Por Gina Picart
Llegó a su fin el II Festival Internacional de Música y Tradiciones Celtas que llenó de alegría calles y teatros de la ciudad vieja. Ejecutantes, cantantes y bailarines de Irlanda, Escocia, Canadá y España ofrecieron su arte a los cubanos como una prueba más de que la sangre llama, como dice el refrán. Y los refraneros populares están autenticados por siglos de aciertos.
Jóvenes cubanos nucleados alrededor de las sociedades españolas intentan desde hace años cultivar estas modalidades musicales que requieren instrumentos específicos como la gaita española y la irlandesa, la flauta y el arpa tradicionales irlandesas, la guitarra celta, el acordeón, y modos de cantar inexistentes en Cuba, pero muy apreciados por el público cubano desde que por los años setenta se produjo el revival de la cultura celta y Occidente se reencontró frente a frente con su pasado ancestral.
Algunas de las siete naciones celtas están representadas en la población de Cuba, con un abrumador flujo migratorio gallego, en primer lugar, y otros grupos menos numerosos. Y ciertos episodios de nuestra historia están indisolublemente ligados a ellos, como es el caso de Irlanda, cuando tuvo lugar la construcción del primer tramo del ferrocarril Habana-Güines, para el que fueron traídos como mano de obra prácticamente esclava campesinos canarios e irlandeses, a quienes la compañía inglesa que tuvo a su cargo las obras, secundada por el gobierno español de la isla y los hacendados cubanos de la Sociedad de Amigos del País, engañaron con dulces promesas que terminaron en masacre. La Historia ha recogido el fin de los obreros irlandeses, asesinados por hambre, muriendo desamparados en las cunetas de las carreteras, en las calles, familias enteras exterminadas por la incuria social de los gobernantes de entonces. Pero dejaron aquí su simiente y hoy existen entre nosotros descendientes de aquellos hombres y mujeres sencillos, alegres y enamorados de la vida, músicos, poetas y danzarines por derecho de la genética ancestral.
Durante diez días los habaneros pudimos disfrutar de la música, el canto y la danza celtas, y nuestros jóvenes músicos interesados en estas tradiciones artísticas tuvieron la oportunidad de asistir a talleres de guitarra, violín, flauta, canto, gaita y danza. Los héroes habaneros de la fiesta han sido, sin duda, nuestros gaiteros, quienes trabajaron incansablemente participando en todos los conciertos y actividades que llenaban el programa de CeltFestCuba.
Quienes tuvimos la oportunidad de compartir con estos artistas de naciones hermanas nunca olvidaremos la intranquila figura quijotesca del violinista Roy Johnstone, a quien vimos todo el tiempo rodeado por sus alumnos cubanos y enseñando su arte en un invaluable gesto de solidaridad; la imagen de la danzarina dublinense Orla Mistéil, ataviada con un suntuoso traje cuya pasamanería reproduce ilustraciones del Libro de Kells, uno de los más valiosos manuscritos iluminados del Occidente cristiano; los gaiteros Xuacu Amieva, de Asturias, y Gay McKeon, de Irlanda, quienes impartieron talleres de gaita con verdadera vehemencia y donaron instrumentos a sus discípulos cubanos; a la bella violinista e intérprete del canto tradicional irlandés Niamh Ní Charra; la flautista Nuala Kennedy; el espectacular Breanndán Begley, padre de una familia de músicos, como es tradición en Irlanda, y quien ya estuvo con nosotros el año pasado durante el primer CeltFestCuba, y muchos otros artistas celtas quienes demostraron amor y calidez hacia Cuba y sus discípulos habaneros. Quedó demostrado que asturianos, gallegos, escoceses e irlandeses se entienden muy bien con los cubanos, y el idioma, si bien fue un obstáculo en el desarrollo de los eventos teóricos, que no siempre pudieron contar con traductores, no lo fue, en cambio, allí donde el lenguaje de la música y el arte crea lazos muy fuertes entre las gentes buenas.
Todos los cubanos debemos estar agradecidos a las instituciones que hicieron posible la materialización de este Festival, entre ellas La Oficina del Historiador, la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo, la Federación de Sociedades Españolas de Cuba, las Embajadas de Cuba y España, y muy en especial a la Sociedad Celta Cubano-Canadiense, cuyo representante, el señor Killian Kennedy, quedó inscrito en la iconografía del CeltFestCuba y en la memoria de quienes lo vimos afanarse sin cesar para prestar todo el apoyo posible, corriendo bajo el sol habanero de los talleres a los teatros para garantizar la buena marcha del arte.
Por la parte cubana el señor Marcel Nazábal, discípulo del fallecido gaitero español Eduardo Lorenzo, desempeñó las labores de coordinación estableciendo vínculos con organizaciones celtas de diferentes partes del mundo. También nos parece necesario destacar la actuación de la banda de gaiteros Eduardo Lorenzo, herederos de las enseñanzas del emigrado español que se asentó en La Habana y no quiso que su música muriera con él.
La celebración de los Festivales de Música y Tradiciones Celtas es algo que no debe cesar, pues las raíces étnicas y culturales del pueblo cubano se hincan no solo en la madre África, sino también en las naciones celtas. No hay que olvidar que tras el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo estuvieron España en todo el continente suramericano, Portugal en Brasil, Inglaterra y Francia en los Estados Unidos y Canadá. Todas naciones de sangre celta. Y ya no es posible negar que existe en Cuba una población muy interesada en recuperar su herencia celta.
Y un hecho que ya había sido probablemente olvidado en nuestro país ha quedado demostrado incuestionablemente, una vez más, gracias a este CeltFestCuba: la formación académica no es imprescindible para un músico, y no impide ser músico a quien carezca de ella. Se nace músico, y quien no tenga ese gen, que es como un regalo de los dioses, podrá arrastrarse la vida entera por las mejores academias del mundo, pero nunca será un verdadero artista. Lo único que impide a un músico serlo es la carencia de un instrumento.
Este reencuentro entre las naciones celtas y la isla caribeña me hace pensar una vez más en aquel parlamento de Doña Bárbara, protagonista de la novela homónima del venezolano Rómulo Gallegos, cuando dice reflexiva: Las cosas vuelven al lugar de donde salieron.