar mi voracidad a curiosidades iniciales sobre el sexo, porque en cinco noches devoré los cinco tomos de Los miserables en edición Huracán con la misma pasión, y si hay una historia que baje más la vibra de un alma sensible, esa historia es la de Jean Valjean.

Yo no sé qué tienen los escritores y los poetas de la República que los hace tan especiales, con un sabor inimitable, un aroma, unos colores de atmósferas y un desate de sentimientos…, aunque estén mostrando las realidades más cruentas y dolorosas de su época. También sus personajes tienen como una vida, una fuerza telúrica, casi una presencia física, que quienes hemos escrito después tal vez no hemos conseguido con igual plenitud. Pero si yo tuviera que elegir mi autor republicano favorito además de Carpentier y Dulce María Loynaz, probablemente sería este ginecólogo que tomó la pluma para suerte inmensa de la literatura nacional.

Antes de continuar quiero señalar algo verdaderamente curioso: los personajes más poderosos de la literatura nuestra son mujeres. Cecilia Valdés abre la marcha en esta brillante procesión. La siguen en escuadrón cerrado las mujeres de Carrión, la Sofía de El siglo de las luces, la Bárbara de Jardín (las tres), y la Maite del relato Conejito Ulán, de Enrique Labrador Ruiz… Y sin embargo, esa tendencia definitivamente perdió su intensidad en la literatura posterior, donde el arte de la caracterización psicológica se ha visto lamentablemente relegado en favor de otros intereses narrativos. Hay que buscar entre los escritores raros cubanos personajes femeninos que dejen huella en la memoria. Uno de ellos sería, en mi criterio, la Onoloria de Miguel Collazo, la Isabeau de Alberto Garrandés, la protagonista de Desde los blancos manicomios, -esa novela de Maggie Mateo que ha sido mucho menos atendida de lo que merece su impresionante calidad-, y no vienen a mi mente más damas post republicanas salvo aquellas que la ética me impide mencionar. La mujer cubana auténtica saltó de los libros al cine, y ahí quedó, congelada en una imagen infinita y eterna.

Miguel de Carrión  nació en La Habana, el 9 de abril de 1875. Comenzó la carrera de Derecho, pero tuvo que abandonar la Universidad debido a sus actividades independentistas durante la Guerra del 95.  Como tantos cubanos perseguidos políticos de entonces, emigró a los Estados Unidos y no pudo regresar hasta 1903. En 1908 se graduó en la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana. Cuando se establecieron escuelas normales para maestros en Cuba, en 1918, ganó por oposición la Cátedra de Anatomía y Fisiología de la Escuela Normal de La Habana, y en los comienzos de su profesión ejerció en la Asociación Cubana de Beneficencia.

Para preservar el espacio que quiero dedicar a mi comentario sobre Carrión y sus principales novelas, tomo esta cita de un artículo de Susana Méndez publicado en Cubarte[1], que ofrece en pocos párrafos la visión completa de la trayectoria del escritor y un juicio muy interesante sobre la conceptualización que trasciende su discurso literario:

Fue miembro del Partido Popular Cubano y candidato a representante por la provincia de Oriente en 1922; integrante fundador de la Academia de Artes y Letras, en1926 formó parte de una comisión que estudiaba las reformas al Reglamento General de Instrucción Pública y se le nombró director de la Escuela Normal. 

Hacedor, por otra parte, de una vasta labor periodística, que inició en 1899 con colaboraciones en una larga nómina de publicaciones cubanas como Azul y Rojo, El Fígaro, Cuba Contemporánea, Letras, Archivos de la Policlínica, Revista de Medicina y Cirugía, El Comercio, La Discusión, La Noche, La Lucha y Heraldo de Cuba, en los que publicó, entre otros, textos pedagógicos y asociados a la medicina.

También fundó varias revistas entre las que se cuentan Cuba Pedagógica (1903), y la dirigida a los niños La Edad de Oro (1904), dedicada a promover el pensamiento del Apóstol cubano.

En varios de sus trabajos periodísticos, intentó definir el carácter del cubano y contribuir con ello a la toma de conciencia de sus defectos y vicios.

Carrión veía poco sustento cultural en sus contemporáneos, y además unos vicios asociados a la superficialidad, la falta de constancia y a la poca reflexión; en este sentido afirmaba: «la rutina arraiga tan poderosamente en nuestro espíritu, que en lo moral, lo político y lo económico la inercia es la ley esencial de nuestra vida y todo cambio de postura social determina un doloroso desperezamiento de los músculos estremecidos».

¡ALTO!: ¿No se quejaba de lo mismo el poeta Julián del Casal, uno de los tres grandes fundadores del movimiento modernista, primera corriente literaria que viajó, al revés de lo habitual, de América a Europa? Y nuestro único filósofo, el doctor Jorge Mañach, ¿no llevó ese mismo sentir al terreno de la alta cultura republicana en su ensayo homónimo, que hoy casi ningún compatriota menor de 50 años ha leído? Y como muy lúcidamente apunta la autora del texto, ¿no es esa la tesis desembozada de Memorias del subdesarrollo, la célebre novela de Edmundo Desnoes que dio lugar a la mejor película de la historia del ICAIC? Y el más grave enjuiciador del alma cubana, el ensayista y poeta Cintio Vitier ¿no lamentaba exactamente esa lasitud del espíritu, esa carencia de fuerza interior y solidez de pensamiento que reviste el traje de la tan mentada superficialidad de los habitantes de esta isla? Si Carrión no fue el primero en sentir el agobio que semejante insustancialidad esparce en la sociedad de cualquier lugar del planeta, como un olor mefítico que adormece el vigor del intelecto y la determinación del carácter, sí fue el primer autor cubano que expuso sus efectos sobre la mujer, aunque ya hay indicios de ello en la Cecilia de Villaverde.

Miguel de Carrión no fue uno de esos médicos equivocados de profesión que tanto abundan, y un día descubren que verdaderamente quieren ser cantantes líricos o escritores o modelos de alta costura. Se entregó a la medicina con la misma pasión que a la literatura, y ella le abrió horizontes de conocimiento y comprensión que otras carreras tal vez no le habrían dado, y le permitió reflejar en su literatura los espacios más recónditos y oscuros del alma femenina. Por supuesto que los conflictos que él trató en sus libros son universales, pero la criolla los ha sufrido siempre en su propio estilo tercermundista y caribeño. Ninguna confesión, ningún secreto del alma ni del cuerpo le fue vedado a quien tenía que escuchar y explorar con sus manos zonas íntimísimas a las que, por lo general, solo un marido tenía acceso en la época. Todo lo supo de la prostituta más gastada por el uso y de la señora más encumbrada en la sociedad.

 Las honradas fue escrita en 1917 y Las impuras en 1919, pero yo las leí en orden inverso. Teresa, la dama que renuncia por amor a su posición de clase y resulta vilmente engañada por su amante flojo y vividor me impresionó muchísimo, y a su lado la aventura extramatrimonial de Victoria me pareció un conflicto menor, aunque tal vez no se deba confiar demasiado en el juicio estético y espiritual de una casi niña de doce años. Es muy posible que la permanencia de Teresa en mi ánimo y en mi memoria haya sido reforzada por la excelente adaptación para telenovela realizada por el ICRT y la perfecta interpretación del personaje que logró la actriz Susana Pérez como Teresa, y otro tanto debo decir de la actuación de Brocelianda Hernández como Victoria en la adaptación para telenovela de Las honradas.. Es muy importante que los personajes tengan rostro, y en eso radica la magia del cine y la televisión.

Brocelianda Hernández y Rosita Fornés en una escena de la telenovela Las honradas

Pero supongo que lo que más peso da al drama personal de Teresa es que, posiblemente, no exista una mujer que no haya sufrido el engaño y las manipulaciones de un hombre y pagado por ello un alto precio, ya sea material o emocional. Desde la jovencita como Anduriña, a la que un varón hizo perder su juventud en la espera de una promesa para siempre incumplida y enterrada en la grisura de los olvidos, hasta la que se entregó confiada en el apoyo de su amante y perdió su proyecto de vida, o la que vio naufragar su matrimonio por el descubrimiento de una infidelidad, o de algún vicio de esos sobre los cuales el amor más profundo no logra cabalgar para seguir su ruta y se derrumba, herido de muerte mortal. Victoria siempre tuvo una carta de triunfo sobre Teresa, aún en su temible transgresión de mujer infiel a la institución del matrimonio: una carta relacionada con el silencio. Ella pudo caer en lecho ajeno protegida por la alta probabilidad de que su delito nunca saliera a la luz, y hasta obtuvo una ganancia no por paradójica menos visceral: conoció el placer y cómo darlo y recibirlo equitativamente. Por el contrario, Teresa solo sacó de su audacia amorosa miseria y pérdidas, que no fueron a más porque más no tenía que perder esa pobre mujer vilipendiada.

En lo personal y como lectora, no como crítica literaria, lo que más me interesa de Miguel de Carrión no es su mencionado interés antropológico en la tragedia social de la mujer republicana, que igual estuvo desde el principio en la Cecilia Valdés colonial, ni su anticlericalismo ni los pormenores de su estilo narrativo “naturalista europeo, entre la transición del romanticismo y el modernismo”, como lo han definido algunos críticos. Lo que más me interesa es su capacidad para penetrar en la psiquis de un sexo que no era el suyo, de atreverse a iluminar como con antorcha fervorosa lo más recoleto de esos territorios que el pudor y la doble moral social condenaron a los predios de lo Inconfesable.

Y más aún el hecho de que el drama de Teresa -aunque no tanto el de Victoria, porque en 1918 fue declarado legal el divorcio en Cuba-, es que a pesar de todas las conquistas obtenidas por la mujer después de 1959, a pesar de un Código Civil que la ampara y la coloca en una posición realmente muy envidiable comparada con las mujeres de otros países, la cubana sigue sufriendo los mismos males: la manipulación emocional, psicopática en muchos casos, a manos de un amante o un esposo que no respeta ningún valor; el saqueo de su propiedad; la discriminación laboral a que la someten mentes retrógradas y machistas; la violencia de género; la corrupción de su sexualidad y de su cuerpo a manos de seres impresentables y desalmados que la prostituyen sin escrúpulos; el peso económico del hogar; la tremenda responsabilidad de educar hijos buenos muchas veces enteramente sola; la obligación impuesta de honrar un vínculo que poco tiene de honorable… Y a todas esas penas se añade otra que las heroínas de Carrión no conocieron: la terrible tragedia de la emigración.

La verdad es que no me importa para nada la opinión de Calvert Casey sobre que «considerar a Las impuras como una gran novela es una falta de respeto a las grandes novelas», porque mientras Carrión conoció el éxito en vida, asistió a numerosas reediciones de sus obras, y consiguió quedar entre los grandes de la literatura cubana, Casey es hoy un autor de culto a quien pocos recuerdan y muchos menos leen, salvo, quizá, los alumnos del Onelio y los estudiantes de la Facultad de Filología que se especialicen en literatura cubana, aunque es verdad que el best sellers no define la estatura real de un escritor. Pero también he visto la profanante abominación de catalogar a Miguel Collazo como “un buen escritor de segunda fila” cuando su Onoloria es una de las obras más logradas y perfectas de las letras cubanas, y lo salva aunque el resto de su producción no esté a la misma altura. Hay escritores recordados por un solo libro, y autores de muchos libros que no dijeron nada y a quienes nadie recuerda. Pasaron como humo salvo para los estetas y los puristas, esa hueste festinada del mundillo letrado.

Los escritores y los artistas trabajan no solo impulsados por su amor a la Belleza y la necesidad de expresarse, sino también por un ideal: el sueño de cambiar el mundo, de mejorarlo, pero… la realidad desnuda es que el arte no tiene ese poder absoluto. Puede contribuir señalando males sociales y creando conciencia de ellos en forma poco masiva, pero ha quedado más que demostrado que ese empeño no es suficiente para erradicarlos y construir paraísos en medio de este planeta habitado por la especie humana. Es una verdad muy aplastante, sobre todo para los creadores, porque cuando la descubren enfrentan el derrumbe de su ingenuidad, la pérdida de su inocencia. Pero la denuncia queda impresa en párrafos vehementes y lúcidos, estampada en óleos sobre lienzos, encerrada en filmes,  traducida en melodías y acordes que, con suerte, navegan por el tiempo llevando su mensaje a otras generaciones. Lo que se haga con este ya no depende del artista ni de su voluntad. ¿Por qué? Pues por aquella verdad manifiesta en cierta cita de Lenin acerca de que del entrelazamiento de muchos intereses siempre resulta algo que nadie había querido…. o soñado, añado yo.

No sé si Miguel de Carrión llegó a este doloroso conocimiento antes de morir en La Habana el 30 de julio de 1929, a consecuencia de una enfermedad pulmonar. Dejó inconclusa su novela El principio de autoridad, y  se encontró entre sus documentos inéditos su última novela, La Esfinge,  publicada póstumamente en 1961. No la he leído, pero he encontrado el criterio de que en ella Carrión “se muestra muy pesimista en cuanto  a la conquista de la equidad por parte de las mujeres”.  Eso me hace pensar que sí, que al final de su vida, o quizá antes, Carrión perdió su inocencia y comprendió que la sociedad que había pretendido hacer más soportable para las mujeres seguiría apretando su bota sobre los cuellos frágiles, hasta asfixiar y confundir en muchas de ellas la capacidad de reconocerse no solo como entes en igualdad de derechos legales con el hombre, sino, meramente, como algo más que animales de desahogo o juguetes de uso sexual. Porque la única institución humana con poder para cambiar la sociedad es la educación. Solo ella puede completar la labor reformadora del arte, que alumbra como antorcha el camino, sí, pero la educación, con su maquinaria poderosa y masiva, avanza detrás desbrozando la maleza. No obstante, sin la Luz inicial todo será tinieblas. Que esa certeza haya atenuado la agonía final de Miguel de Carrión.


[1] Miguel de Carrión, la mujer cubana, ética y profecías. Cubarte | 08 Abr 2021

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AMELIA PELÁEZ O EL SOPLO QUE DA VIDA A LOS COLORES

Un salón de piso ajedrezado, rodeado de mamparas decoradas e iluminado por vitrales coloridos que, al ser traspasados por tibia luz de sol, proyectan auras mágicas en esa estancia con olor a vetiver donde la dama vestida de encajes, cómodamente reclinada en su sillón de talla fina, borda sobre un bastidor flores que parecen recién cortadas de algún jardín invisible. Un ventanal permite que la vista se asome al afuera, y abrace, al mismo tiempo que la yedra verdecida, una columna de fuste esbelto. Más allá, una alta reja ondea al viento zarcillos y otras plantas fantásticas, y todo es calma y delicada intimidad… ¿Qué parece un ensueño? Pues ambientes como esos fueron reales en la isla de Cuba, en La Habana, en lugares como El Cerro y otras zonas de la capital cuya importancia cultural no ha sido tan bien atendida como merecen, pero quedaron plasmados para siempre en los lienzos de la pintora cubana Amelia Peláez.

Porque si René Portocarrero pintó la urbe vista desde fuera, con sus palacios, sus catedrales, sus casonas y accesorias, Amelia fue la conjuradora de  los interiores citadinos. No de los fastuosos y sofisticados de los palacetes vedadenses, sino de un mundo más antiguo, más secreto, familiar y dulce, adormecido en la nostalgia del recuerdo… Y para que el lector pueda hacerse una idea de cómo eran los salones de las casonas en las primeras décadas de la República, ofrezco dos ejemplos de estos espacios concebidos para la intimidad de la familia y no para el acceso de invitados ni extraños.

Salón de ambiente decimonónico tardío y de la primera y la segunda década de la República. Esta imagen permite ya comprender de dónde le vino a Amelia su obsesión por el azul.
Salón de la casa de Amelia en la calle Estrada Palma, en La Víbora.
Interpretación de Amelia de un interior hogareño

Nacida en Yaguajay, Las Villas, en 1896, Amelia llevó su amor a los colores a la Escuela Nacional de Arte San Alejandro, donde se convirtió en la discípula dilecta del gran pintor Leopoldo Romañach, a quien años después invitó a una velada en su casona de Estrada Palma para que él opinara sobre sus últimos cuadros. La visita no tuvo el resultado que ella hubiera deseado, porque el maestro, lacónico, solo comentó: “Yo sé que tú puedes pintar diferente”. Nunca volvieron a verse.

¿Qué había ocurrido desde que ambos dejaron de verse? Pues siete años pasados por Amelia primero en Nueva York y después en París, donde estudió en  la Ecôle Nationale Supérieure de Beaux Arts y en la Ecôle du Louvre, y se relacionó con destacadas personalidades del mundo de la plástica, entre ellas la célebre pintora, escenógrafa y decoradora rusa Alexandra Exter, quien ejerció sobre su arte una influencia definitiva. En la capital gala conoció también a Pablo Picasso, a Matisse, a Braque. A mediados de 1933 presentó una exposición en la afamada galería Zack. La muestra, integrada por figuras femeninas, paisajes y naturalezas muertas, obtuvo gran éxito. Los tiempos de la huella impresionista de San Alejandro, sin que significaran un territorio muerto en el estilo pictórico de Amelia, habían cedido espacio al cubismo y otras vanguardias que, por aquel entonces, barrían con los últimos restos del arte decimonónico en Francia, centro cultural de Europa.

Un año más tarde Amelia regresó a La Habana, donde se instaló en la mansión familiar de la calle Estrada Palma, en la Víbora, zona con un muy interesante estilo arquitectónico alejado de El Cerro en lo exterior, pero impregnado del mismo espíritu soñador, refinado e íntimo que caracterizó la vida de las clases altas habaneras en sus mansiones hechas para la blandura y el olvido del mundanal ruido. Allí instaló su taller, donde pintaría hasta su muerte, ocurrida en 1968 en La Habana que pintó y amó.

Amelia en su jardín con sus flores y aves

En 1935 ganó premio en el Salón Nacional y expuso, en el Lyceum, una muestra de la que formaban parte muchas de las obras realizadas en París. José María Chacón y Calvo, la más grande figura intelectual de la república, escribió en el prefacio al catálogo: “Con el arte de Amelia Peláez vivimos en un ambiente de pureza absoluta. Pintura con los colores precisos. Pintura sin mancha”. 

1936 fue un año fructífero para Amelia, como lo serían todos los siguientes. Expuso los primeros óleos pintados tras su regreso a Cuba. De esa fecha datan sus primeros bodegones criollos con flores y frutas, de ambiente y colorido ya netamente cubanos. Tres años después pintó grandes murales para las escuelas José Miguel Gómez, de La Habana, y la Normal para Maestros de Santa Clara, y otros en los que destaca el de la Comunidad Hebrea. También participó en 1940 en la exposición El Arte en Cuba, que tuvo lugar en la Universidad de La Habana.

Al igual que Portocarrero y otros artistas de su generación, Amelia colaboró en las revistas Orígenes, Espuela de Plata y Nadie parecía, todas concebidas y dirigidas por José Lezama Lima.

El arte de Amelia se iba definiendo como una mezcla de cubismo, abstraccionismo, diseño escenográfico y otros elementos de la pintura modernista, pero solo en el aspecto formal. En la concepción de sus obras afloraba cada vez con más fuerza un estado tal vez de ensimismamiento en la domesticidad, de interiores del alma, que miraba con insistencia cada vez mayor hacia la arquitectura colonial, la vitralería, y otros componentes de un mundo que ya iba muriendo, pero en el que ella habitaba todavía, lo que no le impidió formar parte activa del panorama cultural habanero, se diría que fervorosamente. En la foto, puede verse a Amelia en el centro de un grupo de artistas, en la mansión de la millonaria y mecenas cubana María Luisa Gómez Mena, sobrina de la propietaria del palacete hoy sede del Museo de Artes Decorativas.

Vale destacar que Amelia Peláez fue una figura femenina solitaria en el mosaico pictórico de su tiempo. No encontraremos otra pintora de su talla en esas décadas en que ella se formó, trabajó y triunfó. En 1943, cuando el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) programó una exposición de pintores cubanos, integrada por unos 80 óleos, dibujos y acuarelas, entre los nombres de Fidelio Ponce, Carlos Enríquez, Mario Carreño, Cundo Bermúdez y otros varones del pincel solo aparece un nombre de mujer, el suyo. Esta exposición constituyó la primera gran muestra de arte cubano exhibida en los Estados Unidos.

En 1950, en compañía de otros artistas de la plástica entre quienes se encontraba Portocarrero, Amelia comenzó a frecuentar un modesto taller experimental de Santiago de las Vegas.  Entusiasmada, ya en 1951 aplicó técnicas diversas en la ejecución de un mural para el Edificio Esso de La Habana, al que siguió otro mural en 1953 para el Tribunal de Cuentas en La Habana, otro  en 1956 para la Casa Salesiana “Rosa Pérez Velasco” en Santa Clara, En 1958 ejecutó el mural ciclópeo que adorna el frontis del entonces hotel Habana Hilton, hoy Habana Libre.

El mural monocromo Frutas cubanas creado por Amelia para el hotel Habana Hilton, lo más conocido de su obra

Enteramente fabricado en Italia, este mural, en particular, es una muestra muy importante de una de las rutas emprendidas por Amelia en su aventura del color. Con 69 metros de largo por 10 de alto, esta naturaleza muerta monocroma, conformada por piezas azules y blancas, representa frutas autóctonas de nuestra isla y ha devenido uno de los iconos de la capital cubana.

Además de los motivos criollos e intimistas que caracterizan la pintura de Amelia, en su estilo resalta particularmente el uso de la línea negra, elemento que comparte con Portocarrero y, aunque ambos hacen manejos muy personales y diferentes del recurso, los dos lo emplean para separar planos de color. En el caso de Amelia, en sus naturalezas muertas ella lo usa fundamentalmente para la herrería -el mediopunto y la luceta-, como trazo delimitador de lo que serían en la realidad piezas de vidrio de colores vivísimos, como en los virales físicos, y aunque esta apreciación es mía, pienso que las líneas negras de Amelia son el trasunto, en muchos de sus óleos, del entramado de metal que une las piezas del emplomado en la técnica vitralera.  El empleo de estas líneas gruesas de pigmento realza el brillo intenso de los colores planos y primarios que distinguen su pintura.

El jardín. Oleo sobre lienzo

Como ocurre con todo artista fecundo y de larga vida, establecer una línea de tiempo como soporte de la enumeración prolija de su producción, resultaría monótono y no tendría ninguna función en un artículo como este, que no se propone ir más allá de ofrecer una mirada a su vida y su obra. Para encontrar esta pormenorización habría que acudir a textos especializados y a catálogos de exposiciones nacionales e internacionales. Lo que a mí me resulta más llamativo en la obra de Amelia Peláez no es su indiscutida maestría plástica, sino, y sobre todo, el hecho de que siendo una artista que, como le dijo su maestro Romañach, podía pintar de otra manera, se conformó con un espectro temático bastante limitado en comparación, por ejemplo, con el propio Portocarrero, quien me parece el creador que más tiene en común con Amelia. Sobre su tendencia al abstraccionismo de las formas, ella expresó, acercándose mucho en ello al pensamiento del impresionismo:

No me interesa copiar el objeto. A veces me pregunto para qué pintar naranjas de un verismo exterior. Lo que importa es la realización del motivo, con nuestra personalidad, y el poder que tiene el artista de organizar sus emociones. Esa es la razón por la cual rompí deliberadamente con las apariencias. Una de las grandes adquisiciones de los artistas de hoy es haber encontrado la expresión por el color. Siempre he tratado de captar la luz de Cuba, y en el trópico, lo cubano.

También con Portocarrero y otros pintores comparte Amelia su interés por la arquitectura colonial, y muchas obras suyas así lo demuestran, y el hecho de que en el plano temático su pintura sea tan limitada y pudiera decirse que hasta monótona, pobre, pone de relieve un fenómeno que, junto con su estilo personalísimo de pintar, la singulariza en la nómina de la plástica cubana de todos los tiempos.

¿Tuvo Razón su maestro Romañach en el reproche velado que encerró aquella frase suya: «Yo sé que puedes pintar de otra manera?» ,Juzgue el lector por sí mismo.

Jardín
Mujer hindú
Mujer en verde

Este último cuadro, en particular, tiene una semejanza imposible de pasar por alto con las bebedoras de absenta de Edgar Degas y Pablo Picasso. Estos tres óleos de Amelia, y otros que no incluyo por falta de espacio, permiten sospechar que en algún momento ella tuvo ante sí otros caminos en la pintura y que, tal vez, sin la poderosa influencia de su mentora rusa, habría transitado por ellos y no por los que definitivamente eligió. Pero la peor pregunta de todo el universo: «¿Y si…?», nunca ha tenido respuestas para nadie.

Hay quien ha dicho que su apego fuera de toda duda a los ámbitos más recoletos de la intimidad doméstica, a los espacios por definición femeninos, podría tener alguna relación con el hecho de que Amelia Peláez y Del Casal era sobrina del poeta Julián del Casal, uno de los fundadores del movimiento modernista latinoamericano. Sin intención de cuestionar esta afirmación, yo no encuentro conexión entre los mundos interiores de ambos. Por el contrario, mientras Julián, con su espíritu perpetuamente agitado por lo inalcanzable y su cuerpo enfermo clavado en un minúsculo entramado de callejuelas citadinas, vivió soñando con el exotismo de perturbadoras lejanías, con mujeres extrañas y enjoyadas de belleza perversa, con pasiones latentes del inframundo más oscuro y con la Muerte, su sobrina viajó sin restricciones emocionales y vivió en la capital que constituyó la ambición más secreta de Julián del Casal y su más terrible frustración, y que por miedo a confrontar la realidad nunca se atrevió a pisar. Mientras Julián fue depresivo y lóbrego, el arte de Amelia parece un himno a la vida simple y a la naturaleza en su estado más prístino. Yo no encuentro en ninguna de sus obras señales de una inquietud del espíritu o del pensamiento, solo veo armonía, placidez.

Amelia en su taller. Su mundo.

Una cita de Lezama Lima intenta una definición que… no se ceniza, como el propio Lezama hubiera concluido:

Partía de una fruta, de una cornisa, de un mantel, y al situarlo en la lejanía, en la línea del horizonte, lo reconocíamos como lo mejor nuestro, distinto en lo semejante. Cada uno de sus elementos plásticos venía de una gran tradición, rindiéndole el áureo homenaje de crear otra tradición. Una voluptuosidad inteligente que comenzaba por ser una disciplina, una ascética, un ejercicio espiritual.

Que aún habiendo sido una joven de gran belleza nunca se casó ni se le conocieron amantes, es un punto que pudiera justificar la comparación positiva entre tío y sobrina, pero Julián dejó testimonios bien ardorosos de sus pasiones por mujeres como la actriz francesa Juana Samary y la dama habanera María Kay, y la verdad profunda de su relación con la jovencísima poeta Juana Borrero aún está por esclarecer, si es que algún día los descendientes de ella liberaran el acceso a cierta papelería, e incluso se le endilgan tintes de homosexualidad. Sobre la vida amorosa o los afectos más íntimos de Amelia Peláez, al menos yo no he encontrado nada hasta el mismo momento en que escribo estas líneas.

Tuvo una relación muy estrecha con su mentora Madame Exter y con la escritora y etnóloga cubana Lidya Cabrera, pero de la primera relación no parece que haya trascendido algo que vaya más allá de una amistad, y en el caso de Cabrera, esta tuvo siempre otra compañera sentimental. He leído algunas cartas de Amelia a Lydia y es imposible encontrar escritura más alejada de Eros, ni más anodina y femeninamente, aburridamente rutinaria.

Amelia y Lidya Cabrera

No hay historias, no hay anécdotas. En ese sentido Amelia es un cofre cerrado con siete llaves. Que poseía un temperamento introspectivo puede deducirse de su vida casi monacal, pero para nada distanciada de la realidad de los tiempos que le tocó vivir ni divorciada de su entorno social. Amelia Peláez mujer sigue siendo un enigma, más allá de lo que quienes la conocieron muy de cerca puedan saber.

 Otra cita, esta vez del poeta Emilio Ballagas, además de su orientación crítica me parece sumamente interesante para intentar comprender al ser humano que fue la artista:

…Amelia Peláez ha llegado a su seguridad artística por gracia y por obra. La gracia —sensibilidad e intuición— en ella nativa, huelga explicarla y se manifiesta siempre en la delicadeza de los asuntos, en la habilidad para traerlos siempre a una zona de asuntos o en la habilidad para traerlos siempre a una zona de delicadeza dentro del aura espiritual que la envuelve a ella misma. La obra, la labor es de otra naturaleza menos simple, más explicable también y más susceptible a la controversia de opiniones. Amelia Peláez ha afirmado sus cualidades nativas; ha convertido la facilidad en esfuerzo, ha llevado a la plástica eso que Valéry preconiza dentro de la literatura, estudiar, colocar sabiamente, calcular, crearse obstáculos que vencer, ordenar las cosas implacablemente…

¿Puede la cita anterior, viniendo de una sensibilidad humana y artística tan acusada como la de Ballagas, traducirse como la intuición de que Amelia era un espíritu cuya faceta más desarrollada -¿tal vez única…?- estaba indisolublemente ligada a la visión de los colores? ¿No hubo en ella otras inquietudes más allá de las fronteras de su arte?

Una tercera cita cuya fuente, en la premura que impone el periodismo no recogí debidamente, me parece digna de atención porque refiere a la existencia recluida y familiar de la pintora entre sus hermanas y su madre, cuidando sus flores y papagayos, y apunta a una represión de índole lésbica:

Durante los cincuenta realizó varios estudios de la Olimpia de Manet, esta tentadora tan analizada, que es la encarnación de la sexualidad femenina. Pero los numerosos dibujos de Amelia de dos mujeres tocando el piano, sentadas en el balcón o leyendo, son especialmente dicientes. En El Balcón, una aguada de 1942, vemos a una mujer de dos cabezas que son en realidad dos mujeres. Una parece más controvertida que la otra. Cerca de la mujer hay una naturaleza muerta de una piña y otra fruta, inidentificable, tajada, que revela su semilla como un huevo. La mujer de dos cabezas y variaciones de este tipo siguieron siendo de interés para Amelia a través de su carrera.

El balcón

¿Por qué esta obsesión por las frutas, los pescados y las mujeres en escenarios acogedores tomados del propio ambiente de la artista? Creo que Amelia, consciente o inconscientemente estaba utilizando los símbolos obvios de la feminidad y la fertilidad como metáforas. Por imposibilidad, o porque no quiso llevar la vida de la mayoría de las mujeres, con un marido o un amante y tal vez con hijos, convirtió sus deseos insatisfechos, su erotismo represado, en símbolos que más que naturalezas muertas, son autorretratos. Sus símbolos de mujeres dejan entrever una doble personalidad, un alter ego. […] Para Amelia, el encierro era la recreación fantástica del pasado colonial de su infancia, que sobrevivió en el hogar de la familia. Lo que este jardín secreto o este palacio de fantasía contenían era a la artista, no como parecía ser, una solterona llana y escondida sino como existía en el reino de la imaginación. Amelia era una mujer fecunda y voluptuosa. Amelia era un espíritu independiente y libre. Finalmente, Amelia con la amiga ideal.

Por supuesto que la comprensión cabal, la comprensión profunda de un carácter y de una personalidad es un fuego que arde en cada uno de nosotros, es la necesidad inextinguible que sentimos por descifrar a nuestros semejantes, quienes podrían, al final de la gran sumatoria humana, ser un solo y mismo reflejo de nosotros. Pero si esas individualidades enigmáticas y aparentemente indescifrables han sido capaces de crear un legado para esos mismos semejantes que añoran el conocimiento visceral, entonces no necesitan ninguna carta de acreditación para justificar su existencia más allá del valor intrínseco del tesoro que nos han entregado.

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CUBA A MOSAICO, PINCEL Y FLORAS

PALABRAS EN EL PRIMER CENTENARIO DE LA MUERTE DE RENÉ PORTOCARRERO

“Si realmente se evidenciara en Cuba un sentimiento barroco de la existencia, mis hombres y mujeres serían barrocos. Si se llegara a la conclusión de que existe en Cuba un alma barroca que lo rige todo, yo también sería un hombre barroco. Y si como dijera Ramón Gómez de la Serna que el barroco consiste ‘en un siempre querer’ estaríamos viviendo, sin duda, en un mundo enteramente barroco. Mi pintura, quisiera que fuera enteramente pintura”.

René Portocarrero

El barroco americano no fue un movimiento únicamente arquitectónico como muchos creen, sino que también se manifestó en otras esferas del arte y la literatura, y Cuba no es una excepción. Alejo Carpentier fue un escritor netamente barroco, es más, pertenece legítimamente al barroco americano, como también en cierto modo el poeta José Lezama Limaza Lima, y hemos tenido artistas barrocos de la plástica, cuya figura principal es, tal vez, René Portocarrero y, en fecha mucho más reciente, Orlando Barroso, radicado en Ecuador y cuya pintura es apenas conocida en la isla.

Portocarrero es hoy uno de los nombres más prominentes no solo en la plástica cubana sino, según afirman prestigiosos críticos de arte, en todo el siglo XX. Nació en 1912 en la barriada de El Cerro, vástago de una familia acomodada que apoyó su vocación por el arte, de la que dio muestras en su primera infancia. Erróneamente considerado un barrio periférico y “marginal”, El Cerro fue en cierta época de la historia habanera una zona privilegiada por su enclave geográfico, donde la aristocracia y la alta burguesía capitalinas construyeron sus espléndidas mansiones de recreo en el estilo arquitectónico que identifica al emporio, con sus enormes soportales rodeados de columnas, sus vitrales y mamparas de vivos colores y sus parques floridos, esas mismas casaquintas que tanta presencia tienen en la literatura y el periodismo de la República y que, para el buen observador, son fácilmente detectables en la pintura compleja del artista.

Aspecto exterior de una casa quinta de El Cerro. Quinta de Luisa Herrera, cortesía de Ansbel Gonzalez Huart

De estas magníficas y majestuosas construcciones escribió Lezama:

“Muchos de los palacios de ese barrio han sido destruidos, o alterado su ordenamiento, o conservado tan sólo el hechizo de uno de sus fragmentos. Portocarrero ha podido reconstruirlo en su existir, apoyado por sus recuerdos infantiles. Las paredes, las puertas, la riqueza ornamental de los muebles, están hechas en su realidad para fijar innumerables detalles del arte del vivir. Nuestro pintor ha reconstruido ese barrio, en una forma que queda como el camino para sus futuras catedrales”.


De formación autodidacta, Portocarrero tomó clases en la Academia Nacional de Artes Plásticas San Alejandro, de enseñanza tradicionalmente academicista pero, como otros artistas de su tiempo, muy pronto se vinculó al Estudio Libre Para Pintores y Escultores de la capital, donde confluyeron los jóvenes que conformarían la primera vanguardia pictórica nacional. En 1934 realizó su primera exposición personal en la sociedad Lyceum de La Habana, y en 1935 participó en la Exposición Nacional de Pintura y Escultura, primer salón oficial convocado por una dependencia estatal, en el que también expusieron pintores de vanguardia como Víctor Manuel, Amelia Peláez, Carlos Enriquez y Fidelio Ponce de León. Mediante su amistad con Lezama se relacionó estrechamente con el grupo Orígenes, movimiento que, junto con los artistas y escritores argentinos nucleados en la revista Sur, constituyó uno de los dos movimientos intelectuales latinoamericanos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Para las revistas Orígenes, Verbum y Espuela de Plata, todas proyectos lezamianos, aportó no solo ilustraciones, sino también algunos textos, al igual que para otras relevantes publicaciones de su época.

Un episodio poco conocido de su vida fue su empleo como profesor de dibujo libre en la Cárcel de La Habana, donde, por sorprendente que pueda parecer a quienes creen conocer su estilo, pintó un mural de tema religioso, algo que volvería a repetir a lo largo de su carrera, y que desconozco si se conserva.
En 1944 expuso sus obras en la Julian Levy Gallery y en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Como tantos otros artistas de su generación, fue seducido por el ambiente, colorido y trasfondo étnográfico de las fiestas populares y la imaginería mítica afrocubana, tema al que dedicó una serie de pinturas al pastel. Antes había realizado otros ciclos de obras, tales como Interiores del Cerro, Festines y Figuras para una mitología contemporánea.

De la serie Interiores de El Cerro. óleo sobre lienzo.


En 1951 pintó su óleo Homenaje a Trinidad, en la actualidad expuesta en el Museo de Bellas Artes de Cuba, por el que recibió el Premio Nacional de Pintura, que no fue su única distinción de carácter nacional. Con esa obra Portocarrero inició su serie de paisajes inspirados en la villa de San Cristóbal, conocida como Paisajes de La Habana. En 1962 inauguró la exposición Color de Cuba, con la santería afrocubana como temática, y entre 1970 y 1971 realizó otra serie titulada Carnavales, cuyo interés se centra, obvio es decirlo, en el carnaval habanero.

De la serie Carnavales

Hacia 1950 Portocarrero se interesó por la decoración de piezas de cerámica. El resultado de esta incursión a ese territorio de la plástica es conocido en el mundo entero. Se trata del enorme mural Historia de las Antillas, que decora el lobby del antiguo hotel Habana Hilton, hoy Habana Libre, obra que realizó en 1957, año en que también creó un mural en mosaico veneciano titulado Caridad del Cobre, y un Via Crucis de doce cuadros para la iglesia de Baracoa. En 1972 diseñó los vitrales del restaurante Las Ruinas del Parque Lenin, otra de sus obras más reconocidas.

Flora y flores. Mural en el Palacio de la Revolución.
Historia de las Antillas. Hotel Habana Libre.

Ese mismo año pintó su serie de paisajes campesinos y presentó una nutrida exposición personal de 140 obras en el Salón de Ciencias de la Universidad de La Habana.Además del óleo y la cerámica, Portocarrero empleó técnicas como la pintura al pastel, la acuarela, el temple, el grabado en varias de sus formas, entre las que destacan sus serigrafías, y el dibujo. Entre su obra publicada destacan el poemario Gradual de laúdes, El sueño, con dibujos y textos suyos, y Las Máscaras colección de doce dibujos.


Con posterioridad a la Revolución realizó exposiciones en Brasil y Venecia.

La obra de Portocarrero, con demasiados lauros y exposiciones personales y colectivas –que harían muy extenso este recuento biográfico- recibió un amplio y sostenido reconocimiento internacional, pero en Cuba lo más reverenciado de ella son sus murales y sus célebres Floras, algunas de cuyas imágenes han ilustrado muestras de la muy afamada cartelística del ICAIC. Las ya míticas Floras también inspiraron al pintor Cosme Proenza el tan bello como imponente óleo que aparece en la portada de la edición definitiva de Cecilia Valdés, novela inaugural e icónica de la literatura cubana. Estos retratos de mujeres florecidas son, tal vez, los trabajos más costosos de su autoría, y puede asegurarse sin temor a exagerar que hoy forman parte de la imaginería capitalina.

LAS FLORAS

Las Floras de Portocarrero tienen una historia curiosa y fascinante. Flora no es solo una diosa griega de la vegetación. Para el pintor fue también una figura de carne y hueso que marcó profundamente su imaginación cuando solo tenía ocho años de edad. Él mismo contó que conoció en su casona de El Cerro a Flora Alonso, una dama catalana de belleza deslumbrante. Esta mujer elegante y casada con un hombre pudiente engañó a su esposo con un amante, y el ofendido lavó su honor matando al transgresor de un disparo en el pecho, tal vez en un duelo de caballeros. La justicia pretendió hacerlo responder por su crimen y el padre del pequeño René, abogado de profesión, fue elegido por el acusado como su defensor, con tanto acierto que consiguió la libertad del asesino. El matrimonio volvió a unirse, pero durante todo el proceso y presumiblemente como castigo a la esposa infiel, el marido había tomado sus joyas y las había dado en custodia al padre de René, quien podía admirarlas en su propio domicilio siempre que lo deseara, y ya se sabe la fascinación que pueden ejercer las joyas sobre la sensibilidad artística de un niño. Luego de la reconciliación, René tuvo la oportunidad de estar presente en un momento en que la beldad transgresora se engalanaba majestuosamente con sus valiosas prendas frente al espejo, y al terminar se colocó un gran sombrero adornado con flores, según la moda de aquel tiempo. Piénsese que corría entonces el año 1920 y aún el Art Nouveau se imponía entre las señoras de altas clases sociales.

El maestro Ciro Bianchi, quien en la actualidad puede ser considerado con todo derecho Cronista Mayor de La Habana colonial y republicana, da una versión diferente: fue la dama quien asesinó a su esposo y solicitó los servicios del padre del pintor para su defensa, aunque, según Bianchi, de todos modos ella terminó en la cárcel. Pero fuera cual fuese el sucedido, la escena de la mujer ante el espejo impresionó muy vivamente a René y se grabó para siempre en su memoria. El pintor arrastró de por vida su nostalgia de aquella imagen que se le había convertido en emblema supremo de Belleza femenina. En una de las tantas entrevistas concedidas a la prensa declaró que era a Flora Alonso a quien había pintado en todas y cada una de sus célebres retratadas. Qué artista no tiene una obsesión.


Fue quizá Alejo Carpentier quien primero lo definió como un pintor barroco, pero otros críticos han apuntado que su obra posee un alcance más amplio, y puede ser calificada como atlántica en atención a los muchos elementos de filiación mediterránea que están presentes en ella, juicio que el arte de Portocarrero le mereció también a la gran escritora francesa Marguerite Duras, esposa del filósofo Jean Paul Sartre, quien ante un paisaje de La Habana pintado por René, le comentó a este que había reproducido muy bien la ciudad turca de Estambul. Portocarrero admitiría más tarde que Duras acertó en su apreciación, porque Estambul estuvo siempre en su imaginación, pero acotó que

De la serie Paisajes de La Habana. óleo sobre lienzo


…aquel paisaje era también el de La Habana, lo que el paisaje habanero tiene de universal. Como pintor dispongo de un mundo que me es afín. Un mundo que fluye desde la niñez. Un mundo que ciñe y ordena. Ese mundo es Cuba. Es su paisaje y sus pueblos y ciudades. Es el gran colorido de sus fiestas. Son sus santos insistentes que afirman un no sé qué de coraje ancestral en nuestra isla. Es la extraordinaria varonía de nuestro pueblo a través de la historia sucesiva. Y es también el señorío de su vegetación bajo un sol radiante. Todos esos sentimientos me asisten cuando pinto.


Portocarrero vivió una larga, intensa y fecunda vida, muchas de cuyas anécdotas quedaron para la Historia reflejadas en obras y testimonios de personalidades que le conocieron, algunas pueden leerse en Yo Publio, esa excelente autobiografía del pintor Raúl Martínez, pero hay observaciones más extensas y reveladoras de su personalidad debidas a la pluma de Bianchi, quien lo describió como «un hombre que no hablaba, Lezama y yo le decíamos el mudo. Era un hombre muy difícil, agradable, cordial, suave, pero muy difícil”. En un artículo suyo titulado Soledad y pasión de René Portocarrero ofrece una visión aún más íntima del pintor:

Lograr el acceso a su casa era todo un ritual. Un ojo asomaba por la mirilla de la puerta al reclamo del timbre. El ojo desaparecía y minutos después, allí estaba el ojo otra vez. Era otro ojo. Portocarrero había sido el primero en mirar, pero no abría la puerta si Raúl Milián, con quien formaba pareja desde fines de los años 30, no daba su consentimiento. Milián era quien, de inicio, hacía los honores al visitante hasta que, sin despedirse, se retiraba a una habitación y desde ella, sin reparo alguno, escuchaba la conversación y seguía los pormenores de la visita. Sus celos irracionales eran también de índole profesional pues, excelente pintor él mismo, vivió siempre supeditado a la fama de su amigo. Eso acrecentaba las discusiones inevitables en toda pareja; discordia que llegaba a veces a la agresión física cuando René golpeaba a Raúl con una espátula y este devolvía el golpe con un pisapapel o un tintero. Pronto retornaba la calma, sin embargo, al ensimismarse Milián en su Kierkegaar y replegarse Portocarrero en la pintura. A veces Milián amenazaba con lanzarse al vacío desde la terraza y, por teléfono, movilizaba a media Habana para que corriera a evitarlo hasta que, entrados ya los años 80, se suicidó de verdad.

Sobre esta relación tan célebre en el mundo cultural y el imaginario habanero, dí con otro texto todavía más profundo y doloroso. Se trata del testimonio titulado El llanto de los gigantes, que encontré en el sitio https://cubasi.cu/es/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/40109-portocarrero-y-milian-el-llanto-de-los-gigantes?qt-masleidas_comentadas_noticias=0. No lleva la firma de nadie y no he podido identificar a su autora. Su lectura me causó una impresión muy penosa, pero lo considero un texto imprescindible para comprender el mundo personal del artista que, tras cuya muerte, fue declarado por medios internacionales como el más grande de Cuba -honor que en mi modesta opinión en verdad corresponde a Fidelio Ponce de León.

A la izquierda Raúl Milián, a la derecha René Portocarrero, y en medio el poeta José Lezama Lima

Tímido y silencioso o jovial y comunicativo, visto de muchas maneras por quienes le conocieron, verdad y leyenda rodearon hasta sus últimos momentos a René Portocarrero, quien falleció en La Habana en 1985, poco después de su compañero Raúl Milián, y continuaron rodeando incluso las circunstancias de su muerte, sobre las que he encontrado dos versiones bastante diferentes. Una de ellas, más discreta, en referencia a su precario estado de salud afirma que sucumbió por complicaciones renales y respiratorias, mientras la otra habla de un rocambolesco, pero trágico accidente doméstico: el pintor, en estado de ebriedad, habría intentado abrir una llave del gas para calentarse un café, pero al hacerlo habría inclinado mucho la cabeza sobre la hornilla encendida, cuya llama creció de repente incendiando su camisa de seda. Habría sucumbido en un hospital, en medio de violentos delirios, del infarto que le provocó la conmoción.


No deja de resultar extraño que una figura en cuyo tiempo vivimos también, y conocida y tratada por tantas personas haya dado lugar tan pronto, aún en plena existencia, a leyendas. Porque la leyenda suele ser un producto de la distancia histórica unida al pensamiento mágico, pero en su caso estas condiciones no se han cumplido, pues las ambigüedades que flotan en torno a su memoria parecen más bien el resultado de un misterio individual que fue, sin duda, origen y motor de su creación artística.

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